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domingo, 28 de enero de 2018

LA CORRUPCIÓN Y EL ENRIQUECIMIENTO EN LA HISTORIA DE VENEZUELA


Bolívar dictó un decreto de guerra ordenando se  fusilara  a quien robase más de 10 pesos.
Páez se hizo sumamente rico, comprando por bagatelas, los derechos de tierras fértiles que Bolívar había dado a los soldados de la Independencia. Pero no metía las manos en el tesoro nacional.
Soublette  fue honrado con exageración. Centenares de periodiquitos, existentes entonces, lo llamaban ladrón y cuando terminó el período tuvo que vender sus bienes para pagar las deudas.
Monagas era muy rico y en 10 años de gobierno, con el monopolio de sal, aguardiente y tabaco, aumentó enormemente su fortuna. Cuando fue derrocado el pueblo gritaba: “¡Mueran los ladrones!”.
Guzmán Blanco se robaba casi todo el montante de los grandes empréstitos que él mismo contrataba en Inglaterra. A 20 años de gobierno dijo: “Mi fortuna es una de las más respetables de América”.
Crespo murió rico, pero si no lo matan en la Mata Carmelera lo hubiera sido más. No solía pagar a nadie y eso que lo llamaban “El héroe del deber cumplido”.
Castro robó moderadamente, pero Gómez se robó la quinta parte de la riqueza nacional.
López Contreras y Medina no robaron.
En la llamada DEMOCRACIA los ladrones se soltaron el moño.

No se han estudiado detalladamente los casos de corrupción de los tiempos de la Independencia, aunque han debido abundar si lo juzgamos por el Decreto de Guerra del Libertador ordenando fueran condenados a muerte los que robasen más de diez pesos de los dineros públicos.
El  General José Antonio Páez, quien manejó los destinos de Venezuela por sí y a través de interpuestos personajes, por más de 20 años, parece no incurrió en el repugnable hecho de enriquecerse metiendo las manos en el tesoro. Llegó Páez a ser nuestro más grande terrateniente, gracias al expediente indigno  de comprar a sus  ex soldados, que lo acompañaron en la gesta gloriosa, las boletas que les daban derecho a determinadas extensiones de tierras fértiles, según el patriótico decreto del Libertador.
El General Carlos Soublette fue en realidad quien presidió la administración pública en tiempos de Páez, unas veces como presidente constitucional y otras como vicepresidente encargado. Era un hombre asombrosamente probo; aguantaba estoicamente todas las acusaciones de ladrón que le hacía el enjambre de periodiquitos liberales que se publicaban irrestrictamente en todo el país, y cuando salió de su última presidencia (1847) estaba arruinado y tuvo que vender sus bienes para cancelar las deudas. Algunos le aconsejaron que hiciera uso de la Ley de Espera y Quita promulgada durante su gobierno para protección de los deudores morosos, pero él se negó.
José Tadeo Monagas, caudillo de la Independencia como Páez y quien gobernó junto con su hermano desde 1847 hasta 1858, era un acaudalado terrateniente ávido de dinero. El y sus familiares se enriquecieron con el monopolio de ciertos renglones de consumo (aguardiente, sal, tabaco); cuando fueron derrocados la gente gritaba en las cales de Caracas “¡Abajo los ladrones!”.
 Después de la Guerra Federal ejerció la presidencia el General Juan Crisóstomo Falcón, pero pronto se cansó y se fue a sus tierras de Churuguara, encargando del mando a personas de su confianza, entre ellos al valenciano y humorista Carlos Arvelo. Falcón no sólo no robaba sino que mantenía quebrado el tesoro pues enviaba constantes vales a favor de las personas que iban hasta Churuguara a pedirle sus auxilios: “Primero se cansarán de pedirme que yo de dar”, solía decir.
El General Antonio Guzmán Blanco, quien fue el verdadero civilizador de Venezuela, era un hombre voraz de dinero. Se enriqueció fabulosamente robándose la mayor parte de los empréstitos que él mismo contrató con Inglaterra antes de ser presidente. Después de casi 20 años de incesante mandar y robar solía decir: “Mi fortuna es una de las más respetables de América”.
Joaquín Crespo, quien fue presidente a fines del siglo pasado, se enriqueció pero no tuvo tiempo de hacerlo desmedidamente porque lo mataron en la pelea de la Mata Carmelera. Cipriano Castro, quien vino después y mandó hasta 1908, se hizo con un patrimonio ilícito de varios millones.
Pero el campeón del enriquecimiento ilícito fue Juan Vicente Gómez. En 27 años de dictadura amasó una fortuna considerable; cuando murió, el inventario imperfecto de sus bienes arrojó cerca de los 150 millones de bolívares, suma fabulosa para la época y equivalente a casi la quinta parte de la riqueza nacional. Dejó más de 2.000 haciendas en Aragua y Carabobo, según datos del historiador Salcedo Bastardo.
Ni Medina, ni López Contreras ni Betancourt, metieron sus manos en el tesoro, pero quien les siguió, Marcos Pérez Jiménez, dio impulso a la corrupción administrativa y el enriquecimiento ilícito como no se veía desde tiempos del Benemérito.
En el período provisional del Contralmirante Wolfang Larrazábal no hubo corrupción en las altas esferas ni enriquecimiento ilegal. La llamada era democrática iniciada con Betancourt en 1960 trajo consigo un aumento progresivo de la corrupción y el enriquecimiento, ahora con la nueva modalidad de ser ejercida “democráticamente” es decir por la mayor parte de los funcionarios.
Este mal que corroe las entrañas de la nación es responsable de que se hayan dilapidado más de 900.000 millones de bolívares en 25 años. Venezuela no es un país pobre, pero ha tenido muy pobres gobiernos.    

Diario El Nacional, Escribe que algo queda.


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