“Un fantasma recorre
el mundo” (frase que se hizo célebre en el siglo pasado)
Un fantasma de 10.000 cabezas y 20.000
ojos mantiene desde hace 30 años la intranquilidad en el globo. Es invisible como todos los fantasmas pero se
le reconoce por la mácula de sus huellas sobre la nieve de los pueblos. Tiene una historia larga y un nombre corto:
se le llama la CIA.
Inglaterra impuso su
dominio en el globo por más de 300 años, usando la flota británica. Los Estados
Unidos comprendieron que “ya no es tiempo de marines” y se dedicaron a crear
una flota de espías que supieran nadar en las aguas submarinas de todos los
países. Espías no es la palabra correcta porque espía es el que observa e
informa, pero los de la CIA observan, informan y ACTUAN para modificar la
política y la economía en todos los países.
Podríamos decir que el
santo fundador de la CIA fue un célebre espía británico llamado Lawrence de
Arabia. Durante la Primera Guerra Mundial, el Servicio Secreto Inglés le confió
la misión de acaudillar a los árabes para ponerlos en guerra contra Alemania y
Turquía, y Lawrence, quien no era sino
un arqueólogo, se desempeñó de maravilla como guerrero en el desierto, y ganó
el título de “Rey sin corona de Arabia”, manejando a Abdullah, Feisal, Hussein
y demás reyezuelos.
Roosevelt rechazó el
proyecto que creaba la CIA, pero Truman, el de Hiroshima, lo firmó sin
vacilar. Desde 1947 en que nació, la CIA
se ha convertido en la verdadera superpotencia y gobierno invisible del mundo
occidental. Con un presupuesto de miles de millones de dólares mantiene 10.000
agentes en el mundo entero que controlan a decenas de miles de sub-agentes
nativos y que disponen de centenares de miles de “contactos”. Sus agentes
tienen orden de sobornar a todas las personas e instituciones que se muestren
sobornables.
Ha creado el más colosal
de los archivos para saber quién es quién en todas y cada una de las naciones;
dispone de editoriales propias; fabrica desde pistolas de cianuro hasta balas
de cañón; ha perfeccionado el arte de la microfonía llegando a crear grabadores
que caben hasta en el hueco de una muela; tiene departamentos de parasicología,
de futurología y de mujeres bonitas. (Sobre éstas últimas podrían hablar Martín
Luther King y McGovern, que fueron sus víctimas. A McGovern, según cuentan los
autores de “Todos los hombres del Presidente” le pegaban detrás, cuando andaba
en campaña contra Nixon, prostitutas que lo aclamaban ruidosamente)
Si Franklin Delano
Roosevelt, el gran demócrata, no quiso firmar el decreto que creaba la CIA, un
nieto suyo, Kim Roosevelt, traicionando a su abuelo, se hizo la superestrella
de la CIA en el Oriente Medio y logró, entre otras cosas, derrocar al doctor
Mossadegh que había nacionalizado el petróleo en el Irán. Desde entonces los
gobiernos derrocados por la CIA se cuentan por centenares, habiendo sido el
episodio más sangriento la caída de Sukarno en Indonesia, que costó más de medio
millón de víctimas, casi todas comunistas. También en Chile, la CIA y la ITT se
dieron un baño de hemoglobina izquierdista, para decirlo con un eufemismo.
La importancia de la
sucursal venezolana de la CIA se puede medir por la intervención que tuvo su
jefe en el problema que les creó el ministro del interior de Bolivia, Arguedas,
cuando abandonó su cargo sorpresivamente y se asiló en el Perú declarando que
no quería seguir siendo un agente de CIA. Hasta el Perú voló el gran mister de
la Agencia de Caracas y se llevó a Arguedas, “voluntario voluntarioso”, como
diría Cantinflas, a un misterioso y sonado viaje hacia la Ciudad de México,
tocando antes en Londres. Por fin Arguedas, después de sufrir varios atentados,
resolvió asilarse en Cuba.
Antes se decía que no se
mueve una hoja sin la voluntad de Dios: hoy se dice que sin la voluntad de la
CIA nada se mueve en el mundo occidental.
Por medio de sus
agentes, sub-agentes y contactos la organización secreta trata de aplanarlo
todo: se inmiscuye en los medios de comunicación, en las líneas políticas de
los partidos, en las creencias religiosas de los ciudadanos, en la orientación
de la economía. Usa todas las armas, hasta hacer llover en demasía para dañar
las cosechas de sus enemigos.
Si los partidos de izquierda no pueden o
no quieren desenmascarar a los infiltrados, podrían abogar por una ley, como la
existente en Estados Unidos, que obligue a los nativos transpatriados a
inscribirse como agentes de potencias extranjeras. En Venezuela hay por lo
menos varias docenas de nacionales a quienes el índice público señala como
agentes de la CIA, y lo peor del caso es que son hombres bien situados.
Al parecer, tampoco a la
CIA le cae bien la Reforma Tributaria, la única medida débilmente
anticapitalista del presente gobierno.
La CIA y el complejo
industrial militar de Estados Unidos parecen estar embarcados en preparar el
gobierno absoluto sobre cuerpos y conciencias que ideó George Orwell en su
célebre novela “1984”. Hay que despabilarse, porque para la fatídica fecha sólo
faltan siete años.
Diario El Nacional, ¡Qué tiempos
ahora!. 1977.
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