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domingo, 28 de enero de 2018

UN CURA LLAMADO MALTHUS


        En el siglo XVIII un célebre general europeo dijo: “El mundo será feliz cuando se ahorque al último cura con la tripa del último juez (o viceversa)”. Parodiándolo, una dueña de casa expresaría que Venezuela será feliz cuando se ahorque al último director del INOS con la tripa del último Ministro de Fomento.
       El citado general fue demasiado general con relación a la curecía, pues entre los clérigos ha habido nombres muy gloriosos. Un cura llamado Nicolás Copérnico fue quien inició la revolución científica moderna al demostrar, en los comienzos de 1500, que son la Tierra y los demás planetas los que giran alrededor del Sol y no a la inversa.
       Otro cura llamado Giordano Bruno prefirió ser quemado como hereje antes que abjurar de sus ideas, copernicanas o propias. Cuando lo llevaron al último suplicio entre un lúgubre cortejo de militares y religiosos, un sacerdote de la Inquisición se le acercaba de techo en trecho y poniéndole un crucifijo cerca de la cara le gritaba: “¡Abjura, hermano, y serás perdonado!”.
       -¡Vive Dios!, gritaba Giordano, furioso-: ¡No abjuro!
       Otro cura menos heroico pero también célebre, se llamaba Thomas Robert Malthus y escribió algo así como la segunda parte del Apocalipsis, pero le puso un nombre inofensivo: Ensayo sobre el principio de la población en lo que afecta a la mejora futura de la sociedad. No amenazaba destruir al mundo con bombas molotov y otros detonantes, al estilo de los cuatro jinetes del evangelista de Pattmos, pero pronosticó una cosa peor: que la humanidad estaba condenada a pasar hambre por los siglos de los siglos, amén.

        Muy sencilla es la cosa, decía el honorable pastor protestante: la población crece más rápidamente que los alimentos. Estos lo hacen de acuerdo con la progresión aritmética 1, 2, 3, 4, 5, 6, etc., y los habitantes en progresión de 1, 2, 4, 8, 16, 32. Son los dos caballitos que van para Francia, corren que corren y ninguno se alcanza. “Cuando uno nace, la boca empieza a funcionar de inmediato”, decía Charles Gide, y los brazos para producir funcionan  solo 15 ó 20 años después. Además la tierra se seca, se destruyen los árboles, el agua se evapora.
        Lincoln pensaba que Dios debía querer mucho a los pobres porque hizo muchos; en cambio Malthus, pastor de almas, consideraba a los pobres como un estorbo, como una carga, como a seres cuya muerte resultaba beneficiosa para que no se rompiera el equilibrio entre el hombre y la naturaleza. Fiel a su teoría no era partidario de mejorar los jornales, ni de hacer viviendas, ni de establecer hospitales, parece como si su lema hubiera sido: “Proletarios de todos los países, moríos”.
        Este cura con tanta monstruosidad  teórica no era en la práctica sino un cura bonchón y un cumplido  profesor  de economía política; a pesar de que era boquineto, estaba bien visto por estudiantes y estudiantas a los cuales divertía con sus chistes e ingeniosidades. Además era amigo íntimo de David Ricardo, uno de los padres de la economía política, y solían pasear juntos por los barrios (ricos) de Londres engolfados en controversiales discusiones.
        Lo que Malthus predicaba lo están haciendo hoy las multinacionales con la inflación. Ante la vida tan re-cara, los primeros que se despiden de este mundo son los más pobres. Diez mil niños, que se sepa, mueren de hambre todos los días, mientras diez mil ricos, que se sabe, mueren de comer demasiado. Pero la medalla maltusiana se la llevan los militares, no solo porque su oficio es eliminar pobres sino porque gastan anualmente en el mundo 240.000 millones de dólares en armamentos, sabiendo que con esa suma resolverían el hambre de la humanidad.
         Lenin en famoso libro decía que una de las características del imperialismo era la exportación de capitales de la metrópoli a las colonias. Pero ahora está sucediendo al revés: Arabia Saudita ha colocado en Europa y EE.UU entre 50 y 100.000 millones. “¿Por qué con ese dinero no agriculturiza Ud. el país?”, le preguntarían a su majestad saudita. “Ni tonto que fuera”, contestaría su sacra real majestad; cuando estos árabes estén bien vestidos, bien comidos y bien informados, se acaba el reino”.
         Otra práctica malthusiana es esterilizar a las personas pobres y se dice que en muchos países, enfermo que cae en el hospital es enfermo que sale esterilizado, secretamente, sin que él lo sepa.
         Si el mundo fuera reducido a la escala de mil habitantes, dijeron unos encuestadores, habría 70 ricos y 930 pobres; 300 comerían y 700 se estarían muriendo de hambre. En cambio, John D. Bernal, notable científico marxista inglés, opina que en el planeta Tierra caben holgadamente cien mil millones de personas.
        Esto de “holgadamente” es muy discutible pues en Venezuela, por ejemplo, significaría que tendríamos 500 millones de colombianos indocumentados y 100 millones de argentinos en la pura Caracas. Además 4.000 millones de adecos y 3.000 millones de copeyanos.
        Como que es mejor el maltusianismo.

Diario El Nacional, ¡Qué Tiempos Aquellos!, 1976.
                                      
  

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