Hace tiempo redactamos un Prólogo estándar para uso de
ensayistas y noveladores que no tienen
quien les escriba. También sirve como solapa de cualquier libro, la parte que
más leen nuestros eruditos a la violeta.
EL AUTOR Y SU OBRA
Pocos autores han ahondado tanto en la
problemática sociológica de la moderna praxis literaria como el autor de este
relato. Es como si realizara el genocidio de un mundo fantástico para que la
fabulación de sus vivencias herméticas lleguen hasta el hombre común. Visión
realidad o realidad visión –no se sabe a ciencia cierta- porque lo extemporáneo
se mezcla con lo presente, el devenir se hace pretérito y el tiempo fluye en el
espacio intemporal. Las tres negaciones fundamentales de Kierkegaard,
pertenecientes también a la ecológica de Kafka, sobreviven en este relato, y si
pide prestado a Mika Waltari su nefer
nefer nefer es como incidentalmente, para distender el ánimo antes de
asestarle la terrible impactación subliminal.
En materia de lenguaje también
el autor de esta obra luce una ensayística semántica, pero sin caer en el
algoritmo filológico. Él burila nuevas facetas en las palabras y las engarza a
la frase transformando el abalorio en joya valedera; podríamos decir que crea
una ideografía propia, sin banalismos académicos, con la misma intuición con
que Alighieri hizo del toscano lengua de poesía.
Frente a los grandes problemas
contemporáneos de la superviviencia del homo sapiens, él se acoge a la
idealística material de un romanticismo práctico sin dejarse alienar por la
masificación intelectual del progreso, pues teme que ella sea sólo un producto
de los espejismos ustorios inherentes a toda filosofía contestataria. A veces
se creería que él hace suyo el Eros marcusiano de la “socialización psíquica”,
pero luego comprende uno que se aparta de Marcuse acusando (con tácita
elegancia) al teórico del marxismo capitalista de querer abrir espitas
laterales para que por ellas se produzca “una gigantesca liberación de energía
destructiva”. Con Chardin y Maritain, él está a medio camino entre Lukács y
Roger Garaudy sin adorar al becerro de oro maltusiano, porque considera que el
hombre (y no la mercancía) es el eje y el objeto del universo previsible.
El hecho de que él haya
tomado de Faulkner su mecánica narrativa, no le ensombrece pues lo hace con
audacia quiroguiana y con la “difícil facilidad” fantasmagórica de Sábato. “Ese
gran libro” nos deja un regusto a Proust y su autor demuestra que las posibilidades
de la palabra escrita están muy lejos de haber sido agotadas.
Diario El Nacional. Escribe que algo queda.
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