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domingo, 14 de enero de 2018

LA INFAMIA UNIVERSAL DE LA HISTORIA


        


        Ha muerto el primer gran escritor mundial que tuvo América.
       Era de Buenos Aires pero parecía un inglés educado en Ginebra o París. Quizás él mismo fue quien inventó eso de que los argentinos son unos italianos que hablan español y se creen europeos.
        Nacido con el don de escribir genialmente adquirió una cultura de grandes dimensiones al ser nombrado muy joven Director de la Biblioteca Municipal de Buenos Aires.  Siguió los pasos del ilustre novelista francés Anatole France, quien era sabio porque creció en la librería de su padre.
         Cuando Borges fue a Londres a dictar unas conferencias sobre el modo de vida griego, asombró a los versados al describir en detalle la vida política, intelectual y privada de los helenos.  Pareció entonces como si dispusiera de libros que nadie jamás hubiese leído; como si hurgara en la biblioteca privada de Diógenes Laercio, el gran Evangelista de los filósofos griegos.
       Llegar en sus escritos a la cumbre del genio literario era frecuente en él; lo mismo en sus historias de infamia, que en las escenas de matones y tangueros.  O cuando descubre el Aleph en el sótano de una casa, incorporando a la cosmovisión ese punto luminoso que permite ver todo lo que pasa en el Universo.  Si como narrativo es genial, como especulativo llega muchas veces a estratos superiores. Por elucubraciones mentales odiaba los espejos, junto con su amigo y colaborador Bioy Casares, porque reproducen al hombre.  Distinguía en el mundo irreal dos clases de individuos: los que existen verdaderamente y los que son creaciones fantasmales de los primeros.
        Fue un producto de la educación materna; su madre lo acompañó casi toda la vida pero no desarrolló asma ni desviaciones sexuales como Proust, sino un incomprensible espíritu anarquista que lo aísla de la sociedad y le acarrea no pocos odios.  Borges no tenía ideología, dicen que cuando joven militaba con los comunistas, como su émulo el escritor argentino Sábato.  Odiaba el militarismo de Perón, quizá por lo de progresista que tuvo en su primera época; pero alababa los procedimientos y la persona de Pinochet.
        En su vida más o menos holgada la única ambición que le cupo fue ganar el Premio Nobel de Literatura.  No se lo dieron porque además de muchos idiomas, Borges hablaba demasiadas tonterías (Una vez dijo que no había tenido tiempo para leer ninguno de los versos de Pablo Neruda).  Por eso sería que sus poemas como los de Joyce son obras del cerebro más que del corazón.
        En el Aeropuerto de Madrid conocimos personalmente a Jorge Luis Borges. Los 30 venezolanos que andábamos en tour nos entusiasmamos enormemente cuando alguien se acercó y nos dijo: “En el salón de pasajeros está Jorge Luis Borges”; corrimos hacia allí a diferencia de los ecuatorianos que oyeron la noticia y permanecieron indiferentes. Durante una hora hicimos cola para saludar y aclamar al gran escritor americano.  Con él, sentada como a un metro de distancia, estaba María Kodama.  Tendría en esa época (1976) un poco más de 30 años.  Parecía, por lo flaca y desanimada “una señorita de Avignon” cuidando a Pablo Picasso.
        El que esto escribe, en son de juego, pidió a Borges que le regalara un Aleph.  El ilustre ciego metió la mano en el bolsillo derecho del pantalón e iba a sacar algo cuando María Kodama lo detuvo, imperativa, con una lenguarada quizá en lunfardo.
        Al rato dijimos: Señor Borges, ¿nos va a dar por fin el Aleph?
        Borges respondió:
         No es un Aleph, es una concha marina lo que tengo

Diario El Nacional, Escribe que algo queda, 22/6/1982

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