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martes, 6 de marzo de 2018

NACIDO PARA PELEAR


  Hace 91 años puso fin a sus andanzas terrenales ese hombre extraordinario que se llamó .Antonio Leocadio Guzmán. De  sus  88 años de vida más de 60 los dedicó a la lucha, digamos que iimplacables, contra la Oligarquía  Conservadora. Por esa lucha fue  él, quizá, el más grande forjador de nuestra nacionalidad moderna.
  El acaudilló el primer Partido Popular de Venezuela; él  fundó el primer gran periódico de masas; él animó y dio bases a la más grande revolución que registra nuestra historia, la Revolución Federal.
Fue un hombre vital, pleno de talento, ambición y audacia y con una cultura no muy profunda, pero suficiente no dejarse  ningunear   por  los Juan Vicente González, Fermín Toro y demás capitostes sabios del Conservatismo.
  Mezcla de Guzmán el Bueno y de Guzmán de Alfarache, este Leocadio era capaz de lo más sublime y de lo más detestable. Fundador de "El Venezolano”, el primer gran periódico progresista, solía decir que “el papel lo  aguanta todo".

 Inspirador de la Federación, manifestó en una oportunidad que había escogido la Federación porque los otros se llamaban Centralistas; “si los otros se hubieran llamado Federalistas, nosotros hubiésemos escogido el Centralismo”.
Con pasión y altruismo este oligarca liberal defendió a los esclavos y oprimidos. Con insana ambición este personaje de Mateo Alemán dedicaba todos sus momentos a ver cómo lograba que el Perú pagara a él y a su familia el millón de pesos que una vez ofreciera al Libertador.
Era hijo de un oficial  español de mediana graduación y su madre era conocida como la Tiñosa. Pero eso no fue un obstáculo para él; hizo poner en su despacho el retrato de una hermosa mujer y lo mostraba a todos como el retrato de su madre. Y se llevó para su casa, como esposa, a una pariente  de Bolívar.
  Si tuvo una madre anónima y muy complaciente c los so!dado8, tuvo en cambio un hijo eminente, doctor y general, que fue presidente de Venezuela cuantas veces le vino en gana y a quien llaman con razón el Autócrata Civilízador. Lo que Guzmán no logró hacer como presidente, porque se quedó en vice, lo vió realizar a su  voraz hijo.
  Dicen que padre e hijo se repartieron a los dos caudillos federales: .Antonio Leocadio estaba de parte de Zamora y su engendro andaba en campaña con Falcón. Como murió Zamora y triunfó Falcón, fue el hijo y no el padre quien alcanzó la presidencia de Venezuela.
   Antonio Leocadio Guzmán en sus últimos tiempos usaba un bien disimulado blsoñé y el carmín de sus mejillas sólo tenía el mérito de haberle costado su dinero. Pero aquel viejo pintarrajeado que asoma de tarde, ya senecto, a  su ventana de .Altagracia, lleva debajo del bisoñé !os recuerdos más progresistas de la historia de Venezuela.
  La primera gran manifestación popular que se hizo en este país la provocó y l!evó a cabo Antonío Leocadio Guzmán, quien siendo jefe del  Partido Liberal salió de Caracas a caballo con unos pocos amigos a fin de entrevistarse con el General  José .Antonio Páez, para entonces dueño y señor de la Nación, Por todo el trayecto se fueron uniendo más y más jinetes y, entre ellos, un joven muy fogoso que se llamaba Ezequiel Zamora. Cuando Guzmán llegó La Victoria y desmontó en la casa del General Santiago  Mariño, aquello se había convertido en una ruidosa, magnifica y multitudinaria hazaña equina.
  En cabalgata de la muerte se transformó para  Guzmán su hermosa proeza, pues el gobierno conservador, presidido por Soub!ette,  no agitó esta vez la campanilla sino que apresó a Guzmán y lo condenó nada menos que a muerte. Al otro  agitador  llamado   Ezequiel Zamora no lo apresaron porque se fue  a las guerrillas.
 Guzmán se escondió cuando le dictaron auto de detención, refugiándose  en eso que llaman "concha" nuestros  modernos políticos para referirse a una casa amable que da asilo aún con riesgo de su vida.
   Juan Vicente González, quien manejaba la peinilla de policía tan brillantemente como la pluma, persiguió a Guzmán a la cabeza de un piquete de esbirros y al registrar su concha lo descubrió escondido en el fondo de un gran fogón antiguo que había sido tapado para los efectos. Con su voz de tiple le ordenó salir y Guzmán lo hizo para gran risa de todos los concurrentes.
   El autor de las Mesenianas escribió esta vez  una de sus páginas más negras; y  Guzmán, pícaro o bueno, iluminó en aquel momento desde su fogón toda la historia posterior  de Venezuela.
Diario El Nacional, ¡Qué tiempos aquellos!, 13/9/1975


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