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martes, 30 de enero de 2018

LOS CORRUPTOS DE MÉXICO


        En 1911, a la caída de Porfirio Dïaz (el Juan Vicente Gómez mexicano), México irrumpió en América con una revolución campesina y burguesa que sacudió los cimientos de todo el continente. En una heroica lucha de varios años con sacrificio de decenas de miles de vidas, los compatriotas pobres de Benito Juárez intentaron sacudir el yugo feudal y terrorista que les venía desde el arribo en 1519 de Hernán Cortés, el primer conquistador. “Hoy –informaba Cortés en carta a Carlos V–  tuvimos  un bue n día pues en una sola salida nuestros hombres mataron 5.000 indios.
        Los dos grandes héroes de la Revolución Mexicana, Francisco Villa y Emiliano Zapata, fueron asesinados sucesivamente, quedando en el poder los generales más ladrones que jamás registraran los anales. Desaparecido Venustiano Carranza, entró a ejercer el mando constitucional uno de sus generales, Alvaro Obregón. Contaban que perdió un brazo en una batalla y que los largos esfuerzos por localizar el miembro ya resultaban inútiles cuando a alguien se le ocurrió lanzar una moneda de oro al suelo y el brazo desprendido de Obregón, se incorporó para apoderarse del áureo disco.
        Obregón, Plutarco Elías Calles y el licenciado Portes Gil planearon un sistema de latrocinio y engaño que sólo tuvo un paréntesis cuando gobernó el general Lázaro Cárdenas, el nacionalizador del petróleo. Ni siquiera el bipartidismo satisfizo las ansias de perpetuidad gubernativa de estos traficantes que optaron por el sistema del Partido Unico (P.R.I.). Desde muy temprano aprendieron a manipular las elecciones y sus resultados. Voten por quien voten y haya la abstención que sea, siempre el PRI aparece ganando por inmensa mayoría de sufragios. –Mientras más odiamos al PRI –dicen en México- más votos aparece sacando en las elecciones”.

         Se vienen robando los votos desde hace más de 60 años con el propósito expreso de saquear desde el poder, los dineros públicos, (sólo el derrocado Sha del Irán pudo competir por algunos años con ellos). Cada grupo gobernante sale del poder encontrándose inmensamente rico, y los subalternos menores se llevan hasta los escritorios cuando llega el momento de entregar el mando.
          Alemán, Echeverría y ahora López Portillo son señalados entre “los diez hombres más ricos del mundo”. Hasta ahora los mexicanos se habían conformado, como  aquí, con hacer chistes sobre los depredadores; pero así como a Reagan casi lo destrona la película llamada “Al día siguiente”, a los corruptos mexicanos les cayó encima un libro intitulado “Lo negro del Negro Durazo”. Quinientos mil ejemplares vendidos en 9 vertiginosas ediciones y la posición pública llevada a un alto grado de exaltación. Dicen que después del libro de López Portillo, quien anda vagando por países extranjeros, no puede llegar a un aeropuerto sin que lo esperen los mexicanos residentes para gritarle: “Muera López Porpillo!” (Por pillo).
         El autor de este libro bomba se llama José González González, igual que nuestro querido amigo el escritor venezolano de tan bien ganada reputación literaria. El González González  mexicano era nada menos que el ayudante personal del todopoderoso sátrapa que durante seis años comandó la policía del Distrito Federal, con jurisdicción sobre más de 10 millones de personas. Pero dejemos que el mismo González se presente:
         “Yo, Pepe González González, autor del presente trabajo, comencé a matar desde los 28 años de edad, y teniendo en mi conciencia una cifra superior a 50 (cincuenta) individuos despachados al otro mundo, agradezco la intervención de los funcionarios por cuyas gestiones no me quedaron antecedentes penales”.
          Arturo Durazo Moreno, afirma González González, ya traficaba con drogas en unión de López Portillo antes de ser Jefe de Policía de la capital mexicana. Durazo era casi analfabeto, apenas sabía leer y escribir, lo cual no obstó para que lo hicieran general asimilado y doctor honoris causa. Bebía y se drogaba cotidianamente y tenía un médico que lo sometía a tratamiento sistemático para evitarle malas consecuencias.
          Vendía los cargos. Hasta los policías rasos tenían que pagarle diariamente, succionando ellos al público para poder cumplir su cuota. Todas las obras sociales y las construcciones de la policía eran imaginarias, las miles de radiopatrullas recibían en las bombas de gasolina cinco o diez litros menos, cuyo valor por convenio secreto iba a engrosar las entradas de Durazo. Las erogaciones millonarias para repuestos automovilísticos paraban en los bolsillos del “Negro”. Se traficaba con los permisos para casas de prostitución con las placas, con los choques de automóviles y en general con todo lo que pudiera rendir un beneficio de carácter ilícito.
          Calcula González González que con estos manejos, Durazo acumuló en seis años 47.500 (cuarenta y siete mil quinientos) millones de pesos; y estiman los prologuistas de su libro que en el tráfico de drogas, se apoderó el Negro de más de 50.000 (cincuenta mil) millones.
          Construyó tres casas. Una en el camino de Cuernavaca, con Hipódromo y Canódromo para que se divirtiera y apostara su amigo el gran López Portillo. Otra llamada “El Rancho”, exclusiva para fiestas con drogas, licores y prostitutas, y la última, una mansión estilo griego con estatuas y todo que hizo edificar la nueva rica de su mujer y que llamaban “El Partenón”. Todas estas casas fueron hechas empleando en vez de albañiles, policías de nómina oficial.
          Día a día, cuando Durazo iba o regresaba para alguna de sus casas, el tránsito de la ciudad de México se dislocaba. Ciento cincuenta policías apostados en las sucesivas esquinas no permitían pasar a nadie mientras no lo hiciera el convoy de 5 ó 6 vehículos atestados de guardias uniformados o secretos que seguían al carro del Jefe, bajo un estruendo de motocicletas y helicópteros.
          Durazo invertía el producto de sus robos en Canadá y Japón, llegando a ser uno de los grandes accionistas de la Yamaha. Para evadir a la justicia adquirió la nacionalidad canadiense, creyéndose que a veces, visita de incógnito el país y monta grandes francachelas con sus viejos amigotes. Pero ya México no es el mismo de antes. Cuando despierte, América será otra.

Diario El Nacional. Escribe que algo queda. 1983.

     

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