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lunes, 29 de enero de 2018

LA MUERTE DE ADALID PRIMERA



       

           Nosotros, que lo contemplamos en la morgue con el cráneo fracturado y la mandíbula inferior hecha pedazos, no acertábamos a comprender la crueldad inútil de esa fuerza misteriosa que llaman el destino.

  
   Su cuerpo grande y fuerte, exánime ya, imponía el respeto que suscitan los despojos mortales de quienes abnegadamente y con todo valor, dieron en vida un paso adelante por la dignificación del hombre.  Su cerebro repleto de armonías y los pulmones aún henchidos de aire popular, parecían negarse a morir mientras el Atlante de la canción revolucionaria no depositara su mundo de verdades.
        El Aula Magna de la Universidad Central que lo vio tantas veces encender el entusiasmo juvenil con el fuego de su canto, resultó ahora pequeña para contener a las miles de personas, estudiantes, intelectuales y trabajadores, que acudieron a decirle adiós quien nunca se irá de su memoria.
         En la urna mortuoria, vestido de camisa roja deportiva y pantalones bluejeans, con los brazos cruzados sobre el pecho y en las manos una flor, estaba, sencillo y tierno como siempre, el cantor de los trabajadores.  Mirándolo, uno recordaba sus sentidas baladas a los pobres, marginales e injusticiados.  Parecía querer cantar de nuevo la miseria de los ranchos: “Que triste es oír el agua/ sobre el techo de cartón”.
         Perseguido por la miseria, igual que a sus padres y a sus once hermanos, aquel niño juró, como Neruda, no darse descanso hasta no proscribir del seno de las masas dolientes a la implacable enemiga.
         Nació y murió pobre, predicando el fray ejemplo de su vida.  No hizo gritar sus discos para grabar monedas; no cantó a los poderosos y atacó siempre, con todo coraje, a los gobernantes que actúan contra los destinos del pueblo.




         Sin pertenecer a ningún partido político dedicó sus talentos musicales a la lucha por la liberación del país y de sus estratos más olvidados.  Fue objeto de una persecución despiadada por parte de organismos represivos que no toleraban que los llamara por su nombre.  Protestó de esa democracia por arriba que injusticia al pueblo por debajo.

         En “el 23 de enero”
         ya funciona el V Plan;
         lo que es el Sexto Planazo
         ya no lo van a aguantar.

         Varias veces estuvo en peligro de muerte. Hace meses denunció en un comunicado el alevoso choque automovilístico que le provocaron esbirros a sueldo y en el cual salvó la vida porque lo dieron por muerto.  Alguna que otra vez le dispararon desde carros que se dieron a la fuga. Otras veces le allanaban aparatosamente el domicilio.  Pero Alí no era de los que reniegan de su primera palabra.
         Dos Alí, igualmente esforzados, vio crecer la generosa tierra de Paraguaná bajo su luna grande y sus vientos incontenibles:  Alí Primera y Alí Brett.  Este último, periodista y escritor, nos dejó el ejemplo de su vida rectilínea y el testimonio de sus valiosos libros, entre ellos “El Porteñazo”, narración verídica, objetiva y patriótica de aquel luctuoso acontecimiento.
          Entre Alí cantor y Alí escritor se había establecido una gran camaradería de ideales. Cuando Alí Brett, a los 40 años estaba muriéndose con el mal del siglo, Alí Primera acudió a su lecho para cantarle:

          Tocayo no se muera,
          No se muera tocayo,
          Que están cantando los gallos
          Por este pueblo que espera.

          Otro camarada de Alí, de vida e ideales, fue su hermano Ramón, el psiquiatra. Desde niño, cuando juntos hacían exhibiciones de boxeo para poder llevar un bolívar a la familia hambrienta, se creó entre ellos una comunidad indestructible. Ramón compartía sueldos y preocupaciones con el hermano artista y lo ayudaba desinteresadamente en su labor de producir. A este psiquiatra, recto, humilde, afectuoso y sin ínfulas de galeno rico, debe el pueblo muchas en las buenas horas de justicia musical que le proporcionara su hermano.
            Alí fue siempre directo en sus estrofas, poniendo más énfasis en el contenido que en los ribetes literarios. Cuando llegue el día del juicio social y el sol salga más temprano para iluminar con rayos de abundancia las espaldas de los que trabajan, todos nos hemos de poner de pie con gran recogimiento para entonar la Canción Mansa para un Pueblo Bravo.

        

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