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miércoles, 31 de enero de 2018

EL DELITO DE SER LOCO


                                
                                      El DELITO DE SER LOCO


“Apurar ¡cielos! pretendo
Ya que me tratáis así;
¿Qué delito cometí
Contra vosotros naciendo?

.. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. ..

¿Qué más os pude ofender
Para castigarme más?
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿Qué privilegios tuvieron
Que yo no gocé jamás?..."

                                      (La Vida es sueño, Calderón de la Barca)


        La historia de “La Rotunda”, en su nueva época del año 1928 a esta parte, está íntimamente unida a Jesús María Pacheco Arroyo, el loco Pacheco Arroyo, quien llena con sus hazañas, vistas y contadas, las buenas horas de los secuestrados, cuya voz es la única que puede levantarse estridente en el silencio de terror que reina en toda la cárcel, y quien es también la víctima más usual para saciar sus iras todos los muchos que en “la Rotunda” están investidos de autoridad.
        Pacheco tiene 52 años y es de contextura formidable. A veces pasa en sus accesos de locura jocosa y declamatoria cuatro o cinco días casi sin comer, y no por eso disminuye su actividad ni da muestras de cansancio. Pasa noches enteras sin dormir, ocupado en hacer travesuras, y por la mañana amanece como si tal cosa. Lo bañan, le dan muchos vergazos, lo encierran, le amarran las manos con cables, le ponen grillos descomunales y al poco tiempo Pacheco está con el chiste en la boca, insultando y alabando, destituyendo y nombrando funcionarios de un fantástico gobierno. Pacheco nunca se enfurece aunque siempre está amenazado. El ingenio que pone en muchas de sus cosas y su buen ánimo le captan el cariño de todos los secuestrados. Ha estado en todos los departamentos y se ufana de que en ninguno lo han podido resistir. Cuenta constantemente los hechos de su vida pasada y pone en su narración tanta vida que se le oye largas horas sin cansarse. Tiene siempre a flor de labio una crítica para las cosas que ve mal hechas por los carceleros, y loco y cuerdo hace siempre uso de una gran generosidad para con los otros presos.
          Campesino arruinado, se vino a Caracas a bregarse la vida contando con el apoyo del cura Manuel Antonio, su hermano, camarero secreto de Su Santidad el Papa. Después de algunos años de residir en el centro, se volvió loco. En Petare un día, sin más ni más, se buscó una vaca brava de esas que aterrorizan a todo un pueblo y se la echó encima a una procesión de santos que conducía su hermano Monseñor, disolviéndola con gran escándalo. Este y otros síntomas acarrearon su llegada al Manicomio de Caracas en donde Pacheco comenzó a actuar más en grande:
 
        “Me puse a convencer a varios otros locos como yo que estaban allí de que debíamos fugarnos. A los tres días contaba como con ochenta locos que daban miedo, Esos sí eran locos de verdad, no como yo que soy un pendejo. Con unos ojotes que daban ganas de salir corriendo. Organizamos nuestra fuga a través de un patio que habíamos explorado. Y en un descuido de los guardianes que estaban por allá enamorando unas locas jóvenes, salimos, yo a la cabeza de mis ochenta locos, calladitos, evitando que nos vieran y dispuestos a estrangular al primero que se opusiera a nuestra paso. Yo me moría de la risa pensando en la sorpresa del cura mi hermano cuando viniera en la tarde a visitar a las Hermanitas del Manicomio; pero me contenía no me fueran a ver los otros, porque los locos son muy susceptibles. Brincamos por encima de un techo y salimos corriendo. Cuando llegamos a la calle pasé revista a mi tropa y no quedábamos más que seis. Pensé volver atrás a averiguar lo que pasaba al resto de mi gente pero me pareció peligroso; pensé mandar uno de los oficiales que me quedaba pero no me atreví porque el loco es loco y podían echar a perder la cosa. Al fin pasé número y ordené marcha al frente. Al poco rato y sin darnos cuenta de cómo, nos encontramos entrando a una casa por el corral, y las mujeres de ella, asustadas porque nosotros no respondíamos a sus preguntas salieron corriendo hacia la calle dando gritos. Vinieron unos policías y varios hombres más y se quedaron perplejos sin hallar qué hacer y sin poder deducir quiénes éramos. Lo que más les extrañaba era vernos sin sombrero y con los cocos pelados. Nos hubiéramos salvado porque yo les dije que éramos comerciantes de Santa Teresa del Tuy equivocados del camino y que estábamos buscando una salida para el monte. Pero de golpe llegó una maldita vieja, flaca, vestida de negro, con el dedo grande saliéndosele por el zapato roto, diciendo que se habían fugado los locos del Manicomio. Salimos corriendo hacia el solar como picados de avispa. Nos alcanzaron y nos volvieron a llevar para el Manicomio. Allí supimos que se habían matado varios locos de los del movimiento por haber brincado por sobre una pared que daba al precipicio.
        ¡Bien hecho por brutos! Si se hubieran venido conmigo no les pasa eso. ¡Y esos locos sí que me querían! Yo voy ahorita al Manicomio y con un solo grito paro una revolución. ¡Los hijos que salen malos es porque los padres son! Por eso es que me tienen aquí. Porque Gómez es un usurpador. Y todos los que mandan unas bestias apocalípticas que no conocen ni la a por lo redonda. Y cosa fea que debe ser una revolución de locos ¡Viva Pacheco Arroyo, carajo! ¡Vengan grillos y cadenas! ¡Viva el partido conservador que tiene cincuenta años de caído! ¡Viva la revolución! ¡Viva el continuismo de Andueza Palacios! ¡Viva Hermógenes López, mi padrino! “la Cochina de Naguanagua”! ¡Maldito sean los locos, carajo!
        Del Manicomio fue trasladado a “La Rotunda” por miedo a que se fugara, sobre todo desde el momento en que empezó a decir que iba a matar a Velazco, Gobernador del Distrito Federal. Su hermano el cura se lavó las manos en el asunto de su pasada para la cárcel y a pesar de que le han ofrecido su libertad si lo mandan para el extranjero, o lo mantiene seguro en su casa, ha preferido dejarlo en “La Rotunda” aunque siempre se ha procurado enterarle de las crueldades de que es objeto el pobre loco.Todo esto a pesar de que los estudios del cura fueron pagados por el loco cuando todavía no se había arruinado. Cría cuervos y te sacarán los ojos...

                                      ___________

         ¡Oye tú, pendejo! ¿Cómo que te dormiste? ¿Qué está haciendo ese loco? Me estoy asfixiando.

        Nos incorporamos sobresaltados. Un fósforo. El loco embadurnaba calmosamente las paredes del reducido calabozo con  los excrementos del “pollino”, sirviéndose de nuestra poca ropa a guisa de brocha. El compañero que hacía la guardia de una a tres de la madrugada se había dormido. El loco al darse cuenta de ello, había empezado a hacer de las suyas. La hedentina era insoportable. El suelo, las paredes y el nocturno pintor estaban ornamentados de pie a cabeza.
        El culpable centinela, abochornado, quería tranquilizar al loco. Pero al contemplar su extraña figura se había quedado estático ante él.

       ¡Anda! ¡Quítale eso y báñalo!

        El centinela, dudoso, se dirige a Pacheco:

       Oiga, maestro, ¿qué está haciendo? (No vaya a gritar porque nos echan verga).

        No sea cobarde, hombre; el hombre debe ser macho. Aprenda a mí que no le tengo miedo a nada. ¡Vivan los machos, carajo! ¡Cada cien años nace un macho!

         ¡No levantes la voz porque nos echan verga! Deja esa ... pintura. No seas cochino.

         ¡Cochino? Sí. Porque mientras ustedes duermen yo trabajo. Cochino porque me gusta el orden y el aseo. Cochino porque quiero que este calabozo amanezca limpio. Cochino porque he recibido orden del general Gómez de meterlos a ustedes por un solo carril. Sí, cochino. Cochino será su madre. Duerman tranquilos. No hagan guardia que yo soy incapaz de matar a unos pobres muchachos desarmados. Duerman. Duerman que yo velo. ¡Adiós! ¿Cómo? ¿se levantaron todos? ¡Qué machotes! Ocho hombres hechos y derechos y le tienen miedo a un pobre loco. Duerman, que gracias a mí siquiera este calabozo amanecerá presentable.

           El cabo de “El Patio”, fiel cumplidor de sus funciones de atormentar día y noche la vida de los presos, atraído por el ruido y la luz, golpeó en la puerta, por detrás de la cortina y con su tono más provocador rezongó:

             ¡Qué ruido es ese? ¡Carajo! ¿No saben que de noche no se habla? Si siguen haciendo ruido voy a llamar al coronel para que les eche verga.

               Fue que el loco llenó esto de mierda.

          ¡Qué locos del carajo! Locos son todos ustedes. Bueno, pues. ¡Mucho silencio!

          Y quietecitos, sufriendo todas las posiciones incómodas para que no sonaran los grillos y con los ojos abiertos para evitar ser objeto de las habilidades artísticas del loco, pasamos el resto de la noche en vela y respirando aquello que no era del todo una atmósfera perfumada.
        
          Por la mañana cuando vinieron a pasarnos revista como de costumbre, los “Coroneles” se rieron mucho de las travesuras del loco y se contentaron de la buena noticia que le llevarían al general Volcán. Porque había sido el mismo Alcaide de “La Rotunda” quien concibió aquel nuevo tipo de tortura.

         Como incrustado en la reja del calabozo, sacudiéndola con todas sus fuerzas, estremeciendo casi los cimientos del cuarto triangular, pasaba allí horas enteras, incansable, declamando con un vozarrón que casi se oía en la calle, gritando, llorando, riéndose, haciendo nombramientos, cantando, insultando, pateando, arrojando sus utensilios de comer, destrozándose la blusa que le quedaba como toda vestimenta y dando neta la impresión de un verdadero tigre que pugna por salirse de su jaula.

         “¡Juro por mi madre bendita que haré justicia! ¡Como heridos por el rayo caerán Juan Vicente Gómez y toda esa caterva de asesinos que lo rodea! ¡Hombres sin ley y sin conciencia. Hombres que son hombres sólo porque usan pantalones. Hombres sin corazón. Que los hijos que salen malos es porque los padres son!
         
         Arroyo. Arroyos. Ellos arrollarán. Tercera persona del plural del verbo arrollar, Pacheco Arroyo. El tigre del Yaracuy. De la noble estirpe de los indis¡os jirajaras. De Nirva o Nirgua. El rey de “La Rotunda”. El hombre contra quien la adversidad no puede nada. El hombre contra quien se han estrellado los grillos y las cadenas. ¡Abajo Volcán! ¡Vengan grillos! ¡Vengan cadenas! ¡Abajo los godos!

       ¡Sí! ¡Bolívar tuvo la culpa! ¡El fue el introductor en Caracas de los pantalones sin braguetas! Y después cuando se estaba muriendo dijo: “Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión, ya bajaré tranquilo al sepulcro”. ¡Cómo no iba a bajar, si se estaba muriendo! ¡Los asesinos del Congreso en el año cuarenta y ocho! Rafael María Velazco, un malvado cobarde...abusador...¡maldita sea su estampa! Caiga sobre él mi maldición. Que los hijos que salen malos es porque los padres son.

         ¡Viva la amnistía! Anoche le hablé a tu madre y esta mañana a tu tía. Y tu hermana se me escapó por encontrarla dormía. ¡Viva Dios! ¡Viva la patria! ¡Viva la Federación! ¡Viva Ignacio Sandoval en la punta de un cañón! ¡Los hijos que salen malos es porque los padres son! ¡El Gobernador paseando y Pacheco Arroyo jodido!

         ¡Déjenme desahogarme! ¡Déjenme exprimir del corazón tanta hiel que tiene! ¡Déjenme maldecir a los hombres sin conciencia. Y cuando digo hombres sin conciencia quiero decir los hombres que están en el Gobierno. Y cuando digo Gobierno quiero decir los canallas que meten hombres en la cárcel. Y cuando digo cárcel me refiero a ¡La Rotunda! Rotunda. Rotonda. Rotondaro de Valencia.

             ¡Nombro! ¡Nombro! ¡Nombro!

         ¡Nombro a Merci Cairú, Jefe Civil del Departamento Libertador del Municipio Muñoz Tébar de la Gran Colombia!

         ¡A Mariano Gil Fortoul Lozano, hijo del padre Lozano, el chivo de La Pastora, mi enfermero. Camarero secreto de la higiene del Estado Mayor del Departamento de la Cruz Roja del Continente Americano!

          A Manolo y Marqueti, escapados de Cayena. Rematadores de los juegos y las prostitutas que tiene Caracas, sin sacar de ellas las mujeres del Arzobispado y las queridas del padre Pacheco, mi hermano.

          Al negro Mister Austin, profesor de idiomas en el Colegio San José de Los Teques, a ese negro tan instruido pero tan malo...

         ¡A Carlos Marx, Rey de los mares, y yo, Pacheco Arroyo, rey de las aguas dulces!

         ¡A Sumoza, Gobernador del Territorio Amazonas con jurisdicción en Conchinchina, y derecho a portar bastón de plata y sombrero de copa!

         ¡A Rafael María Velazo nombre ... su madre, por vil y traidor!

         ¡Al sobrino del Padre Delgado, loco como yo, le doy la  misión de transportar a lomo de bestia las aguas del Amazonas para el desierto de Sahara!

         ¡Viva Pacheco Arroyo, Rey de los Arroyos! ¡Grande en el Hospital! ¡Grande en el Manicomio! ¡Grande en la Rotunda Vieja! ¡Grande en los Techos del Manzanillo! ¡Grande hasta para magnificar la parte impura que cabe en el alma de los locos! ¡Viva Rodó, carajo, que todavía no ha rodado! ¡Viva la anarquía! Anoche le hablé a tu madre y esta mañana a tu tía. Y tu hermana se me escapó por encontrarla dormía. ¡Maldita sea La Rotunda! ¡Maldito sea este cementerio colocado en el corazón de Caracas! ¡Maldito sea este monstruo que se ha tragado tantas vidas de valía! Anoche le hablé a tu madre. Yo mismo he visto muchas cosas con mis propios ojos. Por eso es que me tienen aquí. ¡A la una pasó Gonzalo, a las dos pasó Vicentico. A las tres misia Dionisia. A las cuatro lo mataron! ¡La vindicta pública acusa a Juan Vicente Gómez de ser el autor del crimen de Miraflores! ¡Y tantos inocentes que hicieron perecer en esta Rotunda!

         ¡Viva Pacheco Arroyo, el tigre de Yaracuy. ¡Vengan yerros! ¡Vengan cadenas! ¡Venga verga! ¡Vengan grillos! ¡Venga agua! ¡Abajo Gómez! ¡Abajo Eustoquio! ¡Abajo Rafael María Velazco! ¡Abajo López Contreras! ¡Abajo Pérez Soto! ¡Viva la Federación!

          ¡Que los hijos que salen malos es porque los padres son...!"

         Pacheco fue trasladado al departamento llamado la Rotunda Vieja, con el objeto de que los Cabos de aquel sitio –que eran los más feroces y numerosos de toda La Rotunda– lo hicieran entrar en razón a fuerza de agua y verga. Y como Pacheco nunca se las llevaba bien con Cabos, Alcaides, Gobernadores y demás gente de esa calaña y siempre estaba por desfacer entuertos como su gran colega de la Mancha,  se atrajo la enemiga de los Cabos, quienes lo consideraban como  una bestia salvaje a quien había que domar a palos. Dos cabos no pudieron conseguir que Pacheco compartiera con ellos su comida, la cual daba a los más necesitados del Departamento. Pacheco definía a los Cabos: presos convertidos es verdugos de los otros presos...

        Y los “verdugos de los otros presos” fueron insaciados verdugos de Pacheco. Le daban palos hasta más no poder. Lo amarraban. Le daban puñetazos. Lo arrastraban por el suelo. Lo bañaban. Lo insultaban. Inventaban todas las cosas que pudiera dañar a un hombre y se las aplicaban al loco para divertirse y vengarse de las verdades que les decía. Pacheco lloraba, gemía, pateaba, pedía perdón, maldecía, gritaba, se sacudía, pero los Cabos no cesaban en su canallesca tarea, riéndose soezmente.

        Una noche los seis Cabos se pusieron en puntos estratégicos para “acorralar” a Pacheco. Uno le echaba verga y como salía corriendo iba pasando por cerca de los otros, quienes lo cogían a palos. Y así Pacheco volaba, más que corría, escaleras arriba y escaleras abajo, dando alaridos y perseguido por aquellos seis bárbaros que lo herían en todo el cuerpo. Los doscientos presos de la Vieja contemplaban asombrados e indignados aquella inhumana diversión de los seis asesinos.

        De pronto estalló la protesta. Los doscientos presos en aquel inmundo departamento se lanzaron a las escaleras, a los pasadizos, al patio, furiosos, gritando clamorosamente:

            ¡Saquen el loco! ¡Saquen el loco! ¡Saquen el loco!

        A la vez que con palos, piedras, pocillos, cucharillas, poncheras, cajones, ollas de cocina, y el sin fin de utensilios, golpeaban las paredes, el suelo, los techos, las escaleras, las rejas, formando un estruendo formidable, hasta dar la impresión de que La Rotunda se venía al suelo.

         El Alcaide, corriendo, llega y se asoma angustiado por encima de la redoma, ordenando al Cabo Primero:

           ¡Cabo! ¡Calle a esos carajos! ¡No ve que la bulla se oye en la calle"                 
            Cómo los callo si son doscientos y yo soy uno solo.                                                                                                                 
             Dígales que si no se callan les mando a echar tiros!

            ¿Oigan! ¡Que si no se callan les van a echar tiros!                                  
            ¡Saquen el loco! ¡Saquen el loco! ¡Saquen el loco! ¡No maltraten ese loco! ¡Saquen el loco!
        
        Y el ruido de los palos, piedras, cucharillas, cajones, poncheras, platos y demás utensilios cayendo sobre las paredes y el suelo se redoblaba con furia, como si las fueran a echar abajo.

         Sandoval y los demás esbirros de la cárcel fueron sobrecogidos por el pánico ante la imponente protesta.

         A los pocos segundos Acevedo, el sub-alcaide, bajó con cinco hombres y las llaves, abrió el buzón y ordenó: ¡Saquen el loco!

         Y el pobre loco, al fin, siguió pagando las cuentas de aquella fiesta. Lo bañaron. Lo engrillaron. Lo apalearon. Le amarraron las manos. Lo hirieron. Le llenaron el lecho de agua y creolina, Y todavía les gritaba:

         ¡Vengan grillo! ¡Vengan cadenas! Maltrátenme que siempre el Jefe es el más responsable. ¡Pero les alcé la Rotunda Vieja! ¡Así se hace bulla! Es que Pacheco Arroyo tiene prestigio. Cobardes ¿Por qué no entraron a la Vieja? Los hubiéramos descuartizado.

          Al día siguiente por la tarde, con una franela por todo vestido, con un pañuelo amarrado en la cabeza y con unas tiras de trapo atadas a las piernas, Pacheco, abatido, agarrándose con las manos ambas orejas, reflexionaba recostado en la puerta de su calabozo. No le habían pasado comida en todo el día como castigo por la insurrección de la noche anterior. Al verme levantó la vista dolorosa y me dijo en tono cariñoso ý conspirativo:
         
       ¡Amanecí menstruando! Así se hace una Revolución. ¡Te nombro Gobernador si me consigues un pedazo de pan!

          Y un día llegó en el cual Pacheco se puso bueno. La noticia corrió por toda la cárcel. Los chácharos se asomaban en grupos por las aspilleras para ver el milagro que se había realizado en el patio de Manzanillo. Los ordenanzas retardaban en el Patio del Manzanillo. Los ordenanzas retardaban ex profeso sus quehaceres en el buzón para cerciorarse por sus propios ojos. El mismo Alcaide solía venir por las tardes al balcón y contemplar a Pacheco cuerdo.

       Fue tomando una figura de anciano venerable. Vestido de limpio, cariñoso, metódico, servicial. Los presos lo contemplaban largos días por entre los agujeritos de las puertas de los calabozos y estaban convencidos de que en él tenían un aliado. Lo veían sublevarse, aunque no decía nada, ante las canalladas del Cabo. Cada nueva cosa que este inventaba para perjudicar a los presos mortificaba hondamente a Pacheco. Silencioso, reflexivo, se paseaba algunas veces por el patio. Ya era un preso corriente.

         En aquellos seis meses el pequeño mundo de la cárcel olvidó que hubiera existido un Pacheco loco.

         Secundino, el sub-alcaide, insultó a Valerio de pies a cabeza y para terminar trajo una vera e hizo que Camacaro, el ordenanza, lo apaleara. Y Valerio García, Cabo del Manzanillo, dejó de inflamar con su autoridad cada pulgada de los doscientos metros cuadrados de aquel departamento. Se levantaba el estado de sitio que aquel solo hombre mantenía con una verga en la mano.

       Por orden del Coronel queda usted nombrado Cabo, señor Pacheco.


         Fue un choque traumático en el cerebro del pobre Pacheco. Casi cerró los ojos cuando Secundino pronunció el nombramiento. Muchos años de locura culminaban en aquel sagrado instante. Fue esa la ilusión de todos sus desvaríos: gobernar. Meses y meses había pasado su cabeza desequilibrada nombrando funcionarios, administrando justicia, lanzando decretos, saboreando en la imaginación el ejercicio de todos y cada uno de los cargos de un aparato gubernamental construido a su manera. Y cuando ya estaba viejo, dolorosamente resignado a morir sin ejercer el poder, he aquí que de repente ponen en sus manos las riendas del Estado, lo invisten con la suprema autoridad de aquella microscópica república...

          Bueno, Valerio; ya usted oyó decir que yo soy el Cabo, la orden superior en este departamento. Ande muy derechito porque no estoy dispuesto a tolerar vagabunderías. Como base cesan la capadura de las viandas, el robo de ropa y los chismes. A los presos se respeta y su agua les pasa completa, toda la que quieran. El único que puede hablar con el Coronel aquí soy yo. Los presos tienen derecho a cantar y a reírse cuanto deseen. Usted es desde hoy ordenanza y botará los pollinos. Muestre que como supo mandar así debe obedecer.

         ¿Tun...tun... tun! Oigan señores. Los del calabozo número 3. Atiendan un momento que es corto... Desde hoy he sido nombrado Cabo y les ruego me ayuden con un buen comportamiento para poder salir bien de este atolladero. La comida, la ropa, el mono y el agua les pasarán completos. Avisan todos los días por la mañana cómo han pasado la noche y si hay enfermos para hacer venir médicos y medicinas. Pueden divertirse cuanto quieran. Para mayor orden ahí adentro nombro Cabo del calabozo al señor Pollo Lara con jurisdicción en la puerta para dar y recibir el mono y las novedades.

           ¡Tun...! ¡tun...! ¡tun...! Señores del calabozo número 1... Supongo que han oído lo que dije a los del calabozo número 3. Eso corre también con ustedes. Y nombro Cabo de este calabozo al señor Guillermo Mujica. He dicho.

           Bueno, Galipán. Usted es desde ahora el primer ordenanza y lo invito a que colabore conmigo para que ejerzamos a cabalidad y sin maltratar a nadie las delicadas funciones que han puesto en nuestras manos. Usted me vigila a Valerio. ¡Mucho orden y ojo de garza!

          Coronel Cárdenas. Lo esperaba. A usted como Jefe de la Requisa le toca aprobar una serie de medidas que he tomado a favor de estos pobres presos. Quiero hacer una administración humanitaria. He nombrado Cabos en estos dos calabozos, no para que maltraten sino para que aconsejen. He suprimido los robos y demás cosas que puedan perjudicar a estos muchachos. Nadie dirá en el futuro que Pacheco Arroyo se portó mal.

           ¡Silencio!   ¡Señores! Acaba  de sonar el poste.  Les agradezco  que respeten el silencio como si el Cabo fuera Valerio. Después de las nueve  no se debe oír volar una mosca. A dormir que mañana será otro día.

          ¡A levantarse, señores! ¡Buenos días! Pasen número a ver si no fue nadie anoche. Digan si tienen enfermos para hacerles venir médico ahora mismo. ¡Pollo Lara! ¡Dé usted la novedad! Mucho silencio y mucho orden. ¡Valerio! ¡Saque usted a los pollinos! ¡Despacio! ¡Ligero! ¡No se rían! Ya saben que la autoridad superior aquí soy yo. ¡No es así, Coronel Cárdenas? Aquí no manda ningún Sandoval ni ningún Cárdenas, aquí manda Pacheco Arroyo. ¡Ah! ¡Cárdenas! ¡Tan buena persona y tan parecido al General Castro! Bueno, muchachos, mucho orden y báñense para que engorden, como decía Porritas.

       Galipán  y Valerio! ¡Vengan acá! En este momento se cumplen las primeras veinticuatro horas de mi gobierno en este patio. Todavía ningún ciudadano puede achacarme la menor injusticia. Ninguna viuda llora por mi causa, como dijo en Bolivia ese Gran Mariscal de Sucre. Hasta ahora he hecho probar a mis conciudadanos la miel de mi gobierno. Ya conocen el anverso de Pacheco Arroyo. Ahora van a probar el reverso. ¡Sabe usted lo que es el anverso y el reverso de una medalla? ¿No lo sabe?  Vaya y pregúnteselo al doctor y general Guillermo Mujica, o a Alejandro Fuenmayor, profesor de historia y lengua vasca en el calabozo número 3. No se ría. ¡No me falte el respeto cuando procuro instruirlo! ¡Desgraciado el pájaro que se caga en su nido! Este Galipán se está entuertando. ¡Y ese es Valerio! Dime con quién hablas y te diré qué piensas. Venga acá para enseñarlo a trabajar como se trabaja en mi hacienda de Nirgua. ¡Kindergarten! ¡Kuáker! ¡Juit oats Quik!    ¡Agarre esto y llévelo para allá! ¡Tráigalo para acá! ¡Agáchese! ¡Párese! ¡Corra! ¡Camine! ¡No se ría! ¡Ríase ahora! ¡Acuéstese! ¡Quítese el sombrero! ¡Póngaselo! ¡Rómpalo! ¡Suba esa escalera! ¡Bájela! ¡Apague la luz! ¡Quiebre esa botella! ¡Recoja los vidrios! ¡Dé un paso adelante! ¡Dos atrás! ¡Salude militarmente!  ¡Póngase de cuclillas! ¡Retírese! Y acostúmbrese a la disciplina que nos esperan grandes acontecimientos mundiales.

           ¡Ahora usted, Valerio! De orden superior, que soy yo, va a entregar todo   lo que robó   a estos  muchachos  en  los   nueve meses de ratería y vagabundaje  que  fue su gobierno. ¿No le da pena que   la posteridad va a tildarlo de tirano? Sus bienes serán repartidos y su   memoria para siempre execrada. ¡Qué  diferente  hablará la historia de usted y de mí!  A usted lo compararán con Nerón, Atila y Juan Vicente Gómez. A mí con Espartaco, cayo y Tiberio Graco, Ezequiel Zamora, José Gregorio Monagas y con mi compadre Rodulfo Antonio Bastidas quien se portó muy bien  cuando fue monero. Usted es un hombre sin conciencia ni honor. ¡Bien se ve que antes
 era policía y que está preso   por estupro! ¡Cobarde! ¡Asesino! Obedezca ahora como yo le obedecí. Reconozca en mí a su superior. Las gallinas de arriba orinan a las de abajo!

          ¡En tres días de gobierno he transformado la faz de este presidio! ¡Y sini embargo me echan vainas estos carajos, mal nacidos! ¡Anoche el cara de gallina ese del doctor y general Guillermo Mujica estuvo haciendo bulla después del silencio, y lo mismo mi enfermero Gil Fortoul Lozano! A esos sediciosos del calabozo número 1 les tiré un alpargatazo y no se callaron. ¡Venezuela será un cuartel toda su vida! ¡Como dijo el marico ese de Simón Bolívar! Mañana al despuntar la aurora hará apalear a los rebeldes: desfilarán en el potro ese negro Ugueto, Ambrosio Purroy, Felipe Escobar y muchos otros. ¡El doctor González Méndez, hijo del padre Calixto, que llegó aquí como un Napoleón!  No quedará piedra sobre piedra. Me sacrificaré por la Patria, como dijo Bolívar cuando mandó a fusilar el batallón “24 de jlio”. ¡Seguiré las normas de Juan Vicente Gómez! Nataguaro no es guabina. ¡Ajá. Ajá. Anjá. Anjá! ¡Sacalapatalajá! ¡Cigarro y baraja! Proletarios... Para ponerles una soga de escapulario. ¡Treinta y tres! ¡Treinta y tres! ¡Diga treinta y tres! ¡Usted lo que está es loco! ¡Qué bagre ni que bagre!

         El Manzanillo, Departamento de La Rotunda. Caracas. Distrito Federal. República de Venezuela. La Gran Colombia. Sudamérica. El Nuevo Mundo. Hemisferio Norte o Boreal. Latitud Occidental. Meridiano de Grengúiche. La Tierra. Sistema Solar. Administración de Pacheco Arroyo:

          Castigados los malos y premiados los buenos! ...
      
          ¡Una disciplina de hierro dentro de una gran justicia! “Nuevos hombres, nuevos procedimientos, nuevos ideales”, como dijo Castro. Tomen ejemplo las  jóvenes generaciones del Universo para cuando les toque gobernar. ¡Viva Pacheco Arroyo! ¡El Rey del Manzanillo!   El hombre que un día y una noche hizo de un infierno un paraíso. En veinticuatro horas lo transformé todo. ¡Fue una verdadera revolución!

          ¡Que los hijos que salen malos es porque los padres son!

          ¡Adiós, carajo! ¡Si estoy loco otra vez! ¡Malditos sean los locos!

         ¡Amanecí menstruando!  Maldita sea esa mula de Higinio Sandoval, el Alcaide. ¡Qué bestia! ¡No le deja al preso ni el derecho de palabra!  Dije que quería unos grillos como los de Horacio Cabrera Sifontes y me mandaron estoa rúcanos. ¡Mal nacidos! ¡Me quitaron de Cabo porque hice una administración correcta! ¡Me querían corromper, nombrándome de verdugo! ¡Porque Gómez no quiere sino a los verdugos!  Estoy pasado... ¡Viva Rusia! ...¡Viva Rusia!... ¡Viva Rusia!   Estoy pasado. Los velazqueros a la derecha. Los pachequeros a la izquierda...  Estaba bueno y sano y cuando me nombraron Cabo perdí los estribos.  ¡Mentira! ¡Estuve seis meses haciéndome el bueno y sano para que se me nombrara Cabo!  Así estuve una vez 28 días haciéndome el paralítico para que me sacaran del hospital. Me pusieron hasta clavos calientes en los pies para ver si era cierto.  Me curé cuando pasaba una procesión de la Virgen del Carmen por los patios del hospital.  Salí corriendo detrás de la procesión, desnudo y gritando: ¡Milagro! ¡Milagro! ¡La Virgen me ha salvado1”  Y las hermanitas y las otras mujeres dejaron el santo solo.  Malditos sean los curas y las hermanas de Caridad.   Buitres con corona, como los llaman en los Estados Unidos...

         A los dos meses de la revolución de Pacheco salíamos todos los presos del manzanillo en libertad.  En aquel patio de hambre, grillos vejaciones, hacinamiento y largas esperas se quedaban muchos días de nuestra juventud.   También estábamos tristes cuando contemplábamos al Maestro andrajoso y enfermo.

        Fuimos por turno a consolarlo.  A decirle que nos íbamos pero que nunca lo olvidaríamos.  Que estábamos dispuestos a hacer algo por él.  Que no se imaginaba el verdadero cariño que le profesábamos.  Que nos íbamos acongojados por dejarlo en aquella penosa situación.

       ¡No sean pendejos! ¡El mundo es de ustedes! ¡No se preocupen por mí!  Si acaso, hagan algunas diligencias con el cónsul francés a ver si me sueltan.  Una sola cosa les quiero exigir.  Pero eso sí, no se les olvide: ¡que cada uno me mande un sombrero de Panamá!

   Suárez  Romero, Hèctor (seudónimo de Kotepa Delgado). El delito de ser loco, en Prisiones de Venezuela 1935, prólogo de Gustavo Machado. Caracas. Ediciones Centauro. 1974.        

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