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lunes, 5 de marzo de 2018

NEGRO PERO DE OJOS AZULES






           Un grupo de turistas llegó a Marsella con objeto de visitar el Castillo de If en el cual estuvo preso el Conde de Montecristo. Grande fue su indignación cuando el guía del Castillo quiso hacerles comprender que ese Conde no había existido sino en la poderosa imaginación de Alejandro Dumas.
         (¡Por qué se empeñarán los guías en destruir el bello mundo interior que nos hemos formado desde la infancia?  ¿Habrá por ventura guías que se atrevan, también, a negar las hazañas de Los Tres Mosqueteros?).
   Más irreal que un Conde y que un Mosquetero del Rey es un negro con los ojos azules.  Pero dice la historia que durante 68 años vivió en París un tipo así y dice también que se llamaba Alejandro Dumas padre.
          Lo llamaban Dumas padre para distinguirlo de Alejandro Dumas, hijo, y de Alejandro Dumas, abuelo.  Porque el bisabuelo ya no era Dumas, sino el Marqués Davy de la Pailleterie, dueño de una hacienda en Santo Domingo y de una trabajadora negra muy apetecible llamada María Cesette Dumas.
         Alejandro Dumas, el de Los Tres Mosqueteros, era un impresionante mulato de ojos azules y cabellos rizados, con casi dos metros de estatura.  Si no era muy apuesto, al menos era muy grato a las mujeres.  (Mujeres por su gloria y por sus luchas en todas partes se le dieron muchas).
          Noble, negro y Alejandro como Pushkin, había desarrollado el don de la palabra tanto como el don de la  escritura.  También, como Balzac, tenía un alto concepto del deber: le debía a todo el mundo.
        Cuando en París del siglo pasado no había cine, radio ni televisión, existía un espectáculo que se llamaba Alejandro Dumas.  Todo París estaba pendiente de su vida y de sus obras.  Sus dramas se representaban todas las noches y sus novelas se leían todos los días en los principales periódicos.  En los intermedios la gente se divertía hablando de sus duelos, de sus trampas, de sus amores, de sus deudas, de sus entradas que eran muchas y de sus salidas que eran muy ingeniosas.


          Desde pequeño amaba los duelos.  Cuando cayó en duelo por la muerte de su padre el General Dumas, se le ocurrió hacer de mosquetero y coger una espada para desafiar al causante de su desgracia: un señor de quien su mamá dijo que se llamaba Dios.  (¡Dios! Te desafío a pelear, Dios!”)
          Compitiendo con hombres tan ilustres como Víctor Hugo, Balzac, Delacroix, Julio Verne, Eugenio Sue, Gautier y otros notables, Alejandro Dumas supo sostener su nombre en el tope de la popularidad por más de 50 años.  Cuando iba a pie por las calles aquello se convertía en una manifestación espontánea.  Todos querían ver a Dumas y pedirle algo.  En esa época no se pedían autógrafos sino monedas y Dumas las tenía y las soltaba a manos llenas.  A nadie dejaba sin complacer.
          Una artista desde su lecho de muerte, desesperada, envió un mensaje a Dumas: “Te pido que no me dejes enterrar en la fosa común”.  Dumas vendió el más valioso de sus anillos y le hizo un entierro sonado.
        Es célebre ente muchos el caso de un pobre hombre que desesperado pidió a Dumas que le diera un empleo.  Dumas ya tenía completa su nómina, pero su buen corazón no podía rechazar a aquel infeliz:
          “Sí amigo, queda usted empleado desde hoy para tomar para mí todos los días la temperatura del río Sena”.
           El hombre se compró un termómetro y cuando Dumas estaba rodeado por más gentes, llegaba jadeante a rendir su informe. (“Monsieur Dumas, el Sena tiene hoy 23 grados”).  Murió, quizás de un resfrío, y Dumas pronunció su oración fúnebre.  En el cementerio había centenares de personas que aspiraban, secretamente, al cargo del difunto.
           Como D’Artagnan y sus Tres Mosqueteros, Dumas se batió muchas veces, opero siempre sin consecuencias.  Ya era un refrán parisiense:  “Duel de Dumas sang ne produit pas”.  (Duelo de Dumas no produce sangre).
            Dumas era republicano consecuente; hasta en Italia estuvo para luchar al lado de Garibaldi; no era un reaccionario como su hijo, el de La Dama de las Camelias, quien tanto atacara a los hombres de la Comuna.
            Un  día asistió Dumas como invitado a una fiesta que daba el Rey, antiguo patrón suyo cuando era Duque de Orleans.  Al  ver que  iba  acompañado  de una artista –casi prostituta el Rey muy indignado le dijo:
            “No acepto que me traigas a Palacio a esas cocottes con que tú te reúnes...”
         “Majestad, esa es mi esposa y le ruego que no la insulte”.
          Así fue como Dumas salió de Palacio a casarse, según cuenta Alfredo de Musset, con una gorda y alegre casquiva a llamada Ida Ferrier.

Diario El Nacional, ¡Qué tiempos aquellos!

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