Mamá yo quiero saber
de dónde son los farsantes
que los veo tan
elegantes
y los quiero
conocer.
Las matronas más famosas
por sus vidas dolorosas
son las recias heroínas
de las plazas argentinas,
madrecitas siempre en mayo
invocando luz de
rayo
contra viles
sabandijos
que inmolaron a sus hijos.
La madre más desgraciada
que habita en lóbrego rancho
trabaja duro y ancho
con prole y abandonada.
Un hijo desocupado
y el otro superdrogado
Y su muchacho sincero
que vive de su ideal
ayer cayó prisionero
de la injusticia social.
Entre las madres peludas
está la mamá de Judas,
Gumersinda de Iscariote
una vieja tan sipote que
los cobres de la venta
agarrólos por su cuenta y
se compró en Nazareth
una Toyota 90
y un bellísimo chalet.
La madre del rey Nerón
doña Chévere Agripina una
señora muy fina pero el hijo
tan matón tan vago y
estrafalario que ponía un
incendio diario por mirar la
quemazón.
La madre de Catilina,
la señora Catilón,
que dice era divina,
un monumento, un hembrón
pero el viejo Cicerón
la trataba con inquina
porque la vio en
la piscina
de Terma Caracallina
sin blusa ni pantalón.
Es también muy conocida
la madre del homicida,
y de fama universal
la del que viene a cobrar.
Mentada en el mundo entero
es la madre del casero
y con mención la
más negra
la pobre madre de suegra.
También se nombra bastante
la madre del adulante,
la del dueño de autobús,
la del que pica la Iuz,
la del que adultera un texto
la del que nos quita el puesto,
la del Juez que nos condena
a sufrir injusta pena;
la del testigo que calla
y la del carro con falla.
La mamá se le recuerda
también al que no
se acuerda
de los manejos
insanos
de adecos y copeyanos;
al que hace malas
comedias,
al que apesta con sus medias,
al que las echa de
amargo;
al que practica un embargo,
al que niega una peseta,
al que nos pone ampolleta,
al que nos saca una muela,
al que nos echa una pela,
al que nos hace un registro,
al que engaña con su Cristo,
al que suena la cometa
para ordenar metralleta.
Al que hace de funcionario
de un Gobierno represor;
al que asesina un canario
el que mata a un ruiseñor.
La última madre que nombra
aquel que la pata estira,
cuando el aire ya no aspira,
porque se convierte en sombra,
es la madre del doctor
cuando dice sin acierto:
—Este carrizo esta muerto
entiérrenlo, por favor.
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