En el siglo XVIII un célebre general europeo dijo: “El mundo será feliz
cuando se ahorque al último cura con la tripa del último juez (o viceversa)”.
Parodiándolo, una dueña de casa expresaría que Venezuela será feliz cuando se
ahorque al último director del INOS con la tripa del último Ministro de
Fomento.
El
citado general fue demasiado general con relación a la curecía, pues entre los
clérigos ha habido nombres muy gloriosos. Un cura llamado Nicolás Copérnico fue
quien inició la revolución científica moderna al demostrar, en los comienzos de
1500, que son la Tierra y los demás planetas los que giran alrededor del Sol y
no a la inversa.
Otro
cura llamado Giordano Bruno prefirió ser quemado como hereje antes que abjurar
de sus ideas, copernicanas o propias. Cuando lo llevaron al último suplicio
entre un lúgubre cortejo de militares y religiosos, un sacerdote de la
Inquisición se le acercaba de techo en trecho y poniéndole un crucifijo cerca
de la cara le gritaba: “¡Abjura, hermano, y serás perdonado!”.
Otro
cura menos heroico pero también célebre, se llamaba Thomas Robert Malthus y
escribió algo así como la segunda parte del Apocalipsis, pero le puso un nombre
inofensivo: Ensayo sobre el principio de la población en lo que afecta
a la mejora futura de la sociedad. No amenazaba destruir al mundo con
bombas molotov y otros detonantes, al estilo de los cuatro jinetes del
evangelista de Pattmos, pero pronosticó una cosa peor: que la humanidad estaba
condenada a pasar hambre por los siglos de los siglos, amén.
Muy
sencilla es la cosa, decía el honorable pastor protestante: la población crece
más rápidamente que los alimentos. Estos lo hacen de acuerdo con la progresión
aritmética 1, 2, 3, 4, 5, 6, etc., y los habitantes en progresión de 1, 2, 4,
8, 16, 32. Son los dos caballitos que van para Francia, corren que corren y
ninguno se alcanza. “Cuando uno nace, la boca empieza a funcionar de inmediato”,
decía Charles Gide, y los brazos para producir funcionan solo 15 ó
20 años después. Además la tierra se seca, se destruyen los árboles, el agua se
evapora.
Lincoln
pensaba que Dios debía querer mucho a los pobres porque hizo muchos; en cambio
Malthus, pastor de almas, consideraba a los pobres como un estorbo, como una
carga, como a seres cuya muerte resultaba beneficiosa para que no se rompiera
el equilibrio entre el hombre y la naturaleza. Fiel a su teoría no era
partidario de mejorar los jornales, ni de hacer viviendas, ni de establecer
hospitales, parece como si su lema hubiera sido: “Proletarios de todos los
países, moríos”.
Este
cura con tanta monstruosidad teórica no era en la práctica sino un
cura bonchón y un cumplido profesor de economía política;
a pesar de que era boquineto, estaba bien visto por estudiantes y estudiantas a
los cuales divertía con sus chistes e ingeniosidades. Además era amigo íntimo
de David Ricardo, uno de los padres de la economía política, y solían pasear
juntos por los barrios (ricos) de Londres engolfados en controversiales
discusiones.
Lo
que Malthus predicaba lo están haciendo hoy las multinacionales con la
inflación. Ante la vida tan re-cara, los primeros que se despiden de este mundo
son los más pobres. Diez mil niños, que se sepa, mueren de hambre todos los
días, mientras diez mil ricos, que se sabe, mueren de comer demasiado. Pero la
medalla maltusiana se la llevan los militares, no solo porque su oficio es
eliminar pobres sino porque gastan anualmente en el mundo 240.000 millones de
dólares en armamentos, sabiendo que con esa suma resolverían el hambre de la
humanidad.
Lenin
en famoso libro decía que una de las características del imperialismo era la
exportación de capitales de la metrópoli a las colonias. Pero ahora está
sucediendo al revés: Arabia Saudita ha colocado en Europa y EE.UU entre 50 y
100.000 millones. “¿Por qué con ese dinero no agriculturiza Ud. el país?”, le
preguntarían a su majestad saudita. “Ni tonto que fuera”, contestaría su sacra
real majestad; cuando estos árabes estén bien vestidos, bien comidos y bien
informados, se acaba el reino”.
Otra
práctica malthusiana es esterilizar a las personas pobres y se dice que en
muchos países, enfermo que cae en el hospital es enfermo que sale esterilizado,
secretamente, sin que él lo sepa.
Si
el mundo fuera reducido a la escala de mil habitantes, dijeron unos
encuestadores, habría 70 ricos y 930 pobres; 300 comerían y 700 se estarían
muriendo de hambre. En cambio, John D. Bernal, notable científico marxista
inglés, opina que en el planeta Tierra caben holgadamente cien mil millones de
personas.
Esto
de “holgadamente” es muy discutible pues en Venezuela, por ejemplo,
significaría que tendríamos 500 millones de colombianos indocumentados y 100
millones de argentinos en la pura Caracas. Además 4.000 millones de adecos y
3.000 millones de copeyanos.
Como
que es mejor el maltusianismo.
Diario El Nacional, ¡Qué
Tiempos Aquellos!, 1976.
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