“Apurar ¡cielos! pretendo
Ya que me tratáis así;
¿Qué delito cometí
Contra vosotros naciendo?
.. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. ..
¿Qué más os pude ofender
Para castigarme más?
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿Qué privilegios tuvieron
Que yo no gocé jamás?..."
(La Vida es sueño, Calderón de la Barca)
La historia de “La
Rotunda”, en su nueva época del año 1928 a esta parte, está íntimamente unida a
Jesús María Pacheco Arroyo, el loco Pacheco Arroyo, quien llena con sus
hazañas, vistas y contadas, las buenas horas de los secuestrados, cuya voz es
la única que puede levantarse estridente en el silencio de terror que reina en
toda la cárcel, y quien es también la víctima más usual para saciar sus iras
todos los muchos que en “la Rotunda” están investidos de autoridad.
Pacheco tiene 52 años y es de contextura formidable. A veces pasa en sus
accesos de locura jocosa y declamatoria cuatro o cinco días casi sin comer, y
no por eso disminuye su actividad ni da muestras de cansancio. Pasa noches
enteras sin dormir, ocupado en hacer travesuras, y por la mañana amanece como
si tal cosa. Lo bañan, le dan muchos vergazos, lo encierran, le amarran las
manos con cables, le ponen grillos descomunales y al poco tiempo Pacheco está
con el chiste en la boca, insultando y alabando, destituyendo y nombrando
funcionarios de un fantástico gobierno. Pacheco nunca se enfurece aunque siempre
está amenazado. El ingenio que pone en muchas de sus cosas y su buen ánimo le
captan el cariño de todos los secuestrados. Ha estado en todos los
departamentos y se ufana de que en ninguno lo han podido resistir. Cuenta
constantemente los hechos de su vida pasada y pone en su narración tanta vida
que se le oye largas horas sin cansarse. Tiene siempre a flor de labio una
crítica para las cosas que ve mal hechas por los carceleros, y loco y cuerdo hace siempre uso de una gran generosidad para con los otros presos.
Campesino arruinado, se vino a Caracas a bregarse la vida contando con
el apoyo del cura Manuel Antonio, su hermano, camarero secreto de Su Santidad
el Papa. Después de algunos años de residir en el centro, se volvió loco. En
Petare un día, sin más ni más, se buscó una vaca brava de esas que aterrorizan
a todo un pueblo y se la echó encima a una procesión de santos que conducía su
hermano Monseñor, disolviéndola con gran escándalo. Este y otros síntomas
acarrearon su llegada al Manicomio de Caracas en donde Pacheco comenzó a actuar
más en grande:
“Me puse a convencer a varios otros locos como yo que estaban allí de
que debíamos fugarnos. A los tres días contaba como con ochenta locos que daban
miedo, Esos sí eran locos de verdad, no como yo que soy un pendejo. Con unos
ojotes que daban ganas de salir corriendo. Organizamos nuestra fuga a través de
un patio que habíamos explorado. Y en un descuido de los guardianes que estaban
por allá enamorando unas locas jóvenes, salimos, yo a la cabeza de mis ochenta
locos, calladitos, evitando que nos vieran y dispuestos a estrangular al
primero que se opusiera a nuestra paso. Yo me moría de la risa pensando en la
sorpresa del cura mi hermano cuando viniera en la tarde a visitar a las Hermanitas
del Manicomio; pero me contenía no me fueran a ver los otros, porque los locos
son muy susceptibles. Brincamos por encima de un techo y salimos corriendo.
Cuando llegamos a la calle pasé revista a mi tropa y no quedábamos más que
seis. Pensé volver atrás a averiguar lo que pasaba al resto de mi gente pero me
pareció peligroso; pensé mandar uno de los oficiales que me quedaba pero no me
atreví porque el loco es loco y podían echar a perder la cosa. Al fin pasé
número y ordené marcha al frente. Al poco rato y sin darnos cuenta de cómo, nos
encontramos entrando a una casa por el corral, y las mujeres de ella, asustadas
porque nosotros no respondíamos a sus preguntas salieron corriendo hacia la
calle dando gritos. Vinieron unos policías y varios hombres más y se quedaron
perplejos sin hallar qué hacer y sin poder deducir quiénes éramos. Lo que más
les extrañaba era vernos sin sombrero y con los cocos pelados. Nos hubiéramos
salvado porque yo les dije que éramos comerciantes de Santa Teresa del Tuy
equivocados del camino y que estábamos buscando una salida para el monte. Pero
de golpe llegó una maldita vieja, flaca, vestida de negro, con el dedo grande
saliéndosele por el zapato roto, diciendo que se habían fugado los locos del
Manicomio. Salimos corriendo hacia el solar como picados de avispa. Nos
alcanzaron y nos volvieron a llevar para el Manicomio. Allí supimos que se
habían matado varios locos de los del movimiento por haber brincado por sobre
una pared que daba al precipicio.
¡Bien hecho por brutos! Si se hubieran venido conmigo no les pasa eso.
¡Y esos locos sí que me querían! Yo voy ahorita al Manicomio y con un solo
grito paro una revolución. ¡Los hijos que salen malos es porque los padres son!
Por eso es que me tienen aquí. Porque Gómez es un usurpador. Y todos los que
mandan unas bestias apocalípticas que no conocen ni la a por lo redonda. Y cosa
fea que debe ser una revolución de locos ¡Viva Pacheco Arroyo, carajo! ¡Vengan
grillos y cadenas! ¡Viva el partido conservador que tiene cincuenta años de
caído! ¡Viva la revolución! ¡Viva el continuismo de Andueza Palacios! ¡Viva
Hermógenes López, mi padrino! “la Cochina de Naguanagua”! ¡Maldito sean los
locos, carajo!
Del Manicomio fue trasladado a “La Rotunda” por miedo a que se fugara,
sobre todo desde el momento en que empezó a decir que iba a matar a Velazco,
Gobernador del Distrito Federal. Su hermano el cura se lavó las manos en el
asunto de su pasada para la cárcel y a pesar de que le han ofrecido su libertad
si lo mandan para el extranjero, o lo mantiene seguro en su casa, ha preferido
dejarlo en “La Rotunda” aunque siempre se ha procurado enterarle de las
crueldades de que es objeto el pobre loco.Todo esto a pesar de que los estudios
del cura fueron pagados por el loco cuando todavía no se había arruinado. Cría
cuervos y te sacarán los ojos...
___________
—¡Oye tú, pendejo! ¿Cómo que te dormiste? ¿Qué está haciendo ese loco?
Me estoy asfixiando.
Nos incorporamos sobresaltados. Un fósforo. El loco embadurnaba
calmosamente las paredes del reducido calabozo con los excrementos del “pollino”, sirviéndose de
nuestra poca ropa a guisa de brocha. El compañero que hacía la guardia de una a
tres de la madrugada se había dormido. El loco al darse cuenta de ello, había
empezado a hacer de las suyas. La hedentina era insoportable. El suelo, las
paredes y el nocturno pintor estaban ornamentados de pie a cabeza.
El culpable centinela, abochornado, quería tranquilizar al loco. Pero al
contemplar su extraña figura se había quedado estático ante él.
—¡Anda! ¡Quítale eso y báñalo!
El centinela, dudoso, se dirige a Pacheco:
—Oiga, maestro, ¿qué está
haciendo? (No vaya a gritar porque nos echan verga).
—No sea cobarde, hombre; el hombre debe ser
macho. Aprenda a mí que no le tengo miedo a nada. ¡Vivan los machos, carajo!
¡Cada cien años nace un macho!
—¡No levantes la voz porque nos echan verga! Deja esa ... pintura. No
seas cochino.
—¡Cochino? Sí. Porque mientras ustedes
duermen yo trabajo. Cochino porque me gusta el orden y el aseo. Cochino porque
quiero que este calabozo amanezca limpio. Cochino porque he recibido orden del
general Gómez de meterlos a ustedes por un solo carril. Sí, cochino. Cochino
será su madre. Duerman tranquilos. No hagan guardia que yo soy incapaz de matar
a unos pobres muchachos desarmados. Duerman. Duerman que yo velo. ¡Adiós!
¿Cómo? ¿se levantaron todos? ¡Qué machotes! Ocho hombres hechos y derechos y le
tienen miedo a un pobre loco. Duerman, que gracias a mí siquiera este calabozo
amanecerá presentable.
El cabo de “El Patio”, fiel cumplidor de sus funciones de atormentar día
y noche la vida de los presos, atraído por el ruido y la luz, golpeó en la
puerta, por detrás de la cortina y con su tono más provocador rezongó:
—¡Qué ruido es ese? ¡Carajo! ¿No saben que de noche no se habla? Si
siguen haciendo ruido voy a llamar al coronel para que les eche verga.
—Fue que el loco llenó esto de mierda.
—¡Qué locos del carajo! Locos son todos ustedes. Bueno, pues. ¡Mucho
silencio!
Y quietecitos, sufriendo todas las posiciones incómodas para que no
sonaran los grillos y con los ojos abiertos para evitar ser objeto de las
habilidades artísticas del loco, pasamos el resto de la noche en vela y
respirando aquello que no era del todo una atmósfera perfumada.
Por la mañana cuando vinieron a pasarnos revista como de costumbre, los
“Coroneles” se rieron mucho de las travesuras del loco y se contentaron de la
buena noticia que le llevarían al general Volcán. Porque había sido el mismo
Alcaide de “La Rotunda” quien concibió aquel nuevo tipo de tortura.
Como incrustado en la reja del calabozo, sacudiéndola con todas sus
fuerzas, estremeciendo casi los cimientos del cuarto triangular, pasaba allí
horas enteras, incansable, declamando con un vozarrón que casi se oía en la
calle, gritando, llorando, riéndose, haciendo nombramientos, cantando, insultando,
pateando, arrojando sus utensilios de comer, destrozándose la blusa que le
quedaba como toda vestimenta y dando neta la impresión de un verdadero tigre
que pugna por salirse de su jaula.
“¡Juro por mi madre bendita que haré justicia! ¡Como heridos por el rayo
caerán Juan Vicente Gómez y toda esa caterva de asesinos que lo rodea! ¡Hombres
sin ley y sin conciencia. Hombres que son hombres sólo porque usan pantalones.
Hombres sin corazón. Que los hijos que salen malos es porque los padres son!
Arroyo. Arroyos. Ellos arrollarán. Tercera persona del plural del verbo arrollar, Pacheco Arroyo. El tigre del Yaracuy. De la noble estirpe de los indis¡os jirajaras. De Nirva o Nirgua. El rey de “La Rotunda”. El hombre contra quien la adversidad no puede nada. El hombre contra quien se han estrellado los grillos y las cadenas. ¡Abajo Volcán! ¡Vengan grillos! ¡Vengan cadenas! ¡Abajo los godos!
¡Sí! ¡Bolívar tuvo la culpa! ¡El fue el introductor en Caracas de los
pantalones sin braguetas! Y después cuando se estaba muriendo dijo: “Si mi
muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la unión, ya bajaré
tranquilo al sepulcro”. ¡Cómo no iba a bajar, si se estaba muriendo! ¡Los
asesinos del Congreso en el año cuarenta y ocho! Rafael María Velazco, un
malvado cobarde...abusador...¡maldita sea su estampa! Caiga sobre él mi
maldición. Que los hijos que salen malos es porque los padres son.
¡Viva la amnistía! Anoche le hablé a tu madre y esta mañana a tu tía. Y
tu hermana se me escapó por encontrarla dormía. ¡Viva Dios! ¡Viva la patria!
¡Viva la Federación! ¡Viva Ignacio Sandoval en la punta de un cañón! ¡Los hijos
que salen malos es porque los padres son! ¡El Gobernador paseando y Pacheco
Arroyo jodido!
¡Déjenme desahogarme! ¡Déjenme exprimir del corazón tanta hiel que
tiene! ¡Déjenme maldecir a los hombres sin conciencia. Y cuando digo hombres
sin conciencia quiero decir los hombres que están en el Gobierno. Y cuando digo
Gobierno quiero decir los canallas que meten hombres en la cárcel. Y cuando
digo cárcel me refiero a ¡La Rotunda! Rotunda. Rotonda. Rotondaro de Valencia.
¡Nombro! ¡Nombro! ¡Nombro!
¡Nombro a Merci Cairú, Jefe Civil del Departamento Libertador del
Municipio Muñoz Tébar de la Gran Colombia!
¡A Mariano Gil Fortoul Lozano, hijo del padre Lozano, el chivo de La
Pastora, mi enfermero. Camarero secreto de la higiene del Estado Mayor del
Departamento de la Cruz Roja del Continente Americano!
A Manolo y Marqueti, escapados de Cayena. Rematadores de los juegos y
las prostitutas que tiene Caracas, sin sacar de ellas las mujeres del
Arzobispado y las queridas del padre Pacheco, mi hermano.
Al negro Mister Austin, profesor de idiomas en el Colegio San José de
Los Teques, a ese negro tan instruido pero tan malo...
¡A Carlos Marx, Rey de los mares, y yo, Pacheco Arroyo, rey de las aguas
dulces!
¡A Sumoza, Gobernador del Territorio Amazonas con jurisdicción en
Conchinchina, y derecho a portar bastón de plata y sombrero de copa!
¡A Rafael María Velazo nombre ... su madre, por vil y traidor!
¡Al sobrino del Padre Delgado, loco como yo, le doy la misión de transportar a lomo de bestia las
aguas del Amazonas para el desierto de Sahara!
¡Viva Pacheco Arroyo, Rey de los Arroyos! ¡Grande en el Hospital!
¡Grande en el Manicomio! ¡Grande en la Rotunda Vieja! ¡Grande en los Techos del
Manzanillo! ¡Grande hasta para magnificar la parte impura que cabe en el alma
de los locos! ¡Viva Rodó, carajo, que todavía no ha rodado! ¡Viva la anarquía!
Anoche le hablé a tu madre y esta mañana a tu tía. Y tu hermana se me escapó
por encontrarla dormía. ¡Maldita sea La Rotunda! ¡Maldito sea este cementerio
colocado en el corazón de Caracas! ¡Maldito sea este monstruo que se ha tragado
tantas vidas de valía! Anoche le hablé a tu madre. Yo mismo he visto muchas
cosas con mis propios ojos. Por eso es que me tienen aquí. ¡A la una pasó
Gonzalo, a las dos pasó Vicentico. A las tres misia Dionisia. A las cuatro lo
mataron! ¡La vindicta pública acusa a Juan Vicente Gómez de ser el autor del
crimen de Miraflores! ¡Y tantos inocentes que hicieron perecer en esta Rotunda!
¡Viva Pacheco Arroyo, el tigre de Yaracuy. ¡Vengan yerros! ¡Vengan
cadenas! ¡Venga verga! ¡Vengan grillos! ¡Venga agua! ¡Abajo Gómez! ¡Abajo
Eustoquio! ¡Abajo Rafael María Velazco! ¡Abajo López Contreras! ¡Abajo Pérez
Soto! ¡Viva la Federación!
¡Que los hijos que salen malos es porque los padres son...!"
Y los “verdugos de los otros presos” fueron insaciados verdugos de
Pacheco. Le daban palos hasta más no poder. Lo amarraban. Le daban puñetazos.
Lo arrastraban por el suelo. Lo bañaban. Lo insultaban. Inventaban todas las
cosas que pudiera dañar a un hombre y se las aplicaban al loco para divertirse
y vengarse de las verdades que les decía. Pacheco lloraba, gemía, pateaba,
pedía perdón, maldecía, gritaba, se sacudía, pero los Cabos no cesaban en su
canallesca tarea, riéndose soezmente.
Una noche los seis Cabos se pusieron en puntos estratégicos para
“acorralar” a Pacheco. Uno le echaba verga y como salía corriendo iba pasando
por cerca de los otros, quienes lo cogían a palos. Y así Pacheco volaba, más
que corría, escaleras arriba y escaleras abajo, dando alaridos y perseguido por
aquellos seis bárbaros que lo herían en todo el cuerpo. Los doscientos presos
de la Vieja contemplaban asombrados e indignados aquella inhumana diversión de
los seis asesinos.
De pronto estalló la protesta. Los doscientos presos en aquel inmundo
departamento se lanzaron a las escaleras, a los pasadizos, al patio, furiosos,
gritando clamorosamente:
¡Saquen el loco! ¡Saquen el loco! ¡Saquen el loco!
A la vez que con palos, piedras, pocillos, cucharillas, poncheras,
cajones, ollas de cocina, y el sin fin de utensilios, golpeaban las paredes, el
suelo, los techos, las escaleras, las rejas, formando un estruendo formidable,
hasta dar la impresión de que La Rotunda se venía al suelo.
El Alcaide, corriendo, llega y se asoma angustiado por encima de la
redoma, ordenando al Cabo Primero:
—¡Cabo! ¡Calle a esos carajos! ¡No ve que la bulla se oye en la calle"
—Cómo los callo si son doscientos y yo soy uno solo.
—Dígales que si no se callan les mando a echar tiros!
—¿Oigan! ¡Que si no se callan les van a echar tiros!
—¡Saquen el loco! ¡Saquen el loco! ¡Saquen el loco! ¡No maltraten ese loco! ¡Saquen el loco!
Y el ruido de los palos, piedras, cucharillas, cajones, poncheras, platos
y demás utensilios cayendo sobre las paredes y el suelo se redoblaba con furia,
como si las fueran a echar abajo.
Sandoval y los demás esbirros de
la cárcel fueron sobrecogidos por el pánico ante la imponente protesta.
A los pocos segundos Acevedo, el sub-alcaide, bajó con cinco hombres y
las llaves, abrió el buzón y ordenó: ¡Saquen el loco!
Y el pobre loco, al fin, siguió pagando las cuentas de aquella fiesta.
Lo bañaron. Lo engrillaron. Lo apalearon. Le amarraron las manos. Lo hirieron.
Le llenaron el lecho de agua y creolina, Y todavía les gritaba:
—¡Vengan grillo! ¡Vengan cadenas! Maltrátenme que siempre el Jefe es el
más responsable. ¡Pero les alcé la Rotunda Vieja! ¡Así se hace bulla! Es que
Pacheco Arroyo tiene prestigio. Cobardes ¿Por qué no entraron a la Vieja? Los
hubiéramos descuartizado.
Al día siguiente por la tarde, con una franela por todo vestido, con un
pañuelo amarrado en la cabeza y con unas tiras de trapo atadas a las piernas,
Pacheco, abatido, agarrándose con las manos ambas orejas, reflexionaba
recostado en la puerta de su calabozo. No le habían pasado comida en todo el
día como castigo por la insurrección de la noche anterior. Al verme levantó la
vista dolorosa y me dijo en tono cariñoso ý conspirativo:
¡Amanecí menstruando! Así se hace una Revolución. ¡Te nombro Gobernador
si me consigues un pedazo de pan!
Y un día llegó en el cual Pacheco se puso bueno. La noticia corrió por
toda la cárcel. Los chácharos se asomaban en grupos por las aspilleras para ver el milagro que se había realizado en el patio de Manzanillo. Los ordenanzas
retardaban en el Patio del Manzanillo. Los ordenanzas retardaban ex profeso sus
quehaceres en el buzón para cerciorarse por sus propios ojos. El mismo Alcaide
solía venir por las tardes al balcón y contemplar a Pacheco cuerdo.
Fue tomando una figura de anciano venerable. Vestido de limpio,
cariñoso, metódico, servicial. Los presos lo contemplaban largos días por entre
los agujeritos de las puertas de los calabozos y estaban convencidos de que en
él tenían un aliado. Lo veían sublevarse, aunque no decía nada, ante las
canalladas del Cabo. Cada nueva cosa que este inventaba para perjudicar a los
presos mortificaba hondamente a Pacheco. Silencioso, reflexivo, se paseaba
algunas veces por el patio. Ya era un preso corriente.
En aquellos seis meses el pequeño mundo de la cárcel olvidó que hubiera
existido un Pacheco loco.
Secundino, el sub-alcaide, insultó a Valerio de pies a cabeza y para
terminar trajo una vera e hizo que Camacaro, el ordenanza, lo apaleara. Y
Valerio García, Cabo del Manzanillo, dejó de inflamar con su autoridad cada
pulgada de los doscientos metros cuadrados de aquel departamento. Se levantaba
el estado de sitio que aquel solo hombre mantenía con una verga en la mano.
—Por orden del Coronel queda usted nombrado Cabo, señor Pacheco.
Fue un choque traumático en el cerebro del pobre Pacheco. Casi cerró los
ojos cuando Secundino pronunció el nombramiento. Muchos años de locura
culminaban en aquel sagrado instante. Fue esa la ilusión de todos sus
desvaríos: gobernar. Meses y meses había pasado su cabeza desequilibrada
nombrando funcionarios, administrando justicia, lanzando decretos, saboreando
en la imaginación el ejercicio de todos y cada uno de los cargos de un aparato
gubernamental construido a su manera. Y cuando ya estaba viejo, dolorosamente
resignado a morir sin ejercer el poder, he aquí que de repente ponen en sus
manos las riendas del Estado, lo invisten con la suprema autoridad de aquella
microscópica república...
Bueno, Valerio; ya usted oyó decir que
yo soy el Cabo, la orden superior en este departamento. Ande muy derechito
porque no estoy dispuesto a tolerar vagabunderías. Como base cesan la capadura
de las viandas, el robo de ropa y los chismes. A los presos se respeta y su
agua les pasa completa, toda la que quieran. El único que puede hablar con el
Coronel aquí soy yo. Los presos tienen derecho a cantar y a reírse cuanto
deseen. Usted es desde hoy ordenanza y botará los pollinos. Muestre que como
supo mandar así debe obedecer.
—¿Tun...tun... tun! Oigan señores. Los del calabozo número 3. Atiendan
un momento que es corto... Desde hoy he sido nombrado Cabo y les ruego me
ayuden con un buen comportamiento para poder salir bien de este atolladero. La
comida, la ropa, el mono y el agua les pasarán completos. Avisan todos los días
por la mañana cómo han pasado la noche y si hay enfermos para hacer venir
médicos y medicinas. Pueden divertirse cuanto quieran. Para mayor orden ahí
adentro nombro Cabo del calabozo al señor Pollo Lara con jurisdicción en la
puerta para dar y recibir el mono y las novedades.
—¡Tun...! ¡tun...! ¡tun...! Señores del calabozo número 1... Supongo que
han oído lo que dije a los del calabozo número 3. Eso corre también con
ustedes. Y nombro Cabo de este calabozo al señor Guillermo Mujica. He dicho.
—Bueno, Galipán. Usted es desde ahora el primer ordenanza y lo invito a
que colabore conmigo para que ejerzamos a cabalidad y sin maltratar a nadie las
delicadas funciones que han puesto en nuestras manos. Usted me vigila a
Valerio. ¡Mucho orden y ojo de garza!
—Coronel Cárdenas. Lo esperaba. A usted como Jefe de la Requisa le toca
aprobar una serie de medidas que he tomado a favor de estos pobres presos.
Quiero hacer una administración humanitaria. He nombrado Cabos en estos dos
calabozos, no para que maltraten sino para que aconsejen. He suprimido los
robos y demás cosas que puedan perjudicar a estos muchachos. Nadie dirá en el
futuro que Pacheco Arroyo se portó mal.
—¡Silencio! ¡Señores! Acaba de sonar el poste. Les agradezco que respeten el silencio como si el Cabo fuera Valerio. Después de las nueve no se debe oír volar una mosca. A dormir que mañana será otro día.
—¡A levantarse, señores! ¡Buenos días! Pasen número a ver si no fue
nadie anoche. Digan si tienen enfermos para hacerles venir médico ahora mismo.
¡Pollo Lara! ¡Dé usted la novedad! Mucho silencio y mucho orden. ¡Valerio!
¡Saque usted a los pollinos! ¡Despacio! ¡Ligero! ¡No se rían! Ya saben que la
autoridad superior aquí soy yo. ¡No es así, Coronel Cárdenas? Aquí no manda
ningún Sandoval ni ningún Cárdenas, aquí manda Pacheco Arroyo. ¡Ah! ¡Cárdenas!
¡Tan buena persona y tan parecido al General Castro! Bueno, muchachos, mucho
orden y báñense para que engorden, como decía Porritas.
—Galipán y Valerio! ¡Vengan acá! En este momento se cumplen las primeras veinticuatro horas de mi gobierno en este patio. Todavía ningún ciudadano puede achacarme la menor injusticia. Ninguna viuda llora por mi causa, como dijo en Bolivia ese Gran Mariscal de Sucre. Hasta ahora he hecho probar a mis conciudadanos la miel de mi gobierno. Ya conocen el anverso de Pacheco Arroyo. Ahora van a probar el reverso. ¡Sabe usted lo que es el anverso y el reverso de una medalla? ¿No lo sabe? Vaya y pregúnteselo al doctor y general Guillermo Mujica, o a Alejandro Fuenmayor, profesor de historia y lengua vasca en el calabozo número 3. No se ría. ¡No me falte el respeto cuando procuro instruirlo! ¡Desgraciado el pájaro que se caga en su nido! Este Galipán se está entuertando. ¡Y ese es Valerio! Dime con quién hablas y te diré qué piensas. Venga acá para enseñarlo a trabajar como se trabaja en mi hacienda de Nirgua. ¡Kindergarten! ¡Kuáker! ¡Juit oats Quik! ¡Agarre esto y llévelo para allá! ¡Tráigalo para acá! ¡Agáchese! ¡Párese! ¡Corra! ¡Camine! ¡No se ría! ¡Ríase ahora! ¡Acuéstese! ¡Quítese el sombrero! ¡Póngaselo! ¡Rómpalo! ¡Suba esa escalera! ¡Bájela! ¡Apague la luz! ¡Quiebre esa botella! ¡Recoja los vidrios! ¡Dé un paso adelante! ¡Dos atrás! ¡Salude militarmente! ¡Póngase de cuclillas! ¡Retírese! Y acostúmbrese a la disciplina que nos esperan grandes acontecimientos mundiales.
¡Ahora usted, Valerio! De orden superior, que soy yo, va a entregar todo lo que robó a estos muchachos en los nueve meses de ratería y vagabundaje que fue su gobierno. ¿No le da pena que la posteridad va a tildarlo de tirano? Sus
bienes serán repartidos y su memoria para siempre execrada. ¡Qué diferente hablará la historia de usted y de mí! A usted lo compararán con Nerón, Atila y
Juan Vicente Gómez. A mí con Espartaco, cayo y Tiberio Graco, Ezequiel Zamora,
José Gregorio Monagas y con mi compadre Rodulfo Antonio Bastidas quien se portó
muy bien cuando fue monero. Usted es un hombre sin conciencia ni honor. ¡Bien
se ve que antes
era policía y que está preso por estupro! ¡Cobarde! ¡Asesino!
Obedezca ahora como yo le obedecí. Reconozca en mí a su superior. Las gallinas
de arriba orinan a las de abajo!
El Manzanillo, Departamento de La Rotunda. Caracas. Distrito Federal. República de Venezuela. La Gran Colombia. Sudamérica. El Nuevo Mundo. Hemisferio Norte o Boreal. Latitud Occidental. Meridiano de Grengúiche. La Tierra. Sistema Solar. Administración de Pacheco Arroyo:
Castigados los malos y premiados los buenos! ...
¡Una disciplina de hierro dentro de una gran justicia! “Nuevos hombres,
nuevos procedimientos, nuevos ideales”, como dijo Castro. Tomen ejemplo
las jóvenes generaciones del Universo
para cuando les toque gobernar. ¡Viva Pacheco Arroyo! ¡El Rey del
Manzanillo! El hombre que un día y una
noche hizo de un infierno un paraíso. En veinticuatro horas lo transformé todo.
¡Fue una verdadera revolución!
¡Que los hijos que salen malos es porque los padres son!
¡Adiós, carajo! ¡Si estoy loco otra vez! ¡Malditos sean los locos!
¡Amanecí menstruando! Maldita sea
esa mula de Higinio Sandoval, el Alcaide. ¡Qué bestia! ¡No le deja al preso ni
el derecho de palabra! Dije que quería
unos grillos como los de Horacio Cabrera Sifontes y me mandaron estoa rúcanos.
¡Mal nacidos! ¡Me quitaron de Cabo porque hice una administración correcta! ¡Me
querían corromper, nombrándome de verdugo! ¡Porque Gómez no quiere sino a los
verdugos! Estoy pasado... ¡Viva Rusia!
...¡Viva Rusia!... ¡Viva Rusia! Estoy
pasado. Los velazqueros a la derecha. Los pachequeros a la izquierda... Estaba bueno y sano y cuando me nombraron
Cabo perdí los estribos. ¡Mentira!
¡Estuve seis meses haciéndome el bueno y sano para que se me nombrara
Cabo! Así estuve una vez 28 días
haciéndome el paralítico para que me sacaran del hospital. Me pusieron hasta
clavos calientes en los pies para ver si era cierto. Me curé cuando pasaba una procesión de la
Virgen del Carmen por los patios del hospital.
Salí corriendo detrás de la procesión, desnudo y gritando: ¡Milagro!
¡Milagro! ¡La Virgen me ha salvado1” Y
las hermanitas y las otras mujeres dejaron el santo solo. Malditos sean los curas y las hermanas de
Caridad. Buitres con corona, como los
llaman en los Estados Unidos...
A los dos meses de la revolución de Pacheco salíamos todos los presos
del manzanillo en libertad. En aquel
patio de hambre, grillos vejaciones, hacinamiento y largas esperas se quedaban
muchos días de nuestra juventud.
También estábamos tristes cuando contemplábamos al Maestro andrajoso y
enfermo.
Fuimos por turno a consolarlo. A
decirle que nos íbamos pero que nunca lo olvidaríamos. Que estábamos dispuestos a hacer algo por él. Que no se imaginaba el verdadero cariño que
le profesábamos. Que nos íbamos
acongojados por dejarlo en aquella penosa situación.
—¡No sean pendejos! ¡El mundo es de ustedes! ¡No se preocupen por
mí! Si acaso, hagan algunas diligencias
con el cónsul francés a ver si me sueltan.
Una sola cosa les quiero exigir.
Pero eso sí, no se les olvide: ¡que cada uno me mande un sombrero de
Panamá!
Suárez Romero, Hèctor (seudónimo de Kotepa Delgado). El delito de ser loco, en Prisiones de Venezuela 1935, prólogo de Gustavo Machado. Caracas. Ediciones Centauro. 1974.
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