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domingo, 21 de enero de 2018

YO SOY DE LA CIA, TÚ ERES DE LA CIA, EL ES...






“Un fantasma recorre el mundo” (frase que se hizo célebre en el siglo pasado)

           Un fantasma de 10.000 cabezas y 20.000 ojos mantiene desde hace 30 años la intranquilidad en el globo.  Es invisible como todos los fantasmas pero se le  reconoce  por la  mácula  de sus  huellas  sobre la nieve  de  los pueblos.  Tiene una  historia larga y un nombre corto: se le llama la CIA.
        Inglaterra impuso su dominio en el globo por más de 300 años, usando la flota británica. Los Estados Unidos comprendieron que “ya no es tiempo de marines” y se dedicaron a crear una flota de espías que supieran nadar en las aguas submarinas de todos los países. Espías no es la palabra correcta porque espía es el que observa e informa, pero los de la CIA observan, informan y ACTUAN para modificar la política y la economía en todos los países.
        Podríamos decir que el santo fundador de la CIA fue un célebre espía británico llamado Lawrence de Arabia. Durante la Primera Guerra Mundial, el Servicio Secreto Inglés le confió la misión de acaudillar a los árabes para ponerlos en guerra contra Alemania y Turquía,  y Lawrence, quien no era sino un arqueólogo, se desempeñó de maravilla como guerrero en el desierto, y ganó el título de “Rey sin corona de Arabia”, manejando a Abdullah, Feisal, Hussein y demás reyezuelos.
        Roosevelt rechazó el proyecto que creaba la CIA, pero Truman, el de Hiroshima, lo firmó sin vacilar.  Desde 1947 en que nació, la CIA se ha convertido en la verdadera superpotencia y gobierno invisible del mundo occidental. Con un presupuesto de miles de millones de dólares mantiene 10.000 agentes en el mundo entero que controlan a decenas de miles de sub-agentes nativos y que disponen de centenares de miles de “contactos”. Sus agentes tienen orden de sobornar a todas las personas e instituciones que se muestren sobornables.

         Ha creado el más colosal de los archivos para saber quién es quién en todas y cada una de las naciones; dispone de editoriales propias; fabrica desde pistolas de cianuro hasta balas de cañón; ha perfeccionado el arte de la microfonía llegando a crear grabadores que caben hasta en el hueco de una muela; tiene departamentos de parasicología, de futurología y de mujeres bonitas. (Sobre éstas últimas podrían hablar Martín Luther King y McGovern, que fueron sus víctimas. A McGovern, según cuentan los autores de “Todos los hombres del Presidente” le pegaban detrás, cuando andaba en campaña contra Nixon, prostitutas que lo aclamaban ruidosamente)
       Si Franklin Delano Roosevelt, el gran demócrata, no quiso firmar el decreto que creaba la CIA, un nieto suyo, Kim Roosevelt, traicionando a su abuelo, se hizo la superestrella de la CIA en el Oriente Medio y logró, entre otras cosas, derrocar al doctor Mossadegh que había nacionalizado el petróleo en el Irán. Desde entonces los gobiernos derrocados por la CIA se cuentan por centenares, habiendo sido el episodio más sangriento la caída de Sukarno en Indonesia, que costó más de medio millón de víctimas, casi todas comunistas. También en Chile, la CIA y la ITT se dieron un baño de hemoglobina izquierdista, para decirlo con un eufemismo.
        La importancia de la sucursal venezolana de la CIA se puede medir por la intervención que tuvo su jefe en el problema que les creó el ministro del interior de Bolivia, Arguedas, cuando abandonó su cargo sorpresivamente y se asiló en el Perú declarando que no quería seguir siendo un agente de CIA. Hasta el Perú voló el gran mister de la Agencia de Caracas y se llevó a Arguedas, “voluntario voluntarioso”, como diría Cantinflas, a un misterioso y sonado viaje hacia la Ciudad de México, tocando antes en Londres. Por fin Arguedas, después de sufrir varios atentados, resolvió asilarse en Cuba.
    Antes se decía que no se mueve una hoja sin la voluntad de Dios: hoy se dice que sin la voluntad de la CIA nada se mueve en el mundo occidental.
      Por medio de sus agentes, sub-agentes y contactos la organización secreta trata de aplanarlo todo: se inmiscuye en los medios de comunicación, en las líneas políticas de los partidos, en las creencias religiosas de los ciudadanos, en la orientación de la economía. Usa todas las armas, hasta hacer llover en demasía para dañar las cosechas de sus enemigos.
    Si los partidos de izquierda no pueden o no quieren desenmascarar a los infiltrados, podrían abogar por una ley, como la existente en Estados Unidos, que obligue a los nativos transpatriados a inscribirse como agentes de potencias extranjeras. En Venezuela hay por lo menos varias docenas de nacionales a quienes el índice público señala como agentes de la CIA, y lo peor del caso es que son hombres bien situados.
    Al parecer, tampoco a la CIA le cae bien la Reforma Tributaria, la única medida débilmente anticapitalista del presente gobierno.
         La CIA y el complejo industrial militar de Estados Unidos parecen estar embarcados en preparar el gobierno absoluto sobre cuerpos y conciencias que ideó George Orwell en su célebre novela “1984”. Hay que despabilarse, porque para la fatídica fecha sólo faltan siete años.

Diario El Nacional, ¡Qué tiempos ahora!. 1977.
  

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