- No permitamos que el humo de los automóviles nos impida ver y custodiar los dos tesoros más grandes que tenemos:
un pueblo y una historia
- Disciplinar a los hombres y
purificar las instituciones
Honorable señor Rector de la Ilustre Universidad Central de
Venezuela
Honorables miembros del Consejo Universitario
Altísima y serenísima sacra real majestad Beatriz Primera, reina
de los estudiantes del 28amaradas de mi generación estudiantil
Compañeros de la Asociación de Profesores de esta
Universidad
Compañeros de la Asociación de Empleados Administrativos UCV
Compañeros de la Federación de Centros Universitarios
Respetable señor Director de Cultura de esta Universidad
Estudiantes aquí presentes
Señoras, Señores
Por primera vez en mi vida voy a
pronunciar un discurso de orden –los pocos discursos que he dicho desde 1928 a
esta parte han sido discursos de desorden–, condenando un estado de cosas que
siempre ha repugnado a mi conciencia de hombre y a mi corazón de venezolano.
Podría hacer como aquel sacerdote el padre
Cardonnel que cuando asistía a un congreso católico, fue preguntado por los
reporteros: “Monseñor, ¿cómo cree usted que se debe celebrar la próxima
cuaresma?”. Y monseñor sin pensarlo mucho respondió: “La próxima cuaresma debe
celebrarse con una huelga general bien planificada que haga saltar al sistema.
Eso es lo grato a los ojos de Dios”.
Sin embargo,
no esperen monseñor ni los aquí presentes que vaya yo a pronunciar diatribas
contra ninguna persona: ellas repugnan a mi ánimo y no se compadecen con la
solemnidad de este acto ni con la presencia de tan numerosas personalidades.
¡Compañeros de la generación del 28!,
Sangre de la sangre
de muchas generaciones,
Cruce humano de los
caminos de un pueblo,
Voz de tres razas candentes que forjaron con odio y con
amor la greda de nuestra
tierra indómita,
Corazones que nos legaron los que se fueron con Bolívar por
América a descabezar virreyes.
Hemos venido aquí a reencontrarnos con la historia, contribuir con nuestra luz vespertina a que se enciendan los dormidos caminos de la patria.
Hace cincuenta
años los dioses nos escogieron para que a riesgo de nuestras vidas, borráramos
del mapa venezolano la palabra “salvajismo”.
Éramos
entonces 250 héroes juveniles que habíamos egresado de las páginas de Venezuela
Heroica. Doscientos cincuenta potros que
ya no cabíamos en el escudo nacional. Lo más puro que en aquellos momentos
podía ofrecer la patria en inmolación para recobrar la libertad.
Presentamos
batalla al tirano cubriendo con una boina azul el huracán que bramaba dentro de
nuestras cabezas. Y como un homenaje al gorro frigio que José Félix Ribas lucía
en La Victoria cuando los 600 estudiantes que lo acompañaban contra Boves,
echaron pie a tierra, fusil en mano, y en un solo día memorable entraron por la
puerta de la muerte al panteón de la gloria.
Dante, el
gran poeta del medioevo, se hizo acompañar por su gloriosa Beatriz para visitar
el paraíso celestial; permitidme que solicite la guía espiritual de nuestra
gloriosa Beatriz Primera para echar una breve mirada retrospectiva al infierno
gomecista.
Constaba este
infierno de veinte círculos concéntricos que giraban todos alrededor de un
centro de fuego que estaba situado en la ciudad de Maracay. Belcebú había
tomado el nombre de Juan Vicente Gómez y sus veinte diablos principales
gobernaban en los 20 estados de la República. Los diablos regionales eran tan
temibles como el diablo central. Sus solos nombres hacían persignarse de terror
a las gentes sencillas.
Al jefe de
todas las potestades lo llamaban “el general” y cuando el general decía “¡Anjá!
desde Maracay, el eco de su anjá, anjá, anjá, retumbaba por todo el país y ¡ay!
de quien no se inclinara reverente para decir “¡anjá!”.
Era una
monarquía campesina y todos sus jefes eran geófagos: se habían engullido
600.000 hectáreas de tierras baldías y tragado los mejores terrenos laborales.
El señor feudal no podía vivir sino entre vacas, o a la sombra de sus matas de
café, o mirando sus bueyes gordos cuando eran comerciados por sus campesinos
flacos.
Todas las
tardes el patriarca rural se sentaba en el barrio “Las Delicias” de Maracay,
rodeado de sus áulicos, y allí iban a rendir pleitesía los más connotados
hombres de la inteligencia venezolana. Grandes historiadores (Gil Fortoul, Vallenilla,
Arcaya); grandes poetas (Andrés Mata, Carlos Borges), grandes prosistas (Manuel
Díaz Rodríguez, Pedro Emilio Coll), y todos los otros bellacos de Venezuela que
apoyaban en busca de migajas, la escandalosa entrega que Gómez hacía de nuestro
petróleo a los imperialistas norteamericanos e ingleses.
Los tigelinos
de este Nerón que no sabía pulsar la lira, estaban diseminados por los cuatro
confines del reino dictando sentencias de prisión, tortura y muerte. En las
cárceles habían sucumbido los políticos, en el exilio envejecían los opositores
y en las carreteras seguían muriendo por centenares los obreros y campesinos.
Había dicho
Sacha Yegulev: “Cuando un gran pueblo sufre, todos los espíritus que tienen
algo de noble marchan impertérritos al sacrificio”. Respondiendo al llamado de
nuestro gran pueblo que sufría, fue que más de 250 estudiantes nos lanzamos a
la protesta que bullía en la cabeza de todos los venezolanos. El día 6 de
febrero comenzó aquello que había de convertirse en una pequeña revolución
francesa venezolana. En una mañana fría pero luminosa, Jóvito Villalba y
Joaquín Gabaldón Márquez, con valentía que los honra, asomaron en sus discursos
las primeras protestas. Por la noche en la coronación de Beatriz primera, reina
democrática de los estudiantes, aquí presentes, Pío Tamayo, un indio tocuyo él,
ametralló a la tiranía desde el escenario del Teatro Municipal, pidiendo en un
hermoso poema lo que todos queríamos: ¡libertad! También Rómulo Betancourt, es justo decirlo,
atacó a la tiranía en frases veladas cuando pronunciara una conferencia en el
Teatro Rívoli.
“Para mis
enemigos tengo la muerte de agujita”, había escrito con lápiz en un cuaderno
escolar a rayas, la mano criminal de Juan Vicente Gómez. Cuando los estudiantes
le dirigieron una carta masiva, pidiendo la libertad de los que habían caído
por la celebración de la Semana del Estudiante, Gómez no se decidió por la
muerte de agujita sino por enviarlos a todos en calidad de presos a las
mazmorras del castillo de Puerto Cabello.
Pero sucedió
lo que no contemplaba Gómez en su cuaderno escolar de apuntes. Todo el país se
conmocionó profundamente por la prisión de los estudiantes en Caracas y
Valencia, las masas urbanas entraron en la historia moderna declarando la
huelga general espontánea y batiéndose a piedras con la policía gomecista. La
clase media, los intelectuales y profesionales, los empleados de comercio y las
mujeres del hogar fueron sobrecogidos por una explosiva indignación patriótica
que asombró a la dictadura, hasta tal punto que ordenó la libertad de los estudiantes.
Sin embargo,
como está escrito que los generales mueren en la cama, hubo que esperar hasta
1935 para recoger los frutos sembrados en 1928.
En este medio
siglo hemos visto a la Patria debatirse en la postración conflictiva en que suelen
vivir los pueblos débiles. Dos grandes grupos internacionales encabezados por
la Cróele y la Shell y en alianza con grupos financieros venezolanos y con los
dos partidos llamados del status, dominan completamente la vida financiera,
intelectual, moral, política y social del país. La oligarquía y las
multinacionales se llevan el 79 por ciento de las entradas venezolanas y y no
dejan al resto de la población sino un 21 por ciento. De cien mil millones que
tuvimos el año pasado como Producto Territorial Bruto, la oligarquía y las
multinacionales se apoderaron de 79.000 millones. Bien vale lo que gastan en
agentes secretos y públicos, en revistas, en programas de radio y televisión,
etc., etc.
A los 50 años
de aquel día memorable en que el tirano poderoso y su enriquecida cohorte de
concusionarios nos vieron desfilar inermes frente a las sangrientas bayonetas
para decir no a un estado de cosas que ya clamaba la venganza del cielo, quiero
hablar claro pero con mesura, queremos hablar
recio pero sin estridencias, queremos decirlo todo pero dentro de la
mayor consideración para las opiniones ideológicas y partidistas de nuestros
conciudadanos, pues sólo nos guía el amor a la tierra que nos vio nacer y la
solidaridad con los hombres y las mujeres que sobre ella aman, sufren y
trabajan.
En estos 50
años Venezuela ha progresado
poderosamente. Ya la nación no es aquel conglomerado gomecista de campesinos
palúdicos y de trabajadores urbanos sin fuerzas ni para sostener sobre sus
cabezas los sombreros de pajilla. De cincuenta industrias ayer, hoy tenemos dos
o tres mil y los 100.000 obreros de cuando el gomecismo se han convertido hoy
en dos a tres millones. Los depósitos bancarios de hoy en un solo día,
sobrepasan los depósitos bancarios de un año de la época floreciente de Juan
Vicente Gómez.
De
trescientos millones en presupuestos
anuales, hemos pasado a los cuarenta y dos mil
millones. El Producto Territorial
Bruto ha crecido 100 veces y la entrada per cápita de Venezuela (que hoy está
alcanzando los 100.000 millones) es la mayor de la América Latina. Con petróleo, hierro, carbón, aluminio y
energía eléctrica tan abundantes, Venezuela está llamada a convertirse en un
complejo industrial tan importante como el de Detroit en Estados Unidos o como
el de Nieper en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Pero el
progreso económico ha lesionado y está lesionando profundamente nuestra
identidad nacional, conquistas
intelectuales y morales que han constituido el orgullo de los venezolanos. Las
tradiciones patrias que son el veneno de la emulación nacional, ya no
electrizan a nuestra juventud que sabe más de Superman que de Simón Bolívar y
más de las guerras de las galaxias que de las guerras de la independencia. A través de ciertas publicaciones y de la
radio y la televisión y del lenguaje, los libros, las doctrinas religiosas,
etc, estamos sufriendo una invasión de ideas extranjeras que en nada nos ayudan
a conservar y mejorar los principios de nuestra nacionalidad.
Pero no sólo
en los conceptos, las convicciones y las costumbres se ha deteriorado la
nación. “La patria –dijo alguien- es un
pedazo de tierra bajo un pedazo de cielo”, y he aquí que este pedazo de tierra
en que nos toca vivir se ha arruinado ecológicamente, quizás como el de ninguna
otra nación del globo terrestre.
En este medio
siglo han desaparecido más de 10.000 ríos y quebradas y están en agonía
nuestros dos lagos más importantes: El Arauca vibrador, héroe poético de
nuestro segundo himno nacional, está definitivamente seco. Los campos han sido inhumanamente talados,
quemados y abandonados. Venezuela, que vivió trescientos años de la importación
de alimentos En este medio siglo han desaparecido más de 10.000 ríos y
quebradas y están en agonía nuestros dos lagos más importantes: El Arauca
vibrador, héroe poético de nuestro segundo himno nacional, está definitivamente
seco. Los campos han sido inhumanamente
talados, quemados y abandonados. Venezuela que vivió trescientos años de la
exportación de alimentos, es hoy el mayor importador de productos agropecuarios
en la América hispana. De no emprenderse
una rápida y decisiva acción para conservar nuestro medio ambiente y crear en
la ciudadanía una poderosa conciencia ecológica, será un desierto
industrializado lo que hereden dentro de cincuenta años las generaciones que
nos sucedan.
Si es verdad
que la riqueza nacional ha aumentado tremendamente en este medio siglo, gracias
sobre todo a la extracción inmisericorde del petróleo, no es menos cierto que
dicha riqueza sigue mal repartida. Dos
millones de venezolanos están participando en el festín de Baltasar mientras
diez millones menos afortunados yacen con salarios inferiores a los 30
bolívares, alojados en habitaciones precarias, víctimas de pésimos servicios
públicos y enfrentados a una inflación de precios cada día más despiadada. Según nuestros economistas, las clases
oligárquicas y las compañías multinacionales se apropian de un sesenta por
ciento de las entradas anuales. También
las clases menos favorecidas, así como nuestros profesionales, técnicos, sufren
por la inmigración extranjera indiscriminada y hasta ilegal que hoy está
copando la mano de obra y ayer se apoderó de las mejores posiciones económicas
del país.
Pero en donde
se contempla el más doloroso panorama nacional es en el estado de nuestra
niñez, de nuestra adolescencia y de nuestra juventud. Quinientos mil niños tarados y cincuenta mil
jóvenes se incorporan anualmente a la delincuencia, las drogas y la
vagancia. Casi medio millón de
alcohólicos y drogómanos arrojan las estadísticas. Frente a estas cifras tan desconsoladoras nos
encontramos con una educación más desconsoladora todavía. De cien mil
muchachos que en este año aspiran a conseguir cupos universitarios, sólo
16 alcanzaron calificaciones sobresalientes y el resto obtuvo el inverosímil
promedio de 11,5 puntos. Los medios de
comunicación en vez de emplear todo su tiempo en sacar a nuestra juventud de
ese atolladero, distraen sus espacios en otros menesteres. La televisión, el medio más poderoso, sirve
telenovelas insulsas, relatos macabros y tantas otras cosas que dejan huellas
negativas en el alma de nuestros jóvenes y niños. Grandes y pequeños leen hoy menos, porque se
les aparta en todas formas de la cultura; el precio de los libros, por ejemplo,
está por las nubes como si fuera el de repuestos para automóviles o el de la
botella de whisky que sirven en las discotecas.
Condenamos asímismo
la corrupción reinante en Venezuela. No
sólo la administrativa sino también la que se ha apoderado de buena parte de la
población. El hampa constituye la
corrupción extrema, violenta, desesperada, pero junto a ella se ha desarrollado
en miles de venezolanos consumistas, una
fiebre por apoderarse de los dineros ajenos, públicos y privados con el sólo
afán de derrocharlos en automóviles, vestidos, paseos, bares, francachelas y en
aparatos domésticos de todas las marcas y de todos los tamaños. Olvidamos que estamos en el Tercer Mundo y
que sólo en América Latina hay 100 millones de personas que viven al borde de
la inanición. Desde el fiscal de
tránsito que culmina exitosamente su día efectuando diez mordidas de dinero,
hasta el alto funcionario que vende los intereses de la colectividad por una
comisión de millones; desde el buhonero que duplica sus precios de una semana
para otra hasta los grandes industriales y comerciantes que compran sus
mansiones y sus yates con los sudores del consumidor; desde el funcionario
judicial que falsifica sentencias hasta el líder que adultera líneas políticas,
absolutamente todos, están sumiendo al país en el lodazal de la inmoralidad.
A los ingredientes desconsoladores que
aquí hemos reseñado se suma uno que es quizás atávico en nuestra manera de ser:
el desorden universal de los venezolanos. No tenemos disciplina ni para hacer
una cola de espera, arrojando los papeles en el suelo como si las calles fueran
depósitos de basura. No respetamos las
señales de tránsito ni el derecho de los demás conductores y mucho menos el de
los peatones. Los automóviles aparcan en
las aceras como un hecho natural y los motociclistas en su mayoría no respetan
flechas, aceras ni las reglamentaciones contra el ruido y la
contaminación. Cruzar una calle
constituye hoy una acción arriesgada y valiente. Tampoco nos ocupamos de cuidar
las dotaciones inmobiliarias en las escuelas, los hospitales y las oficinas
públicas. Los ciudadanos no se ocupan
como en otros países de denunciar las irregularidades, porque de tanto suceder,
esas irregularidades ya les parecen normales; además, si las autoridades
policiales son ineficientes para castigar y evitar los detalles mayores, mucho
más ineficientes se muestran respecto a las pequeñas infracciones, quizá porque
tienen la orden electoral de no disgustar a los ciudadanos.
En resumen
quiero expresar que abogamos por una acción plena de identidad venezolana, en cuya
preocupación fundamental está la conservación del medio ecológico, el
mejoramiento de las clases que trabajan, la atención inaplazable a los
problemas de la educación y la lucha por desterrar la corrupción pública y
privada antes de que se convierta en una metástasis incurable.
¡Compatriotas! Os pedimos a todos
que intervengan masivamente en la marcha diaria del país, cada uno en el medio
que lo rodea, para disciplinar pacientemente a sus hombres y para purificar las
instituciones. Exhortamos a los jóvenes, principalmente, a que sacudan ese
lastre de banalidad en que hoy los envuelven y tomen el puesto que les
corresponde para hacerse hijos dignos de los que nos dieron esta nacionalidad.
Así como
nosotros insurgimos contra Gómez, cuando la patria nos lo reclamaba, así os
rogamos que insurjáis vosotros contra el monstruo moderno de los países en
desarrollo: la civilización mal entendida, la civilización como medio de acabar
con la identidad de los pueblos.
¡Venezolanos
todos aquí reunidos! ¡No permitamos que el humo de los automóviles nos impida
ver y custodiar los dos tesoros más grandes de la historia que tenemos: un
pueblo y una historia.
(Discurso pronunciado por Kotepa Delgado el 9 de febrero de 1978 en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, con motivo de conmemorarse 50 años de la Generación del 28)
(Discurso pronunciado por Kotepa Delgado el 9 de febrero de 1978 en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, con motivo de conmemorarse 50 años de la Generación del 28)
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