Nosotros, que lo contemplamos en la morgue con el cráneo fracturado y la mandíbula inferior hecha pedazos, no acertábamos a comprender la crueldad inútil de esa fuerza misteriosa que llaman el destino.
Su cuerpo grande y fuerte, exánime ya, imponía el respeto que suscitan los despojos mortales de quienes abnegadamente y con todo valor, dieron en vida un paso adelante por la dignificación del hombre. Su cerebro repleto de armonías y los pulmones aún henchidos de aire popular, parecían negarse a morir mientras el Atlante de la canción revolucionaria no depositara su mundo de verdades.
El Aula Magna de la Universidad Central que lo vio tantas veces
encender el entusiasmo juvenil con el fuego de su canto, resultó ahora pequeña
para contener a las miles de personas, estudiantes, intelectuales y
trabajadores, que acudieron a decirle adiós quien nunca se irá de su memoria.
En
la urna mortuoria, vestido de camisa roja deportiva y pantalones bluejeans, con
los brazos cruzados sobre el pecho y en las manos una flor, estaba, sencillo y
tierno como siempre, el cantor de los trabajadores. Mirándolo, uno
recordaba sus sentidas baladas a los pobres, marginales e
injusticiados. Parecía querer cantar de nuevo la miseria de los
ranchos: “Que triste es oír el agua/ sobre el techo de cartón”.
Perseguido por la miseria, igual que
a sus padres y a sus once hermanos, aquel niño juró, como Neruda, no darse
descanso hasta no proscribir del seno de las masas dolientes a la implacable
enemiga.
Nació
y murió pobre, predicando el fray ejemplo de su vida. No hizo gritar
sus discos para grabar monedas; no cantó a los poderosos y atacó siempre, con
todo coraje, a los gobernantes que actúan contra los destinos del pueblo.
Sin
pertenecer a ningún partido político dedicó sus talentos musicales a la lucha
por la liberación del país y de sus estratos más olvidados. Fue
objeto de una persecución despiadada por parte de organismos represivos que no
toleraban que los llamara por su nombre. Protestó de esa democracia
por arriba que injusticia al pueblo por debajo.
En
“el 23 de enero”
ya
funciona el V Plan;
lo
que es el Sexto Planazo
ya
no lo van a aguantar.
Varias
veces estuvo en peligro de muerte. Hace meses denunció en un comunicado el
alevoso choque automovilístico que le provocaron esbirros a sueldo y en el cual
salvó la vida porque lo dieron por muerto. Alguna que otra vez le
dispararon desde carros que se dieron a la fuga. Otras veces le allanaban
aparatosamente el domicilio. Pero Alí no era de los que reniegan de
su primera palabra.
Dos
Alí, igualmente esforzados, vio crecer la generosa tierra de Paraguaná bajo su
luna grande y sus vientos incontenibles: Alí Primera y Alí
Brett. Este último, periodista y escritor, nos dejó el ejemplo de su
vida rectilínea y el testimonio de sus valiosos libros, entre ellos “El
Porteñazo”, narración verídica, objetiva y patriótica de aquel luctuoso acontecimiento.
Entre
Alí cantor y Alí escritor se había establecido una gran camaradería de ideales.
Cuando Alí Brett, a los 40 años estaba muriéndose con el mal del siglo, Alí
Primera acudió a su lecho para cantarle:
Tocayo
no se muera,
No
se muera tocayo,
Que
están cantando los gallos
Por
este pueblo que espera.
Otro
camarada de Alí, de vida e ideales, fue su hermano Ramón, el psiquiatra. Desde
niño, cuando juntos hacían exhibiciones de boxeo para poder llevar un bolívar a
la familia hambrienta, se creó entre ellos una comunidad indestructible. Ramón
compartía sueldos y preocupaciones con el hermano artista y lo ayudaba
desinteresadamente en su labor de producir. A este psiquiatra, recto, humilde,
afectuoso y sin ínfulas de galeno rico, debe el pueblo muchas en las buenas
horas de justicia musical que le proporcionara su hermano.
Alí fue siempre directo en sus estrofas,
poniendo más énfasis en el contenido que en los ribetes literarios. Cuando llegue el día del juicio social y el sol salga más temprano
para iluminar con rayos de abundancia las espaldas de los que trabajan, todos
nos hemos de poner de pie con gran recogimiento para entonar la Canción Mansa
para un Pueblo Bravo.
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