Pareciera
que una de las condiciones indispensables en este siglo para ir al Panteón
Nacional, es haber estado ligado en vida a la oligarquía
venezolana. Reinan cuando están vivos apropiándose del
per cápita de sus compatriotas y quieren reinar después de
muertos. Rufino Blanco Fombona, oligarca por los Blanco y por los
Fombona, fue llevado hace algunos años a la tumba de los padres de la patria
sin que hubiese habido una sola protesta. Rufino tuvo los méritos de
haber sido antigomecista y podríamos decir con justeza que gran escritor.
Pero fue al exilio forzado después de
ser castrista y gomecista y haber protagonizado crímenes y desastres en el
Territorio Amazonas cuando fuera allí Gobernador. Regresó a
Venezuela después de la muerte de Gómez y se rebajó hasta lo indigno ejerciendo
el cargo de Administrador de la aduana de Güiria. El, que había sido
gobernador de una provincia española y que se intitulaba representante
intelectual de los exiliados, se rebajó como cualquiera de sus personajes del
Hombre de Oro y el Hombre de Hierro al tratar de medrar en una de nuestras más
pequeñas alcabalas marítimas, de las mismas que daba Gómez a sus coroneles para
que se acomodaran.
Llevado luego por López Contreras a
la gobernación del Estado Miranda se comportó despóticamente con relación a las
libertades públicas porque estaba imbuido del anticomunismo del Presidente; lo
último que hizo antes que lo destituyera porque ya no lo aguantaban más, fue
desafiar públicamente en duelo a su propio Secretario General del Gobierno, el
doctor Arocha. Era un duelo con pistolas: -Nos ponemos a 20 pasos y
vamos disparando cada cuatro pasos hasta que...
EL PANTEÓN NACIONAL
Al norte
de Caracas, pero distante apenas seis cuadras de la Plaza Bolívar, se encuentra
el modesto edificio que guarda los restos de las personas que han sido
consideradas hijos meritorios de la Patria. Allí yacen enterrados
los despojos mortales del Libertador Bolívar, que fueron trasladados al país en
1842 y depositados en la Iglesia Catedral de Caracas hasta el año 1876 cuando
los llevaron al Panteón.
El Panteón Nacional fue construido como simple
iglesia gracias a los esfuerzos de un modesto albañil llamado Juan Domingo
Infante, quien para pagar una promesa estuvo 37 años gastando en
ello sus recursos y los de las personas piadosas que quisieron
ayudarlo. En 1777 fue bendecida solemnemente la obra entrando a
funcionar como iglesia diocesana. A los tres años murió Infante, siendo
enterrado con todos los honores debajo del altar mayor. Antonio Guzmán
Blanco fue quien decretó transformar la iglesia de la Trinidad en Panteón
Nacional e inhumó con toda solemnidad los restos de Bolívar.
Guzmán Blanco, llamado “el autócrata
civilizador”, no sólo hizo trasladar al Panteón los huesos de los héroes de la
independencia sino también de la Federación, cuyos cadáveres ordenó recolectar
por todo el país. Los oponentes de Guzmán criticaron mucho que hubieran
sido llevados al Panteón los restos del guerrillero federal José Jesús
González, más conocido con el nombre de “El agachao”.
Uno de los máximos fundadores del Partido Liberal,
Tomás Lander, había muerto antes de culminar la primera mitad del siglo y su cadáver
embalsamado se mantuvo casi cuatro décadas en la biblioteca de su casa, siendo
objeto de una peregrinación constante de personas que iban a contemplarlo en su
actitud de estar leyendo. El embalsamiento tan perfecto y duradero
de dicho cadáver fue hecho con la técnica de un sabio alemán que fijó su
residencia en el cerro del Avila y que dedicaba parte de sus labores a
embalsamar animales.
En 1984 el Gobierno efectuó el solemne traslado del
cadáver embalsamado de Tomás Lander a una de las criptas del Panteón Nacional.
El discurso de orden fue pronunciado por su compañero en las luchas liberales,
Antonio Leocadio Guzmán.
A los
pocos meses sucede el caso extraordinario de un hombre que es enterrado
directamente en el Panteón. Se trata del propio Antonio Leocadio Guzmán,
fundador del Liberalismo y padre del personaje que para la época determinaba
los destinos de la Patria.
Guzmán Blanco se encontraba entonces en París
codeándose con lo más granado de la alta sociedad, pero aquí estaba ejerciendo
la presidencia su fiel amigo el general Joaquín Crespo que supo magnificar la
muerte de Antonio Leocadio.
Y en realidad Antonio Leocadio Guzmán merecía ir al
Panteón porque dedicó toda su vida a la defensa de las ideas liberales; si
alguna vez fue pícaro y oportunista hay que atribuirlo más bien a lo que
llamaban los latinos “¡O tempora!, ¡O mores!”..
El cadáver embalsamado del padre de Guzmán Blanco
fue velado durante ¡cinco días! en el salón de sesiones del Senado y el
Presidente y los Ministros se turnaban en apuesta guardia fúnebre. El día
de la inhumación las calles estaban llenas de banderas, tropas y ciudadanos
curiosos y conmovidos.
Contaban en el velorio que Guzmán había muerto por
su culpa. Que había dado orden a un jardinero muy bruto que tenía
que apalear a todo el que saltara la cerca del jardín. Imprudentemente,
Antonio Leocadio fue al jardín sin su peluca, ni las planchas de dientes
postizas, ni los carmines que usaba en la cara y el jardinero no lo reconoció
procediendo a cumplir sus órdenes: “Primero le da la paliza y después le
pregunta qué busca” (“Dispare primero y averigüe después”).
La mayor injusticia del mundo es que los restos del
fundados del Panteón Nacional, General Antonio Guzmán Blanco, están casi
perdidos en un cementerio francés. Así paga el diablo a quien le
sirve. Él fundó la nueva oligarquía venezolana y casi podríamos decir que la
nacionalidad de la patria liberada por Bolívar. Pero como robó, no se puede
nombrar la soga en la casa del verdugo.
Para evitar estas injusticias podría aprobarse una
Ley que ordene que todos los ex Presidentes de la República sean enterrados
directamente en el Panteón Nacional. Pero
antes que saquen de allí los restos de Bolívar.
Diario El Nacional. Escribe que algo queda.
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