Nacido de un burócrata bien
retribuido y de una mujer de las capas trabajadoras, consideraba como un
estigma su condición de hijo natural. Otra carga verdadera había heredado de
ambos padres: la epilepsia, la cual imprimía en él una especie de sonambulismo
mezclado a una ingenuidad casi infantil. Era un muchacho grandote aterrado por
su mal. A veces caía en crisis de profundo fastidio e inconformidad con la
vida. |
Su hibridismo social lo llevó a vivir en
ambos medios sin asentarse en ninguno. Quizá esto determinó su cierta tendencia
aventurera. De estudiante mediocre a peón de carretera; vendedor de gasolina,
tenedor de libros, y luego a Norteamérica.
En invierno y mal abrigado va buscando
trabajo. Una revisión de sus aptitudes le muestra que no posee ninguna
negociable.
–Más me valiera aprender mecánica,
carpintería o automovilismo que pasar años tratando de aprender gramática,
griego, latín y literatura.
En el sitio donde construían un subway quiso hacerse entender del
capataz con el poco inglés que aprendiera en dos años de colegio. Fue inútil.
Al fin, desesperado, recurrió a los actos y quitándose en sombrero, el
sobretodo y el saco, se arremangó las mangas y agarró un pico. El capataz lo
contrató. A las dos semanas tuvo que dejar aquel duro trabajo y se fue a una
fábrica de candados. Y después a otras fábricas.
En ellas sintió como sufre y trabaja el
obrero. Vio en todo su esplendor “las bellezas” y “adelantos” de la “civilizada
Norteamérica” de que tanto le hablaran en su adolescencia. Pensó confusamente
en la suerte de los trabajadores de Venezuela; en la dura situación de aquella
clase; en los sufrimientos de esos millares de obreros y campesinos. Y
vagamente comprendió la necesidad de hacer algo por ellos. Regresó a Venezuela
abandonando un puesto de oficinista en la United Fruit Company.
Diez días lleva de inaugurado el Congreso
Nacional. Como todos los años se esperan de sus sesiones grandes “cambios” en
la política. A las reivindicaciones de libertad de presos, y otras, se unen en
este año con toda su fuerza las que crea la pesada crisis económica. Todas las
esperanzas han quedado cifradas en el “Mensaje del General”. Por eso el 29 de
abril de 1932, a las tres de la tarde toda la población de Caracas rodea el
Capitolio. Como siempre, corren “bolas” de que hay complot para matar al Bagre;
como siempre, los batallones del ejército están apostados en los sitios
estratégicos; un enjambre de espías, chácharos y policías van y vienen entre la
multitud para aterrorizarla con sus machetes y armas de fuego. Todos saben de lo
que son capaces esos bárbaros. Están frescas en todas las cabezas las
anteriores masacres. La multitud mira con odio a sus insolentes verdugos, pero
mide sus gestos y palabras. Cuando “El Bagre” está en público, cualquier gesto
puede costar la vida. Hubo el caso de un pordiosero al que casi destrozan por
estirar la mano pero pedir una limosna al General.
Ileso, sonriendo debajo de los bigotazos,
meneando la cabeza como un péndulo y
seguido de toda la camarilla, traspasa “El Bagre” las puertas del Capitolio. Su
burla a las esperanzas del pueblo es leída; franca prosperidad en todo el país.
El bolívar por las nubes. La exportación excediendo en muchos millones a la
importación. Las arcas nacionales repletas. La crisis económica mundial
desconocida en Venezuela. Ni un solo desempleado en todo el territorio. Las
masas trabajadoras hartas, felices y contentas. La población toda durmiendo una
siesta de prosperidad en el regazo de su benemérito conductor.
Una salva de aplausos sacude el ámbito
del Congreso; César Zumeta, Presidente de las Cámaras y ex Presidente del
Consejo de la Liga de las Naciones, reúne en una sola pieza oratoria todas las
adulaciones que se pueden tributar a un mortal y las declama “en nombre de los
pueblos venezolanos”.
–¡Pido la
palabra! –grita desde las barras una voz chillona que se ahoga entre los
aplausos a Zumeta-. –¡Pido la palabra! ¡Pido la palabra!
Al fin, hecho el silencio, Zumeta atónito
fija su mirada en el intruso que quiere hablar. “El Bagre” y la concurrencia
miran perplejos al improvisado orador. Este se yergue acusando:
-La voz de Zumeta no es ni puede ser la
voz de los pueblos venezolanos. Eso no es lo que dice el pueblo. El pueblo no
manda a saludar al General. Lo que queremos los venezolanos…
La campanilla, inmóvil en las trémulas
manos del sorprendido Zumeta, comienza a tronar desesperadamente cuando “El
Bagre” cesa en sus habituales “anjá” y movimientos afirmativos de cabeza.
Dignos congresistas se yerguen altivos para ordenar silencio al orador. Otros
se sumergen en sus sillones para no ver lo que va a suceder. Por menos han
asesinado a muchos hombres. ¡Se está violando el Congreso!...
Y el duelo entre la campanilla y el orador
continúa.
-Y es porque ustedes, congresantes, solo…
vienen aquí… a adular… mientras el pueblo… se muere de … y Gómez y … familiares
acaparan…
El Presidente Zumeta agita febrilmente la
campanilla con los dos brazos en alto y los almidonados puños postizos
cubriéndole las manos. Las barras, compuestas en su mayoría por empleados del
gobierno, se habían replegado automáticamente, sorprendidas, huyendo del
orador, como algo que puede contaminar. Además lo podían coger a tiros…
Varios policías se lanzaron sobre el
atrevido orador y lo arrastraron rabiosos escaleras abajo.
A los cinco minutos Manuel Lorenzo
Maldonado, “el héroe del Congreso”, cuya proeza corría ya de boca en boca en
toda Caracas, yacía en un oscuro calabozo de “La Rotunda”, engrillado con los
grillos más grandes de la cárcel, sometido a “rancho”, privado de toda
comunicación y catalogado como el preso “más peligroso”. Tras la cortina de su
puerta se oían los grillos de 74 libras sacudirse convulsionados de epilepsia.
Elías Sayago, Prefecto del Departamento
Libertador, encargado de hacer “cantar” a los presos políticos, clasificó a
Manuel Lorenzo Maldonado de comunista y lo hizo meter junto con los otros
acusados de tal. Manuel Lorenzo Maldonado entró en la organización económica e
estos por conveniencia, “para aprovecharme de todas las ventajas de la organización”. La prensa amarilla de los
Estados Unidos le había enseñado que los comunistas eran hombres locos,
malvados, que iban contra las “sagradas instituciones” para satisfacer instintos
criminales. Y así prevenido observaba.
Hasta que un día se desvanecieron
completamente aquellos falsos conceptos y Manuel Lorenzo, lleno de júbilo, fue
acogido formalmente en la célula de presos “A” con el entusiasmo de todos sus
miembros.
Manuel Lorenzo se distinguió en la célula
por su disciplina, por la responsabilidad con que ejecutaba sus tareas y por su
sinceridad. Muchas veces lamentábamos que tan buenas cualidades estuviesen
empañadas por la epilepsia que lo abobaba por largos períodos.
Las condiciones de prisión en el “Apamate”
se agravaban cada día. Ni los organismos más sanos podían resistirla,
impunemente. La epilepsia de Manuel Lorenzo se agudizó y el gobierno se negaba
a pasar alimentos y medicinas. Durante tres días su corpachón permaneció casi
constantemente erizado de convulsiones, treinta y siete ataques continuos
desgarraron la piel y los huesos de sus piernas apresadas en los enormes pares
de grillos, su cabeza y sus codos se golpeaban constantemente y furiosamente
contra el lecho; el cemento duro y frío. No valieron ruegos, súplicas ni
protestas de los consternados compañeros. En uno de los reclamos hechos a
Galavís, Jefe de Requisa, este respondió:
-Hoy domingo es inútil toda petición
porque el Coronel Sandoval y los Generales de más arriba están ocupados jugando
gallos.
Imposible conseguir “Gardenal”, el sedante
usado por él, a pesar de que en la Alcaldía tenían guardado el que su familia
enviaba constantemente.
Al fin el gobierno dio señales de vida el
día lunes, cuando ya no tenía remedio.
Lo llevaron en vilo hasta el patio en donde le esperaba el médico de ciudad,
quien, mostrando su complicidad en el crimen, se limitó a decir: “está enfermo
del cerebro”.
Su cadáver fue llevado al Hospital para
hacerlo aparecer como muerto ahí. Ni su abuelo ni su padre burócratas se
atrevieron a preguntar a Velazco, Sayago o Sandoval, si era cierto lo que se
decía de su muerte.
Manuel Lorenzo había sentido desde niño
sobre las espaldas algunos efectos de la desigualdad de clases, fenómeno que
lo impresionaba fuertemente. En Nueva
York la fuerza de los hechos lo convence de que salvo ligeras variantes en las
formas, la misma explotación de hombres existe en Estados Unidos y Venezuela.
Regresa al país sintiendo la necesidad
de hacer algo por las masas explotadas, pero no hay en Venezuela ninguna
organización revolucionaria que utilice sus fuerzas. Y entonces Manuel Lorenzo
se lanza a desenmascarar la anual comedia del mensaje de Gómez al Congreso.
Acto este que tuvo bastante repercusión en todas las capas sociales que
ensalzaron el valor demostrado por Manuel Lorenzo.
Y Manuel Lorenzo “héroe” ya en el
Congreso, deviene también mártir, muriendo en “La Rotunda” el 26 de febrero de
1934. Es el primer caído en las filas del Partido Comunista de Venezuela.
Suárez Romero, Héctor
(seudónimo de Kotepa Delgado). José
Lorenzo Maldonado. En Prisiones de
Venezuela a la muerte de Juan Vicente Gómez 1935. Prólogo de Gustavo
Machado. Caracas. Editorial Centauro.
1974.
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