Ha muerto el primer gran escritor mundial que tuvo América.
Era de Buenos Aires pero parecía un
inglés educado en Ginebra o París. Quizás él mismo fue quien inventó eso de que
los argentinos son unos italianos que hablan español y se creen europeos.
Nacido con el don de escribir genialmente adquirió una cultura de
grandes dimensiones al ser nombrado muy joven Director de la Biblioteca
Municipal de Buenos Aires. Siguió los
pasos del ilustre novelista francés Anatole France, quien era sabio porque
creció en la librería de su padre.
Cuando Borges fue a Londres a dictar
unas conferencias sobre el modo de vida griego, asombró a los versados al
describir en detalle la vida política, intelectual y privada de los
helenos. Pareció entonces como si
dispusiera de libros que nadie jamás hubiese leído; como si hurgara en la
biblioteca privada de Diógenes Laercio, el gran Evangelista de los filósofos
griegos.
Llegar en sus escritos a la cumbre del
genio literario era frecuente en él; lo mismo en sus historias de infamia, que
en las escenas de matones y tangueros. O
cuando descubre el Aleph en el sótano de una casa, incorporando a la
cosmovisión ese punto luminoso que permite ver todo lo que pasa en el
Universo. Si como narrativo es genial,
como especulativo llega muchas veces a estratos superiores. Por elucubraciones
mentales odiaba los espejos, junto con su amigo y colaborador Bioy Casares,
porque reproducen al hombre. Distinguía
en el mundo irreal dos clases de individuos: los que existen verdaderamente y
los que son creaciones fantasmales de los primeros.
Fue un producto de la educación materna; su madre lo acompañó casi toda
la vida pero no desarrolló asma ni desviaciones sexuales como Proust, sino un
incomprensible espíritu anarquista que lo aísla de la sociedad y le acarrea no
pocos odios. Borges no tenía ideología,
dicen que cuando joven militaba con los comunistas, como su émulo el escritor
argentino Sábato. Odiaba el militarismo
de Perón, quizá por lo de progresista que tuvo en su primera época; pero
alababa los procedimientos y la persona de Pinochet.
En su vida más o menos holgada la única ambición que le cupo fue ganar
el Premio Nobel de Literatura. No se lo
dieron porque además de muchos idiomas, Borges hablaba demasiadas tonterías
(Una vez dijo que no había tenido tiempo para leer ninguno de los versos de
Pablo Neruda). Por eso sería que sus
poemas como los de Joyce son obras del cerebro más que del corazón.
En el Aeropuerto de Madrid conocimos personalmente a Jorge Luis Borges.
Los 30 venezolanos que andábamos en tour nos entusiasmamos enormemente cuando
alguien se acercó y nos dijo: “En el salón de pasajeros está Jorge Luis Borges”;
corrimos hacia allí a diferencia de los ecuatorianos que oyeron la noticia y
permanecieron indiferentes. Durante una hora hicimos cola para saludar y
aclamar al gran escritor americano. Con
él, sentada como a un metro de distancia, estaba María Kodama. Tendría en esa época (1976) un poco más de 30
años. Parecía, por lo flaca y desanimada
“una señorita de Avignon” cuidando a Pablo Picasso.
El que esto escribe, en son de juego, pidió a Borges que le regalara un
Aleph. El ilustre ciego metió la mano en
el bolsillo derecho del pantalón e iba a sacar algo cuando María Kodama lo
detuvo, imperativa, con una lenguarada quizá en lunfardo.
Al rato dijimos: —Señor Borges,
¿nos va a dar por fin el Aleph?
Borges respondió:
—No es un Aleph, es
una concha marina lo que tengo
Diario El Nacional, Escribe que algo
queda, 22/6/1982
No hay comentarios:
Publicar un comentario