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martes, 30 de enero de 2018

PARA AUTORES EN BUSCA DE PRÓLOGOS





Hace tiempo redactamos un Prólogo estándar para uso de ensayistas y noveladores que no  tienen quien  les escriba. También sirve como solapa de cualquier libro, la parte que más leen nuestros eruditos a la violeta.

EL AUTOR Y SU OBRA

         Pocos autores han ahondado tanto en la problemática sociológica de la moderna praxis literaria como el autor de este relato. Es como si realizara el genocidio de un mundo fantástico para que la fabulación de sus vivencias herméticas lleguen hasta el hombre común. Visión realidad o realidad visión –no se sabe a ciencia cierta- porque lo extemporáneo se mezcla con lo presente, el devenir se hace pretérito y el tiempo fluye en el espacio intemporal. Las tres negaciones fundamentales de Kierkegaard, pertenecientes también a la ecológica de Kafka, sobreviven en este relato, y si pide prestado a Mika Waltari su nefer nefer nefer es como incidentalmente, para distender el ánimo antes de asestarle la terrible impactación subliminal.
         En materia de lenguaje también el autor de esta obra luce una ensayística semántica, pero sin caer en el algoritmo filológico. Él burila nuevas facetas en las palabras y las engarza a la frase transformando el abalorio en joya valedera; podríamos decir que crea una ideografía propia, sin banalismos académicos, con la misma intuición con que Alighieri hizo del toscano lengua de poesía.
  Frente a los grandes problemas contemporáneos de la superviviencia del homo sapiens, él se acoge a la idealística material de un romanticismo práctico sin dejarse alienar por la masificación intelectual del progreso, pues teme que ella sea sólo un producto de los espejismos ustorios inherentes a toda filosofía contestataria. A veces se creería que él hace suyo el Eros marcusiano de la “socialización psíquica”, pero luego comprende uno que se aparta de Marcuse acusando (con tácita elegancia) al teórico del marxismo capitalista de querer abrir espitas laterales para que por ellas se produzca “una gigantesca liberación de energía destructiva”. Con Chardin y Maritain, él está a medio camino entre Lukács y Roger Garaudy sin adorar al becerro de oro maltusiano, porque considera que el hombre (y no la mercancía) es el eje y el objeto del universo previsible.
       El hecho de que él haya tomado de Faulkner su mecánica narrativa, no le ensombrece pues lo hace con audacia quiroguiana y con la “difícil facilidad” fantasmagórica de Sábato. “Ese gran libro” nos deja un regusto a Proust y su autor demuestra que las posibilidades de la palabra escrita están muy lejos de haber sido agotadas.

Diario El Nacional. Escribe que algo queda.

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