TIEMPO DE ESPERA KOTEPA
VÍCTOR VIDAL
Fundador de periódicos, humorista, columnista, pero por sobre todas las cosas un hombre abierto a la bondad, a la comprensión. Kotepa Delgado es uno de esos hombres a los cuales cualquiera puede acercarse en la seguridad de que no será defraudado. Kotepa pertenece a la rara especie de los que se dan sin medida, de los que no rehuyen aportar, de los que se esfuerzan por realizar en términos humanos el oficio de vivir. Para él nada es sacrificio porque no aspira a tener nada ni a quedarse con nada. Es, posiblemente, el hombre más desprendido que hayamos conocido. Podía estar rico y tener posiciones de influencia porque le han sobrado oportunidades, pero Kotepa tiene otros valores y su vida se mueve en sentido opuesto a lo que consagra dentro de nuestra sociedad. Su ascetismo, su innata humildad, su sentido acerca de lo que debe ser un hombre, sus ideas políticas y sociales, no son algo ornamental: son el producto de arraigadas convicciones. Ha desechado las oportunidades del sistema porque no las considera tales sino formas de perversión. Lo que tienda a alejarlo de sus principios básicos él lo repele con vehemencia. De ahí que siendo probablemente el mejor periodista que ha tenido el país, optó por marginarse cuando el oficio adquiría características empresariales y comerciales incompatibles con su manera de apreciar la profesión. No quiso ser dueño de periódicos, para conservar incólumes sus ideas sobre el periodismo. Ha fundado varios diarios y semanarios, pero así como los ha hecho surgir hasta convertirlos en fenómenos, los ha dejado escapar, intuyendo probablemente que el cometido central ya estaba cumplido.
¿Hay alguna eficacia en esta forma de ser? Seguramente muchos considerarán que no pasa del gesto, de la inutilidad romántica de una posición individualista. Si conocieran quienes así piensan cómo razona Kotepa Delgado, quedarían sorprendidos de la sabiduría que envuelve su conducta. Porque para el periodista, el intelectual y el hombre de extraordinaria sensibilidad política que es Kotepa Delgado, existe una infinita esperanza afincada en lo que él percibe del pueblo.
Ajeno a premios y a exaltaciones, ahora le ha tocado recibir a regañadientes, uno: el Municipal de Periodismo. Con su característico buen humor lo recibe a sabiendas de que él no ha hecho ningún esfuerzo en su búsqueda.
El no es hombre mensurable por los premios ni por los elogios. Pero uno no puede abstenerse de decir lo que Kotepa es y representa: la transparencia de su vida, su honestidad a toda prueba y su talento, han resistido las pruebas más duras y su ejemplo callado y sin pretensiones difícilmente tiene equivalentes en el país.
PALABRAS PARA DESPEDIR A KOTEPA
PEDRO BEROES
PEDRO BEROES
Unos tras otros se han ido en silencio, como debe ser, los grandes amigos de mi vida: Eloy González (La Cotorra), Rafael Pizani, Rafael José Neri y Juan Bautista Fuenmayor. Ahora le ha tocado el largo viaje sin retorno a Francisco José Delgado, conocido desde uno a otro confín por el apodo familiar de Kotepa. Casi nadie conocerá a Francisco Delgado. Pero Kotepa es nombre familiar a todos los venezolanos.
Pertenecía Kotepa a la egregia estirpe de los fundadores. De haber sido místico como Santa Teresa de Jesús, habría fundado conventos. Por fortuna Kotepa no era contemplativo. Era hombre de rara inteligencia y en cierto modo de acción. Si hubiese andado por las callejuelas de Sevilla cuando Colón preparaba su primer viaje, tal vez habría venido en alguna de las carabelas. Y si hubiera sido miembro del Cabildo caraqueño aquel memorable 19 de abril, le habría dicho al Capitán General : camarada Emparan, Ud. sobra aquí, váyase por donde vino o lo ponemos de patitas en la goleta de los franceses. Como diputado por Duaca, muerto de risa habría firmado el Acta de la Independencia. Y como buen patriota pasaría sus buenos ratos escribiendo los editoriales de “El Correo del Orinoco”, el periódico de la joven patria.
Kotepa fue un extraordinario periodista. Y un periodista nato, que lo que trajo nació con él. Poseía una clarísima inteligencia y un sentido profesional del arte de informar. Mucho antes de que yo lo conociera era redactor de “El Sol”, un periódico vespertino con mucho sentido popular y una sección de crítica humorística titulada “Tirabeque y Pelegrín”. En 1928 Kotepa estudiaba Derecho en la Universidad Central. Para un hombre de su talento y su imaginación, ser abogado era poca cosa, casi nada. Por solidaridad con sus compañeros de la Semana del Estudiante se entregó a la policía y fue a parar al Castillo Libertador. Cuando la octubrada estuvo preso en Las Colonias y otra vez en Puerto Cabello. En la prisión Juan Bautista Fuenmayor y él entablaron amistad revolucionarias con Pío Tamayo, y recibieron sus primeras enseñanzas de marxismo. Ya en libertad, después de más de un año de prisión, Fuenmayor y Kotepa se fueron a Maracaibo. Allí fundaron el Partido Comunista de Venezuela y los primeros sindicatos petroleros. La represión anticomunista los llevó de nuevo a La Rotunda, donde pasaron varios años. Luego fueron desterrados de nuevo.
Cuando Kotepa regresó a Venezuela, después de la muerte de Gómez, ya no pensó en seguir estudiando Derecho, una profesión buena para servir a los poderosos. Confinado a Jobito pasó a Colombia a esperar la hora del regreso. En ese nuevo exilio se consolidó su vocación de gran periodista. El Partido Comunista le encargó preparar un proyecto de periódico para el Partido. Con él colaboramos Víctor Simone de Lima, veterano periodista, Vaugham Salas Losada, que algo sabía del oficio, y yo, que no era comunista y ya tenía cierto nombre como escritor joven. El proyecto dirigido por Kotepa fue exactamente el de “Ultimas Noticias”, con título y todo. Como era de esperarse, el Partido rechazó el proyecto. Dijo que podía ser un buen magazine, pero no el periódico que el partido necesitaba. Pero Kotepa no era hombre que se dejaba vencer por el Partido ni por nadie. Con algún dinero que Kotepa consiguió, decidió lanzar el periódico por su cuenta, y me cedió a mí la dirección, a pesar de mi inexperiencia en el oficio: El dinero sólo alcanzaba para sacar el periódico nueve días. Si no pegaba en el público, no había nada que hacer. La aparición de “Ultimas Noticias” fue un suceso espectacular en Caracas, pues se vendía a cinco céntimos el ejemplar.
El éxito de público rebasó nuestras esperanzas. El periódico cayó de pie en el público, pero el dinero se acabó. El señor Edmundo Suegart, administrador de “La Esfera”, encantado del esfuerzo decidió continuar sacando “Ultimas Noticias” en el taller de “La Esfera”. Fue entonces cuando la genialidad de Kotepa comenzó a funcionar a gran velocidad para superar las dificultades económicas. La circulación del periódico aumentó considerablemente, lo mismo el personal administrativo, de redactores y reporteros y fotógrafos, y terminó por convertirse en una pequeña empresa que no disponía de capital. Era una utopía. Pero Kotepa siempre pensó vencer los imposibles. Una empresa, por pequeña que sea no puede funcionar sin capital. Cuando yo abandoné el periódico para dedicarme con más interés a las letras, todavía era de Kotepa. Poco después fue despojado de su esfuerzo heroico con la complicidad de Acción Democrática. Si ha habido una escuela de periodismo en Venezuela, la fundó Kotepa, y por ella pasaron muchos de los buenos periodistas de la ciudad. Le agradezco a Kotepa lo mucho que aprendí en el periódico que fundó, pues al fin y al cabo he pasado buenas parte de mi vida escribiendo para la prensa, oficio que en su tiempo prestigiaron D. Miguel de Unamuno, Azorín, D. José Ortega y Gasset, y hoy hombres como Julián Marías; su hijo Javier Marías y Francisco Umbral, el periodista más irreverente de la España del rey Juan Carlos. También quiero que se sepa que mi larga y cordial amistad con el Partido Comunista de Venezuela no es sino el reflejo de la amistad que me unió a Kotepa, Juan Bautista Fuenmayor y Gustavo Machado. Al despedir al viejo amigo, compañero y maestro no hago sino reconocer parcialmente sus grandes méritos y sus virtudes humanas.
EL VELLOCINO ROBADO
KOTEPA DELGADO
JASÓN
Si quisiéramos describir físicamente a Kotepa Delgado, escogeríamos como imagen la peor intencionada de todas, las que el general Joaquín Crespo aplicara a Cipriano Castro: “Un indio que no cabe en su cuerito”. Pero a la inversa del Cabito, Kotepa pertenece a esa raza de hombres que se enamoraron de la clandestinidad y jamás han querido salir de ella. Ningún estudiante de periodismo sabe por el canijo humorista es, en este siglo, el fundador de la prensa popular en Venezuela: fue él quien descubrió la fácil implantación del tabloide, y fundó uno que luego se le fue de las manos, pero al que dejó para siempre la impronta de su genio y su figura. Kotepa Delgado no es solamente el fundador de El Morrocoy Azul y el descubridor de las nuevas tierras del humorismo donde vivía ignorada del mundo (en guayuco, en chinchorro, fumando tabaco y amasando un Eldorado de talento) la tribu de los Nazoa; es también el Gran Manitú de cuanto periódico humorístico se ha fundado desde entonces. Pero sólo un grupo muy reducido sabe quien es Kotepa, un hombre que se niega sistemáticamente a recoger en volumen una de las obras humorísticas más amplias de nuestra literatura, y quien sabe si la más grande de todas. Nadie más que él mismo podría recogerla, porque su enfermiza pasión por el seudónimo lo elevó a institucionalizar lo que no es un nombre sino un mote, porque Kotepa no es maracucho sino larense. Un larense que conoció las Tres Torres (al menos por fuera) y La Rotunda (esa sí, por dentro) pero que al revés de la mayoría de sus compañeros de la generación del 28 (dice él, pues hay quien afirma que pertenece a la del 98) nunca ha tenido agallas. Hoy me enterado de que le han extirpado, además, medio estómago. Podían habérselo quitado por entero: la estampa de Kotepa demuestra hasta la saciedad, hasta el hartazgo, que nunca lo ha utilizado mucho. Con excepción de un instrumento relativamente secundario en el proceso de masticación: la lengua. Aníbal Nazoa, y Zapata, quienes no son precisamente unos cartujos, tiemblan de consternación ante ella.
Hay algo que no conocíamos ni siquiera quienes más nos hemos inquietado por descubrir, armados con todos los instrumentos del minero o del espeleólogo, la obra de Kotepa. Y es que ha sido también un excelente narrador (si empleo el participio pasado es porque el ejemplo se remonta a 1935): en el volumen Presidios de Venezuela reeditara hace poco el incansable Catalá, aparece un extraordinario relato, “El delito de ser loco” que coloca a su autor al nivel de Pocaterra y de Abreu en la literatura testimonial. ¿Su autor, he dicho?: Un tal Héctor Suárez Romero. Uno de los infaltables seudónimos de Kotepa.
Ignoro si este último párrafo es muy “legal”, pues no sé si se pueden hacer desde aquí tales postulaciones. Pero preguntaría al Jurado del Premio Nacional de Periodismo si, con el nombre de Kotepa Delgado, no es ya tiempo de reparar una larga injusticia.
ESCRIBE QUE KOTEPA QUEDA
LUIS BRITTO GARCIA
El tiroteo reventaba todas las noches por los lados de San Agustín. Empezaban los años sesenta y el Gobierno y la revolución se daban meremere con pan caliente. Mientras, yo llenaba cuartillas con una Smith Corona que traqueteaba como metralleta. A las ocho cruzaba una ciudad donde el estruendo de las rockolas alternaba con el de los plomazones. En la mezzanina del edificio Vanguardia me encontraba con los colaboradores de “La Pava Macha” y con Kotepa Delgado.
El conciliábulo parecía una conspiración, y de hecho a más de uno encontraba yo después en alguna reunión prohibida. Kotepa aparecía siempre de traje y corbata impecables, como uno de esos caballeros de pelo platinado de las películas mexicanas. A veces el cigarrillo le arrancaba una pertinaz tos a lo Agustín Lara.
“La Pava Macha” era “El Semanario que dispara primero y averigua depués” o “Pasquín del cual hablaremos de último”, según el lema que pidiéramos prestado al más involuntario de nuestros colaboradores, el presidente Rómulo Betancourt. Kotepa revivía su hazaña de los tiempos de “El Morrocoy Azul”, de editar una publicación humorística independiente y financiada por su circulación masiva, pero esta vez en plena lucha armada. La cosa no iba en broma. A veces la policía recogía la edición. Otra, nos mataba a tiros un pregonero. En una oportunidad secuestró al catire Edgar Larralde y pasamos la peor noche sabiendo que le estaban cobrando sus caricaturas a palo. Después nos llegó una colección de citaciones ante la Digepol, de la cual nos salvó el joven diputado José Vicente Rangel haciéndose responsable bajo inmunidad parlamentaria del contenido de la publicación. El gesto no era ninguna minucia: había congresistas presos y desaparecidos. Gracias José Vicente por el favor concedido.
Kotepa dirigía la reunión con un protocolo que para los políticos tenía visos de sesión de crítica y autocrítica y para los escritores ribetes de taller literario. Cada quien leía su cuerpo del delito, o sea su colaboración ante el más implacable tribunal: el de los colegas.
-Está muy largo. Es caliche. Eso no le gusta al pueblo. Es jocoserio- eran las temidas sentencias que determinaban el pase de las cuartillas culpables a rotograbado, es decir, rotas a la papelera. Aunque usted no lo crea, Chun Morales recogió ese material desechado y alimentó con él varios números completos de un semanario competidor.
El procedimiento era cruel, pero nos enseño por la vía rápida concisión, economía expresiva, actualidad periodística. A veces una explosión de risas saludaba la lectura de la “Entrevista con un crucigramista” por Otrova Gomás, de las invenciones de Igor Delgado, de “Las cosas que caracterizan al perfecto adeco” de Aníbal Nazoa, de algunos versos que enviaba Aquiles desde La Victoria. Las estentóreas carcajadas de Rubén Monasterios se sobreponían al tumbo de las rotativas, que arrancaban a medianoche.
Todavía más drástica que la selección de los textos era la de las ilustraciones. Pedro León Zapata o Régulo Pérez o William Castillo exponían sus desnudas Frinés ante un jurado de prosistas con escasa imaginación visual. Dibujante aficionado, padecía yo por partida doble, Kotepa desconfiaba de las caricaturas y prefería para portada los fotomontajes, que le parecían más reales. Ello desencadenaba interminables polémicas. El clímax de la noche era la lectura del género más difícil: el de las manchetas. Uno no debería escribir o decir más que esencias, o sea manchetas. A veces éstas chisporreteaban como humor verbal. Un mandadero colocaba unos refrescos sobre una pilastra de periódicos viejos, y ya le apuntaba Zapata:
-Déjalos ahí, para que se conserven fríos.
Después se marchaba Kotepa para alguna pensión donde guardaba sus únicas posesiones: una maleta de cartón con dos trajes y demasiados recuerdos. Los de promotor de la protesta del 28. Los de prisionero político a los quince años. Los de exiliado después. Los de organizador de la huelga que paralizó durante mes y medio la producción petrolera en 1936. Los de creador del legendario “Morrocoy Azul” y de “Ultimas Noticias”, el tabloide más leído por las masas de la época. Los de desposeído de él por las conjuras financieras que siempre se levantan contra la libertad de expresión. Así pasaron sus décadas a la espera de una revolución o un nuevo periódico que nunca acababan de cuajar.
De las organizaciones revolucionarias a las cuales entregó su vida y varias fortunas sólo le quedaban un seudónimo ruso (Kotepa: hombre de hierro) y una convicción inoxidable. Muchos de los dirigentes que lo segregaron terminaron mereciendo su dicterio contra la generación del 28: “casi todos sacaron su presa del sancocho”. Francisco José Delgado sacó nada más y nada menos que su integridad. Su existencia fue como la mancheta que todos quisiéramos escribir o vivir: concisa, contundente, polémica, llena de humor y de sentido y de una brevísima extensión de 91 años.
PUERTA DE CARACAS
EN POCAS PALABRAS
ANÍBAL NAZOA
Estamos en tiempo de premios y recompensas. Sin olvidar a nuestro entrañable amigo y maestro (como humorista y como luchador) Claudio Cedeño, a la dulce Edén Valera, la muchacha zuliana que se metió de frente a la tarea de informar al país; Edén, con el nombre tan bien puesto porque es un jardín hecho mujer y sin embargo, no olvida sus obligaciones para con el objeto de su labor, es decir la gente, nos satisface enormemente el Premio Municipal de Periodismo conferido a nuestro entrañable amigo Kotepa Delgado. Hombre colocado por la historia contemporánea de Venezuela muy por encima de premios y distinciones, Kotepa Delgado es uno de los ciudadanos más meritorios de Venezuela sin discusión, y aquel que quiera discutirlo puede repasar su currículo que lo señala como fundador del periodismo moderno en el país, luchador incansable por la libertad con pasantía por la Rotunda de Gómez y por el exilio y por todas esas circunstancias que él es el único que jamás las ha reclamado como títulos para escalar ni mucho menos para negociar la obtención de un vulgar cambur, fruta a la cual es definitivamente alérgico. Nadie, nunca, ha oído a Kotepa relatando los sufrimientos que debió soportar bajo la dictadura o bajo la democracia: él sólo cuenta anécdotas gratas que ponen de manifiesto su grandeza de alma, porque él es ante todo uno de los más grandes humoristas que han consolado a este país eternamente maltratado. Si algún punto de orgullo tenemos para citar en esta hora de reconocimientos, ese es el de contarnos entre los amigos de Kotepa. Una amistad difícil porque exige, modestia aparte, mucha pureza y mucha inteligencia.
“300 millones de desempleados en los países en desarrollo”
Ante ese titular nos ponemos a pensar en las grandes firmas de la prensa mundial, en las vedettes que con seis u ocho líneas dan la vuelta al mundo y ganan centenares de dólares. Si Kotepa –a quien le sobran títulos para serlo– fuese una de esas vedettes seguramente comentaría:
“La solución, aunque no lo crea ni el propio señor Waldhein (con ene, porque Kotepa siempre escribe mal los apellidos extranjeros por apego a aquella norma de Eça de Queiros según la cual los idiomas extranjeros había que hablarlos “particularmente mal”) está al alcance de la mano: basta con que todas las naciones aquejadas del mal de desempleo vuelvan sus ojos hacia Venezuela, donde el Gobierno Nacional acaba de aprobar un plan de Reforma Administrativa que no es, en resumidas cuentas, sino una multiplicación de los cambures digan lo que digan”.
Lástima que Kotepa no sea un Escarpit o un Chapuis sino un Kotepa.
AL SON DE SU HUMOR
Aníbal Nazoa
Cuando se escriba la Vera Historia del humor venezolano, los cronistas tendrán que comenzar por presentar excusas por el homenaje que le quedaron debiendo a uno de sus más ilustres representantes. Me refiero a Kotepa Delgado, más conocido por este nombre que por el supuestamente verdadero que le dio el Registro Civil: Francisco José Delgado Segura. No se sabe por dónde empezar, mucho menos por dónde terminar a la hora de enumerar los méritos de este Kotepa cuya desaparición física está lamentando Venezuela. Por decir algo, recordemos que fue el fundador del periodismo moderno en Venezuela, autor del milagro de dar vida a un diario que el pueblo defendía como su vocero, entre otras cosas, porque costaba –aunque usted no lo crea– un centavo y a ese precio ofrecía la información más completa y de más cómoda lectura. Amigo y colaborador de LEO en los días de Fantoches, Kotepa fue también el fundador del más famoso de nuestros periódicos humorísticos, El Morrocoy Azul, y en eso lo acompañaron Miguel Otero Silva y el gran caricaturista Claudio Cedeño, director-fundador del semanario, que lo reconocía como su “cofundador, codirector, copropietario y co-tepa”.
KOTEPA ANDA POR AHÍ
Desaparecido el Morrocoy entre las fauces de Laureanito Vallenilla, Kotepa vino a ser referencia mayor del humorista venezolano bajo la democracia puntofijista que todavía padecemos. La Pava Macha, La Sápara Panda, El Infarto, son algunas de sus creaciones que en prosa y en verso vigilaron permanentemente los abusos de esa democracia que nunca dejó de perseguirlos. Como político, Kotepa fue de esos que, al decir de los cubanos, “no destiñen”, revolucionario desde el primero hasta el último instante de su carrera, según lo recordó él mismo en las palabras que pronunció recientemente para despedir a su entrañable camarada Juan Bautista Fuenmayor. Se contó entre los fundadores del Partido Comunista de Venezuela, entre los dirigentes de la huelga petrolera de 1936, entre los expulsados del “Flandre” bajo el gobierno de López Contreras y entre los efectivos en la lucha contra la dictadura de Pérez Jiménez. Miembro de la Generación del 28, no es exagerado decir que él fue el pobre de esa generación, y en este sentido no está demás recordar que uno de los rasgos que lo distinguieron fue su terror casi irracional al dinero. Si usted quería ver a Kotepa huir despavorido, bastaba con mostrarle un fajo de billetes, porque él había hecho un voto de pobreza que nadie le había pedido y, según dice Manuel Caballero exagerando un poco, es el único de la generación (del 98, indica Manuel) que conserva intactos sus dientes gracias a no haberlos usado casi nunca”. Cuesta demasiado resumir en un artículo lo que uno siente ante la desaparición de un hombre como Kotepa Delgado. Los recuerdos se agolpan y se nubla de verdad la vista. Son demasiados años de amistad, más de cincuenta, los que me unen a Kotepa y a la familia de Kotepa. Puedo empezar a contar desde los días de El Morrocoy Azul, en realidad desde mucho antes porque lo conozco desde cuando vi, siendo yo todavía un niño, su retrato en el famoso Libro Rojo del gobierno de López Contreras, con el coco raspado y descrito como uno de los más peligrosos agentes del comunismo internacional, en lo cual no le faltaba razón a la policía lopecista.
Preso de La Rotunda, condenado a trabajos forzados sine die en la carretera de Araira, nunca se le oyó pedir recompensa alguna por aquellos sufrimientos, aunque bien merecida se la tenía. De sus años en La Rotunda recordaba algunos rarísimos momentos gratos, como aquellos de los sueños que compartía con sus compañeros de infortunio cuando se ponían a soñar con la Venezuela libre que conocerían algún día, en el estilo de la Balada del preso insomne, de Leoncio Martínez. Ya habrá tiempo para evocar con más calma la figura incomparable de Kotepa. Mientras tanto, evitemos el justificado lugar común –“él está vivo en nuestros corazones”– cantando en voz baja aquella vieja canción norteamericana: “Old soldiers never die, they just fade away” (los viejos soldados nunca mueren, sólo se desvanecen). En cuanto a nosotros, los que tenemos la felicidad de haber sido amigos de Kotepa, digamos que no pudieron con él, mejor dicho con nosotros. Lo bailado no nos lo pueden quitar. Es más, seguimos bailando al son de la memoria inmortal de Kotepa.
KOTEPA ANDA POR AHÍ
EARLE HERRERA
Quiero escribir una crónica alegre para Kotepa Delgado y estoy triste. Pero no puedo pergeñar unas cuartillas tristes para quien durante 91 años militó en la alegría. Y desde la tercera década de este siglo hasta la última que ya dobló la esquinas, inscribió su nombre y sus sobrenombres (llámenlos seudónimos) en lo más alto del periodismo moderno venezolano, tanto en el humorístico como en el llamado serio, que con demasiada frecuencia resulta tan cómico.
Cuando faltaban 72 horas para el arranque oficial de la campaña electoral de 1998, Francisco José Delgado, el gran Kotepa, dijo a sus amigos y relacionados: “Si ustedes quieren se quedan, pero yo me voy”. Ya había escuchado bastante sin que la cosa se oficializara: uno de los candidatos, comparado con Sócrates, otra prometiendo traes la copa mundial de fútbol para Venezuela en el 2002; el CNE “pagando” 500 millones de bolívares por “equivocación” y desapareciendo más de 7 millardos en publicidad; el lingüista Donald Ramírez dándole altura al debate al acusar a sus rivales de “tener culillo”; un aspirante arribando en tractor al cuerpo electoral y los partidos pidiendo que les aumenten la cuota de 15 millardos que ya les arrimaron.
Kotepa se fue por allí a cualquiera esquina, a cualquier lugar, para poner distancia frente a la chatura y el mal gusto. Pero no se fue. Los hombres con su prosa, su verso y su humor jamás se marchan de ninguna parte. Su nombre está en todos las columnas que escribió, hasta hace pocas semanas. Y su vida, que es una vida de lucha y luces, en la historia contemporánea de Venezuela. Al cerrar los ojos a los 91 años Kotepa seguía soñando con la patria buena y todavía no alcanzaba con que soñaba aquel joven que por 1928 desafió a la dictadura. Y lo hacía cuando tantos jóvenes y no tan jóvenes de hoy han arriado sueños y banderas.
Kotepa, para los seudodemócratas, era un mal ejemplo, y para los tránsfugas, esos que racionalizan su plato de lentejas con la palabrita “modernización”, para estos, era una afrenta. Él no pretendía ser lo uno ni lo otro, sino un luchador consecuente con sus ideales, como lo fue hasta el segundo final de su casi un siglo de existencia. El sugerente nombre de su columna “Escribe que algo queda”, que cito con orgullo en mi libro sobre el periodismo de opinión publicado el año pasado, siempre me pareció bellamente irónico para quien con su escritura nos dejó tanto y mucho.
Conocí a Kotepa una noche en la casa de Aníbal y María Nazoa y para mí fue un día privilegiado. Me felicito por la mistad de Franzel e Igor, sus hijos. Y me solidarizo con toda su familia. Claudia, su nieta fue mi alumna. Y en mis clases de Periodismo Humorístico, en la UCV, siempre Kotepa está presente. Y es inevitable porque desde “Fantoches” (con Leoncio Martínez) su nombre está ligado a casi todas las publicaciones que llenan la historia del periodismo de humor en Venezuela. Y eso es lo que yo quiero, que mis alumnos aprendan a ver el mundo por su noble Periscopio. Con amor, con humor, con inteligencia y con grandeza.
Puede Kotepa –y de seguro así fue– hacer suya letra a letra la frase del escritor antinazista Julius Fucik: “Hemos vivido para la alegría; por la alegría hemos ido al combate y por la alegría morimos. Que la tristeza no sea unida nunca a nuestro nombre”.
PS: No hay “PS”. Kotepa Delgado duerme y no nos quiere tristes.
JESÚS SANOJA HERNÁNDEZ
KOTEPA: HUMOR Y PERIODISMO
Fue un humorista de los que pasan a la historia
Con Kotepa muere un hombre que nació con el humorismo en los labios y vivió de él sería y gravemente: de pensión en pensión, con equipaje ligero, y siempre con el lema de “escribe que algo queda”. Fueron muchos los semanarios humorísticos de los que fue fundador o cofundador, desde aquel inolvidable El Morrocoy Azul hasta la Saparapanda, pasando por La Pava Macha y El Infarto.
Bautizado con los nombres Francisco José, no le gustaba que así lo mentaran, sino simple y llanamente Kotepa. Guardo por allí una foto, creo que en postal del estudio Manrique, del Kotepa de los años treinta, reproducida más tarde en el Libro Rojo. La “post card” formó parte del prontuario anticomunista levantado por el gomecismo de aquellos tiempos, comprendidos entre la fundación de las primeras células y los grupos marxistas (1930-31) y la expulsión de muchos de sus integrantes, ente ellos Kotepa, quien salió hacia Colombia.
Como recordaba yo en reciente reportaje sobre Gustavo Machado (El Nacional, 26 de julio), Kotepa escribió testimonios carcelarios luego recogidos, junto con los de Manolo García Maldonado, Jóvito Villalba, Key Sánchez, Herrera Umérez, Otero Silva, Rafael Mendoza y Ambrosio Purroy, en el libro Presidios de Venezuela, impreso en Bogotá, justo cuando Gómez agonizaba, lo que impidió, por la premura de los exiliados en su afán de regresar, su circulación en el país. Más tarde, a mitad de los 80, Catalá reimprimió el libro con prólogo de Gustavo Machado.
Dos narraciones de Kotepa, firmadas con el seudónimo de Héctor Suárez Romero, son antológicas especialmente “El delito de ser loco”. De ella dijo Gustavo Machado: “El relato sobre el caso de Jesús María Arroyo conjuga la vivacidad del narrador con cierta penetración psicoanalista y un fino humorismo dentro del horrendo ambiente carcelario”. Las arengas del loco Arroyo Pacheco en la cárcel figura, a mi modo de ver, como una de las piezas maestras de la narrativa corta en Venezuela.
El año 41 fue decisivo en la vocación humorística de Kotepa, al alentar con el Catire Irazábal, Miguel Otero, Claudio Cedeño y otros una empresa que, en su terreno, sólo resiste comparación en este siglo con Fantoches, pues el Morrocoy Azul no tuvo un sucesor que lo superara en duración ni en la integración de sus equipos, y eso pese a la aparición de Dominguito, El Tocador de señoras y aun los mismos semanarios donde él constituyó la figura central, como lo fueron La Pava Macha y la Saparapanda, donde figuraron los mejores humoristas de los años 60.
Además de Kotepa, en El Morrocoy Azul usó los seudónimos de Máximo Bluff (tal vez parodia de Máximo Blum, dueño de céntrico establecimiento comercial) y Supernumerario. Como en otras oportunidades he anotado, los seudónimos utilizados por Miguel Otero Silva, en aquel semanario impar, donde escribieron los Nazoa, Antonio Arráiz, Andrés Eloy Blanco, Isaac Pardo, Gabriel Bracho Montiel, Manolo García Maldonado y otros, fueron los de Morrocuá Descartes, Mackey, Lucido Quelonio, Sherlow Morrow, Morrocoy Sprinter, Quelonio Morrocua y Dr. Morocco Cañí. Y el mismo Kotepa, en otras oportunidades, apeló a los de Canopus, Koy y Canopus Antares.
No conforme Kotepa con la aventura humorística de El Morrocoy, emprendió la seria y exitosa de Ultimas Noticias al lado de figuras tales como Pedro Beroes, Vaughan Salas Losada, Nelson Luis Martínez y otros. El tabloide causó revuelo en la Caracas de los 40 y tan popular fue que sus detractores contribuyeron a “democratizar” aún más su lectoría al llamarlo, no “el diario del pueblo” sino el “diario del perro” y “el diario de las cocineras”. Pero el equipo inicial perdió el control del rotativo, que pasó a manos de Capriles, historia que alguna vez contó Padilla Arteaga.
Retrocediendo a El Morrocoy Azul, algunos de los muchos trabajos de Kotepa fueron estos: “Informaciones de guerra de la Ju Jú Press”; “Entrevista relámpago con el el loco de Bertohesgarden”; Entrevista relámpago entre el general Arévalo Cedeño en francés Le Press; de Canadá; “Un misterioso avión se enreda en als faldas del Avila”; “Mister Linas y Gustavo Zingg”; “Las mujeres irrumpen en el Congreso y capturan a Calderita y Lara Peña”; “La ceiba de San Francisco implanta horario corrido”; “Noticias en la UCV”; “·Comunicado de la Junta Reguladora”; “A los periodistas de Caracas se les prohibe aterrizar en Bogotá”; y “Un gran duelo de prensa”. Todos firmados por Máximo Bluff.
Y como Supernumerario: “Luz, más luz”; “Fantasía criolla: cuentos que se lo olvidaron a Walt Disney”; “Máximo y Caracciolo traban relaciones”; “¿Por qué se inauguró apresuradamente el Hotel Rockefeller?”; “El problema del papel”; “Eminentes abogados hablan sobre la escasez de carne”; “La víctima de la partogenesia”; y “¿De dónde por fin es Pedro Sotillo?”.
Interesante es, por sus revelaciones, el material de Máximo Bluff publicado el 25 de marzo de 1942 con el título “Los que hacen El Morrocoy Azul”. Tengo la sospecha de que además de los dos citados seudónimos de Kotepa creados especialmente para el quelonio azul, introdujo un tercero, el de Velikic Lukic.
Véase por donde se vea, el miércoles murió un humorista de los que pasan a la historia. Cuando hace un decenio recibió el Premio de Periodismo, Kotepa declaró: “un recuerdo para los grandes hijos que me han engendrado como padre: un abogado que me defiende y un psiquiatra que me controla”. Se refería, desde luego, a Igor, el humorista (y extraordinario narrador) y a Franzel, el médico que lo acompañó hasta el final.
HUMOR Y GLORIA
ROBERTO MALAVER
Los rumores le están haciendo mucho daño al país. Hay gente que dice, por ejemplo, que Kotepa Delgado se murió. Hay otros que van más allá, y dan fecha y hora: El 5 de agosto, a las seis de la tarde, se murió Kotepa. Pero hay unos más audaces que, con sus caras tan serias, como para que uno les crea, llegan a decir que fueron primero a la Funerario Vallés y después al cementerio. Qué barbaridad. No sé porqué quieren matar a Kotepa.
Y yo escribo para callar esos rumores. Para decir que es mentira, para decir que Kotepa está aquí. Y para muestra se los voy a poner para que lo lean.
Cuando hice mi tesis de grado acerca del humor de “La Pava macha”, el semanario que dispara primero y averigua después, donde Kotepa era el director, me dijo Kotepa:
-“La Pava Macha” era un periódico muy politizado. Sumamente politizado. Era explicable su existencia por las condiciones políticas del momento, por el hecho de que AD en el poder había roto las ilusiones de todo el pueblo de Venezuela que había luchado el 23 de enero para conseguir la libertad. A ese pueblo se le habían encaramado encima unos agentes de Rockefeller, que eran los adecos, que soltaron la represión contra los sindicatos, contra los estudiantes, contra la guerrilla. Eso explicaba la existencia de “La Pava Macha”, así como la tolerancia del Gobierno, porque hay que anotarle a Betancourt y a Carlos Andrés Pérez que sí tomaron represión, pero no pasaron a la dictadura. Ellos se mantuvieron dentro de las normas democráticas”.
¿Se dan cuenta? Kotepa sigue aquí, hablando y disfrutando su manera de enfrentar la mala política. Y sigue diciendo Kotepa:
-“La Pava Macha, desde el punto de vista político, fue el periódico más agresivo que hubo. Desde el punto de vista humorístico no fue un periódico malo. Fue un periódico que contaba con la colaboración de los mejores escritores: los dos Nazoa –Aquiles y Aníbal-, Britto García, Jaime Ballestas, Zapata. No podía ser un periódico malo. Era muy popular: Era un humorismo asequible al pueblo y era un mal negocio, como todos los periódicos humorísticos. Ha sido el que más se ha vendido y al que más le he sacado provecho. Todos los colaboradores cobraban”.
Y Kotepa se alegra y sigue hablando con humor y gloria –porque se la merece– de su punto de vista acerca del humorismo:
-“Con humor no se tumba gobierno. El humor consagra un tipo de cosas, eso es lo que yo creo, habiendo hecho ya cuatro periódicos humorísticos. Si uno quiere ser humorista tiene que hacer cosas trascendentales. El humorismo diario no tiene ningún valor. Lo que vale de Job Pim son sus versos, muy buenos. Pero no los anti-gomecistas. Eso les da aureola, pero no les da calidad humorística. Y ¿quién hacía humorismo trascendental? (cómo puede estar muerto un hombre con el que estoy hablando).
“El único que hacía humorismo trascendental era Aquiles Nazoa. Porque Aquiles no era político. Todo lo que Aquiles publicó en “La Pava Macha” era para sus libros. En “La Pava Macha” yo le pagaba a Aquiles dos sueldos, su sueldo por colaborador y una locha por cada línea de verso. Ahí publicó Aquiles unas vainas de antología. Publicó ahí la “Carta del hijo en el día del padre”: “¿Papaíto, cuando yo nací lo primero que tú dijiste fue: Este carajo no es hijo mío”. Aquiles era una vaina del carajo.
¿Se dan cuenta? Kotepa está aquí entre nosotros. Lo que pasa es que cuando lo queremos ver y leer, tenemos que buscarlo en las páginas de sus periódicos humorísticos y en sus columnas de El Nacional.
Pero es verdad: los rumores le están haciendo mucho daño al país. Dígale no al rumor. Porque eso de estar diciendo por ahí que se murió Kotepa, es un mal chiste.
A KOTEPA, DE FRUTO VIVAS
KOTEPA:
Después de haber
recorrido completo
Con tu puñal de acero has defendido nuestra dignidad
el siglo 20 te me has quedado
dormido.
pensativo,
vigilándonos desde adentro
como
lo fuiste siempre.
Naciste
apenas cuando Maria Curie
descubriera
el radio y sin saberlo ni quererlo
tú
viste los fogonazos gigantes sobre
el
cielo azul de Hiroshima y Nagasaki bajo
la
majestad de otro volcán igual: el Fujiyama.
Naciste cuando
la primera masacre de la Rusia zarista castró los
sueños
de los primeros bolcheviques, viste ondear la hoz
y
el martillo en el Palacio de Invierno y el puño en alto
de
Vladimir Ilich Lenin en el nacimiento de un sueño que
nos
marcó a todos los oprimidos de la tierra.
Viste
el primer vuelo de los hermanos Wrigt
de
Santos Dumont y de Juan de la Cierva
pero
también viste el primer sputnik
cantar
un himno de esperanza.
Fuiste
testigo de los más grandes acontecimientos científicos
con Finlay. Rangel.
Pauling. Von Braun. Ponte Corvo...
pero
también viste correr la sangre de miles de patriotas
en todas
las agresiones feroces del fascismo alemán, de los
imperialismos inglés, francés y norteamericano.
Viste a Sandino hacer morder el polvo a los gringos en Nicaragua
a Fidel, Camilo y el Che entrar en La Habana
cantar la internacional, bajo la estrella
solitaria con Martí vigilante.
Fuiste actor en la lucha contra Gómez y supiste cuánto pesan
un par de grillos, conociste a Pío Tamayo, Andrés Eloy Blanco, a
Peñaloza,
fuiste puntal de un sueño: la democracia. Hoy corrompida,
pisoteada, lacerada.
Con tu puñal de acero has defendido nuestra dignidad
nuestra soberanía y al igual que Bolívar
“tu nombre crecerá con los siglos como crece la sombra
cuando el sol declina.
Hasta siempre
FRUTO VIVAS (Agosto de 1998)
UN RECUERDO PARA KOTEPA
Kotepa vino al mundo a principios de siglo, en 1907, cuando su Duaca natal podía vanagloriarse de aquel título de “Perla del Norte” que con cariño por la belleza natural de sus paisajes y su pujante progreso económico y cultural cafetalero le había dado el General Aquilino Juárez. Hijo de Francisco Delgado Estévez y María Segura de Delgado, Kotepa sería bautizado como Francisco José, para más tarde llamarse como lo conocieron todos los venezolanos de entonces y de ahora, simplemente Kotepa, es decir, hombre en ruso.
De aquella Duaca de principios de siglo, la Duaca de su infancia y solar de sus padres, Kotepa nos dejó esta sentida evocación: “No era como Brujas, la apacible ciudad belga; “una página de Kempis perdida en una libreta de cheques” como decía el conferencista español García Sánchiz, pero se había hecho famosa en la región porque en aquel pueblo “había primavera hasta en verano”, sus habitantes eran cultos y afables y sus calles anchas, largas y planas circunscritas por tres bosques umbríos que suministraban oxígeno de primera mano y agua para siempre potable”.
El nombre de su padre, Francisco Delgado Estévez, estuvo ligado al mundo cafetalero de entonces pues fue socio, junto a Francisco Bortone y Pedro Javier, dos apellidos también de tradición duaqueña, del Central Cafetalero que a principios de siglo habían fundado los empresarios de la firma Bach y Röemer de Puerto Cabello, grandes exportadores de café. La Trilla, que así se llamaba, y el jardín contiguo a la estación del ferrocarril fueron para Kotepa recuerdos gratos de infancia. De aquel escenario nos dice: “Otra de las siete maravillas de Duaca era sin duda la estación del ferrocarril. Construida en el más puro estilo inglés, a la vera de un hermoso jardín de casi cien metros cuadrados y frente a un bonito chalet que hacía de confortable hotel. Para completar aquella ilustración de Gustavo Doré había grandes y rudos almacenes de mercancía y unas maquinarias para descerezar café que ocupaban casi una manzana. A ésta la llamaban “La Trilla” y en sus espacios correteaba este servidor porque mi padre era uno de sus dueños”.
Kotepa hizo sus estudios primarios en Duaca, de la mano, entre otros educadores, del Padre Félix Quintana, el mismo que culminó la construcción de las cinco naves de la actual iglesia de San Juan Bautista, para realizar sus estudios de bachillerato en el afamado Colegio La Salle de Barquisimeto, donde el Hermano Luciano lo llamaba “la perla de Duaca”. En sus aulas y escribiendo para El Impulso de entonces, el joven Kotepa da los primeros pasos de la que será una brillante carrera periodística a la cual le dedicó toda su vida y por cuya trayectoria recibió el Premio Municipal de Periodismo en 1974 y el Premio Nacional de Periodismo en 1975. En este campo fue prolífico y singular: Fundador de Ultimas Noticias (1941), de la revista Actualidades (1955) y de casi todos los periódicos humorísticos que han existido en Venezuela desde El Morrocoy Azul hasta La Pava Macha, El Infarto y La Sapara Panda.
De su labor pionera en este campo dijo en una oportunidad Miguel Otero Silva que Kotepa “fue el introductor del diarismo moderno, reporteril, noticioso en Venezuela”. En la edición XXXIX aniversario de El Nacional, donde mantuvo desde 1973 dos columnas de deleite humorístico, afirmación venezolana y crítica social “Que tiempos aquellos” y “Escribe que algo queda”, en esa edición dedicada al periodismo humorístico en nuestro país, se señala a Kotepa como el “decano de los humoristas de Venezuela”, identificado más con los ideales del pueblo que con sus costumbres.
Cuando Kotepa se fue a Caracas a estudiar en la Universidad Central de Venezuela, tal vez no imaginaba que su nombre iba a estar inscrito con letras doradas en la llamada Generación del 28, de cuyos ideales libertarios se mantuvo fiel hasta el final de sus días. Por ello, pudo escribir en 1986, a propósito de la muerte de sus amigos Horacio Vanegas, Adolfo Herrera Pinto y Jesús Reina Morales este claro y oportuno balance: “De esa generación apenas sobrevivimos escasas sesenta personas; la guadaña se está llevando a todos los protagonistas de aquel gesto colectivo y casi heroico de entregarse presos a Gómez para protestar contra la falta de democracia y la sobra de imperialismo. La generación fracasó en sus objetivos porque una de sus ramas (Betancourt-Leoni-Montilla) hizo la democracia pero a la sombra del imperialismo. Casi lo mismo hizo Boves en la época de la Independencia, acaudilló a las masas pero a favor del imperialismo español”.
Y Kotepa sufrió cárcel y destierro por aquellos ideales de redención social que lo llevaron a ser uno de los fundadores del Partido Comunista de Venezuela en 1931. Producto de aquella labor política, su nombre está, además, inscrito en la Historia del Movimiento Obrero venezolano, como uno de los primeros organizadores de la clase trabajadora petrolera del Zulia, al lado de su eterno compañero y camarada Juan Bautista Fuenmayor. Para el historiador del movimiento obrero petrolero venezolano Paul Neheru Tennasse, a pesar de existir el interés organizativo en el seno de los obreros petroleros zulianos desde 1928, no fue sino hasta 1935 con la llegada de Fuenmayor y Kotepa a Maracaibo que se impulsó definitivamente la organización sindical petrolera con la constitución de las primeras células de empresa, que llegaron a liderizar la gran Huelga Petrolera de 1936.
Desde aquellos años de transición política que siguieron a la muerte de Gómez en 1935, en especial, desde las jornadas de lucha democrática de 1936, cuando era un activista revolucionario de primera línea hasta el pasado 5 de agosto de 1998, cuando dejó de existir en Caracas, custodiado de sus hijos, amigos y familiares, Kotepa mantuvo siempre en alto la bandera de aquellos ideales que le dieron sentido a su vida: la lucha por un mundo mejor para su pueblo venezolano. Para Kotepa, hombre, nada de lo humano le fue indiferente. Y allí está su obra escrita como el mejor testimonio de su tránsito por este mundo. Grande en su sencillez, puede decirle al Libertador en la eternidad “también fui útil”.
En agosto de 1988, la Casa de la Cultura de El Eneal le rindió un sentido homenaje, al cual asistió acompañado de su entrañable amigo Aníbal Nazoa y de las “Moño suelto”, Milagros Camejo y la negra Camacho, estando ausente la “Delia Fiallo del grupo” la gorda Rivero. En junio de 1997, el reencuentro de los duaqueños celebrado en el marco de las Fiestas Patronales llevó su nombre y allí lo escuchamos sonriente y dicharachero, envuelto en aquella chaqueta que lo protegía del húmedo frío duaqueño que molestaba sus pulmones. Desde aquellos días no lo vi más hasta saber de su enfermedad y luego de esa muerte suya, que a pesar de llegar a los 91 años, nos pareció tan sorpresiva y dura, como toda muerte de un amigo.
Para los duaqueños queda cumplir el compromiso asumido de darle su nombre “a la más humilde de las calles de mi pueblo”. Asimismo, el compromiso de reunir una selección de sus escritos para devolverlo a su pueblo venezolano como el testimonio de su pensamiento y expresión trascendente de su quehacer público. A sus hijos, Igor y Franzel, la mano abierta de sus coterráneos que no quieren olvidar a Kotepa y la invitación para que sembremos en la mente y corazón de nuestros muchachos la admiración y el respeto por quien tanto merece y tan poco exigió. Hemos abierto el libro de poemas de Antonio Machado, hermano mayor de Kotepa, para leer en su memoria este verso que pudo haber sido escrito para nuestro amigo y camarada:
“Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté a partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontrareis a bordo, ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar”.
EL COMPROMISO DE UN ABUELO
CLAUDIA DELGADO B.
Hace dos semanas cuando mi papá, Igor Delgado Senior, fue a ver a Kotepa a la clínica le dijo: “Kotepa te ves bien de semblante”. A lo que mi abuelo le respondió: “Es que yo no estoy enfermo del semblante, yo estoy enfermo de otra cosa”. Siempre fue así, con ese humor tan especial que nunca lo abandonó.
A punta de suero y arepas de su tierra Duaca, mi abuelo pensaba que iba a ser inmortal para ver el sistema comunista en todo el mundo. Yo también creía que siempre lo iba a tener a mi lado. Será demasiado difícil no sentir sus abrazos sofocantes y dejar de escuchar sus anécdotas irresistibles.
El ser nieta de Kotepa no es una tarea fácil, sobre todo compartiendo las páginas de El Nacional. Las comparaciones son odiosas y el compromiso con él es enorme.
Lo que me enseñó mi abuelo, por sobre todas las cosas, fue él mismo. Un hombre que vivió de sus sueños y nunca los abandonó. Incorruptible con sus ideales, de los que no se alejó ni por un instante y ese es precisamente su gran legado.
Kotepa nunca tuvo apego a las cosas materiales y durante los últimos años vivió como un nómada entre Caracas, Duaca y la pensión Guánchez, en la Guaira. Una de las cosas que más me impresionaba de él es que sus columnas las escribía haciendo uso solo de su memoria, nada de libros de referencia o enciclopedias, para luego dictarle por teléfono a Lucila los artículos.
Cuando hice mi tesis de grado sobre Ultimas Noticias, fundado por Kotepa con apenas 7 mil bolívares y que se constituyó en un diario que revolucionó el quehacer periodístico, compartimos muchas horas ante un atento grabador. Alternando el relato con cuentos de familia y su agudo análisis político, disfrutamos momentos realmente especiales. Ese fue un pequeño homenaje que siempre le quise hacer. Sin embargo, el tiempo no nos dio chance para trabajar en el periódico que quería fundar y del que estaba seguro sería todo un éxito. Incluso ya tenía lista la maqueta, de la que no me hablaba mucho para que no se le fuese a copiar El Nacional.
En su último momento de lucidez me dijo: “Claudia, te quiero mucho”. Yo también abuelo mucho, pero mucho, mucho.
A punta de suero y arepas de su tierra Duaca, mi abuelo pensaba que iba a ser inmortal para ver el sistema comunista en todo el mundo. Yo también creía que siempre lo iba a tener a mi lado. Será demasiado difícil no sentir sus abrazos sofocantes y dejar de escuchar sus anécdotas irresistibles.
El ser nieta de Kotepa no es una tarea fácil, sobre todo compartiendo las páginas de El Nacional. Las comparaciones son odiosas y el compromiso con él es enorme.
Lo que me enseñó mi abuelo, por sobre todas las cosas, fue él mismo. Un hombre que vivió de sus sueños y nunca los abandonó. Incorruptible con sus ideales, de los que no se alejó ni por un instante y ese es precisamente su gran legado.
Kotepa nunca tuvo apego a las cosas materiales y durante los últimos años vivió como un nómada entre Caracas, Duaca y la pensión Guánchez, en la Guaira. Una de las cosas que más me impresionaba de él es que sus columnas las escribía haciendo uso solo de su memoria, nada de libros de referencia o enciclopedias, para luego dictarle por teléfono a Lucila los artículos.
Cuando hice mi tesis de grado sobre Ultimas Noticias, fundado por Kotepa con apenas 7 mil bolívares y que se constituyó en un diario que revolucionó el quehacer periodístico, compartimos muchas horas ante un atento grabador. Alternando el relato con cuentos de familia y su agudo análisis político, disfrutamos momentos realmente especiales. Ese fue un pequeño homenaje que siempre le quise hacer. Sin embargo, el tiempo no nos dio chance para trabajar en el periódico que quería fundar y del que estaba seguro sería todo un éxito. Incluso ya tenía lista la maqueta, de la que no me hablaba mucho para que no se le fuese a copiar El Nacional.
En su último momento de lucidez me dijo: “Claudia, te quiero mucho”. Yo también abuelo mucho, pero mucho, mucho.
ERAN LAS SEIS EN SOMBRA DE LA TARDE...
El humorismo y la ética de Venezuela están tristes. Ya los diarios de los espacios estelares lanzaron desplegada la noticia. –Viene Kotepa Delgado. ¡Cuando tuvieron que esperarte! Presurosos, Miguel Otero y Aquiles llamarán a los amigos a que alisten comitiva para prodigar la mejor bienvenida a quien tanta falta les hacía. Y coronarás tus más inverosímiles sueños, te toparás a Mark Twain, a Dickens y a Chesterton, mientras Marx, Lenin, el Che y Bolívar mirarán desde lejos, intrigados por tu llegada.
Casi venciste al siglo, y hoy, bien podrían resonar para ti en el eco de los tiempos, las conmovidas palabras de Martí ante la muerte de nuestro Cecilio Acosta: “ya esta hueca y sin lumbre aquella cabeza altiva que fue cuna de tanta idea grandiosa, y yerta aquella mano que fue siempre sostén de pluma honrada, sierva del amor y al mal rebelde”.
En momentos tan arduos para la patria, a tu querida Venezuela le resulta un costoso lujo perderte, porque le fuiste leal e insobornable soldado de su decoro, de su justicia y de su libertad. La Rotunda, el Castillo de Puerto Cabello, los trabajos forzados de Araira y la Seguridad Nacional, hechas para doblegar, convirtiéndose en brisa que aligeró siempre tu empeño indeclinable por la justicia social.
Nunca pudiste estar del lado del norte, ni del blanco, ni del rico, ni del injusto, y admira, que con tan imperturbable posición ideológica, asumida como compromiso vitalicio inquebrantable, jamás, nadie podrá atisbar en tus millones de frases escritas, un dejo de odio, de amargura o alguna impropiedad contra alguien, pues simplemente tu singular bondad no te lo permitía.
Tu cerebro podría ser una pieza para las más interesantes investigaciones científicas. Por tu desmedida inteligencia, por tu impresionante cultura, albergadas por neuronas que han tenido que ser excepcionales para luego de nueve décadas, aún asombrar con su intacto potencial. Ese mismo cerebro que como paradoja aparente de la vida, colapsó, pero te permitió convenir con la muerte de la manera más serena, entrando en especie de sueño celestial real, sin ser lastimado, como merecías, ni por el más leve dolor. ¡Una muerte, también inteligente!
Quien te conoció y habló alguna vez, ya no pudo olvidarte jamás. En esta tierra tan afecta a ensalzar famas vacías y vidas pequeñas mientras guarda inaceptable silencio ante los que le hacen su verdadera historia, serás ejemplo porque sí ejerciste en vida cuanto pregonaste en el papel, y renunciaste irrevocablemente a disponer de cualquier bien material, como si alguno te empañaría tu conciencia o maltrataría tus ideales, tanto, que al morir, tus hijos no tuvimos siquiera que retirarte algún viejo y gastado anillo de tus dedos, pues todo lo tenías y te lo llevaste adentro. Pero nos dejaste tanta compañía para la intemporalidad, como aquella: “yo tenía dos hijos, yo tengo dos brazos que llegan al cielo, yo tengo dos potros que van galopando por el ancho mundo de las ilusiones, tengo un hijo lago y otro volcán, que algún día lejano me recordarán”.
Moraste en un mundo al que no pertenecías, porque podrías resumir a un siglo y no conociste la envidia, ni la intriga, ni el desaliento, ni la ambición. Y estarás mejor allá, desde donde algún día, sonriente, mirarás lo que siempre anhelaste, tu Venezuela feliz, mientras nosotros, despertaremos cada mañana para regresar a la dura realidad en la que ya no estará, para siempre, quien le daba tanto sentido a nuestra existencia.
KOTEPA
IGOR DELGADO SENIOR
La muerte
es un ácido lugar común, una sorpresa aguardada, un tiempo de filos, pero jamás
nos acostumbraremos a ella aunque la advirtamos detrás de los espejos. ¡Maldita
muerte con sus dientes de férreos mordiscos! ¡Maldita su oquedad y sus
tenacidades contrarias! ¡Maldita absoluta, maldita a secas!
Kotepa, padre nuestro que estuvo en la tierra, quizás se burló de la muerte en el enfrentamiento definitivo, y tal vez le planteó el derecho (“¿me oyes, calva camarada?") de escribir una última crónica sobre la revolución eterna. Con chistes de oxígeno clínico, claro está, y la jocundia de quien siempre ofreció la sonrisa como temple de vida.
Kotepa, padre nuestro que estuvo en la tierra, quizás se burló de la muerte en el enfrentamiento definitivo, y tal vez le planteó el derecho (“¿me oyes, calva camarada?") de escribir una última crónica sobre la revolución eterna. Con chistes de oxígeno clínico, claro está, y la jocundia de quien siempre ofreció la sonrisa como temple de vida.
Debo a Kotepa sus genes humorísticos y
sus muy hondas enseñanzas. Recuerdo, junto a mi hermano Franzel, que nunca nos
castigó con penas físicas cuando cometíamos algún disparate infantil sino que
nos obligaba, según la brevedad de la falta, a elaborar resúmenes de libros o a
escribir cuentos breves, y no admitía el descanso hasta la culminación de la
tarea. Por supuesto, en esa época Franzel y yo no entendíamos los alcances de
su singularísima normativa, “papá, péganos y basta!”, pero hoy lo agradecemos
con alma de tinta y fervores de cuartillas.
“El humor es la inmensa salvación que posee el
género humano y la amistad constituye el más grande invento del hombre”,
afirmaba en medio de sus anécdotas renacentistas: Cultura de universo,
biblioteca de memoria, ciencia y humanismo engarzados a la palabra.
Y también la utopía como camino de justicia e ideales, porque imaginaba mundos
concretos, “hijos, ténganlo por seguro”, donde no existirían opresiones ni
gendarmes ni menesterosos. Y respaldó esa línea, durante casi el siglo, con una
dignidad a prueba de pequeños o atractivos beneficios. Aún su voz insiste: “El
dinero corrompe, los bienes estorban, el poder envilece”.
No juró votos de pobreza; sencillamente, altivamente, vivió de acuerdo con sus
inquebrantables principios comunistas. En azarosa oportunidad un amigo, al
verlo en limitaciones económicas, le propuso que elaborara algunos guiones para
la televisión. -¿Cuánto pagan?- preguntó Kotepa. “Cobrarás diez mil bolívares
por programa y son cuatro al mes”, respondió el solidario compañero. –“Entonces
no acepto, porque no sé que voy a hacer con tanta plata”.
Por su trashumancia y su libertad, nos permitíamos bromearle: “Papá, tú eres un
pensionado, pues andas de pensión en pensión”. Y otro amigo, comparando el
hábitat con las virtudes de Kotepa, lo llamaba “el Voltaire de la Pensión
Cantaclaro”. Y él reía a sus anchas modestas.
Aunque padeció cinco años de prisión en la Rotunda
y el Castillo de Puerto Cabello, varios exilios y trabajos forzados bajo la
dictadura de Gómez, jamás hablaba con tristeza o resquemor de las consecuencias
que afrontó. Aludía, en cambio, a las múltiples peripecias para engañar a los
esbirros, los círculos de estudio marxista, el sistema organizativo que dentro
de las celdas instauraron los presos del 28, y evocaba, asimismo, situaciones
del confinamiento: “Como no teníamos cigarros, nos fumamos todos los
colchones”. De ahí tu fraterno enfisema, Kotepa.
Escribió y algo profundo queda. Sus artículos,
diáfanos en el lenguaje y a la par llenos de argumentaciones políticas e
ideológicas, lo transformaron en un referente ético nacional. Los nuevos
lectores que no lo conocían de vista, trato, historia y comunicación, se
interrogaban luego de observar la frescura de los textos: “¿Quién es ese chamo
llamado Kotepa?”.
El chamo Kotepa, con 91 vidas entre cabeza y
pulmones, fundador de quimeras y periódicos, combatiente de la verdad y el
humorismo, digno hasta los magros huesos, ejemplo de los sueños despiertos,
fiel a los perennes amigos, gloria ajena a pedestales de gobierno y estatuas de
levita, se fue todavía pensando en crear una novela sobre La Rotunda y poner en
marcha un moderno tabloide que revolucionara los modos de la noticia.
Adiós, padre. Te
despido, con firme orgullo, con admiración a plenos soles, con esperanza de
seguir tus pasos, y con letras que me calman las lágrimas. Como tú querías,
padre.
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