“Mi amor como las águilas podría subir
al cielo sin tender escalas porque mi corazón tiene dos alas y yo tengo 20 años
todavía”.
Versos de un poeta
maldito, del gomecismo, que no dejan de lucir cierta ingenua grandeza. Todos
los que disfrutan de 20 años todavía son capaces de subir al cielo sin tender
escalas siempre que alguna pasión noble imprima decidido impulso a sus
voluntades.
Cuando uno mira a
centenares de adolescentes de ambos sexos haciendo ansiosas colas desde la madrugada
para poder asegurar su asistencia a programas televisivos de dudosa calidad, no
puede menos que preocuparse por el porvenir de esta patria que fue levantada
con tanto sacrificio por Bolívar y demás libertadores.
El deterioro de la
cultura y de las sanas costumbres nacionales es un hecho incontrovertible. El
rico petróleo nos ha llenado el alma de crudos muy pesados en los últimos 25
años de democracia betancouriana. El ejemplo de los que todo se lo roban
desanima a quienes todo lo producen.
En la universidad
abierta de la televisión nos estamos graduando todos de ciudadanos
intrascendentes. Hemos confiado la enseñanza de nuestros hijos a los dueños de
los canales 2, 4, 8 y ellos lo alimentan con películas yankis, música frívola y
falsos conceptos de la vida. Las estaciones televisoras no deberían ser órganos
de grupos poderosos sino de las propias universidades nacionales, como un
complemento de su labor educativa.
Puerto Rico representó el ejemplo más
flagrante de yanquismo. Pero la “puertorriqueñización” de América está
fracasando hoy, precisamente, en su lugar de origen; no es ya el recuerdo de
Muñoz Marín el que se evoca para “to open la puerta” o “cerrar la door”; están
volviendo al culto del nacionalista Alvizu Campos, a la admiración de por su
gran pedagogo y patriota Eugenio María de Hostos y a los versos de José de
Diego, su eminente poeta:
“Oh, desgraciado si el
dolor te abate
si el cansancio tus
miembros entumece
haz como el árbol
seco, reverdece
o como el germen
enterrado, late”.
Afirman grupos
científicos que la complicación intolerable de la vida actual en los países
capitalistas se debe al exceso de población. Han realizado experimentos
notables con agrupaciones de ratas, notando que al aumentar excesivamente el
número de habitantes aparecen fenómenos que antes no se producían: pleitos,
depredaciones, homosexualismo, etc. Todo esto es sin duda verdadero, pero si
las ratas se organizaran minuciosamente como lo hacen los países socializados,
esos tropiezos se reducirían al minimum.
El que esto escribe
vivió durante el gomecismo en un calabozo de ocho metros por ocho con 35
personas, durante tres años. Era como para que nos hubiéramos destrozado unos
con otros. Pero nos salvó la experiencia y buena voluntad de los hermanos
Aurelio y Mariano Fortoul, comunistas de militancia en la extranjero, quienes
organizaron nuestra vida con pautas democráticas minuciosas y rígidas. De
aquella experiencia salimos todos más culturizados y los mejores amigos del
mundo.
El problema que hoy
preocupa a padres y madres es cómo librar al hijo de la corrupción
ambiental. Para esto hay una sola
respuesta: inculcándole desde niño una pasión noble que lo llene, entusiasme,
domine y eleve. Las letras, la música,
la ciencia, las humanidades, la política revolucionaria y hasta el deporte.
Decimos “hasta” porque hay muchachos que se dicen deportistas pero que nunca
los practican, excepto cuando suben y bajan las gradas de los estadios, pero se
abarrotan con crónicas y anécdotas que les impiden aprender cosas más elevadas.
En la Edad Media
llegaban a los extremos de condenar a muerte a los hijos que no seguían el
oficio de su padre. Menos mal que a doscientos años de la Revolución Francesa,
esta práctica eutanásica cayó en desuso. Pero los padres de hoy están en el
deber de descubrir desde la primera infancia de sus hijos cuál es la actividad
en que puede resaltar y, sobre todo, que lo haga feliz y provechoso para el
ente social.
El “Emilio” de
Rousseau, escrito hace dos siglos, quizá pueda ayudar a más de un padre;
también el Simón de don Simón Rodríguez. “Estimulación para desarrollar su
inteligencia”, pero orientada hacia lo que más puede captar el infante. No
siempre, pero muchas veces, los padres de los grandes músicos fueron eminentes
profesores o compositores y desde la más tierna edad los incipientes Mozart
respiraron la grandeza de su arte.
Suelen decir los
peritos que quien aprende a manejar automóvil en su primera existencia siempre
lo hará bien y que los que realizan el aprendizaje cuando adultos son pésimos
conductores. Usted no puede esperar que el niño pase de los 15 años para
enseñarlo a manejarse en la vida. Por evolución de las hormonas el muchacho
dócil se transforma en indómito cuando traspasa los umbrales de la
adolescencia; todo lo cuestiona entonces y se enfurece de solo pensar que lo
están “plastinizando”.
En la educación de niños y ciudadanos el
estudio de la historia constituye un poderoso programa auxiliar. Un muchacho
con buenos maestros en la materia aprende a elevar su espíritu. Y mucho más si
logra acceso a la lectura de los grandes clásicos de la historia universal.
Quien lea a Jenofonte aprenderá quizá a salir airoso en las empresas de la
vida: y en los “Comentarios” de César hallará lecciones de política,
sociología, militarismo y literatura.
Para nuestro país es
una bendición tener un libro como “Venezuela Heroica”, especie de Iliada nacional
salida de la pluma de don Eduardo Blanco.
Ahora, cuando por el
esfuerzo tan altruista de varios de nuestros más destacados intelectuales, las
escuelas regresarán al estudio de la Historia Patria, se impone una generación
de maestros cultos, apasionados y generosos que se propongan sembrar historia
para recoger presente.
Diario El Nacional. Escribe que
algo queda. 4/11/1984.
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