(¡Atención! ¡Mucha
atención! Se necesita urgentemente para salvar una vida que usted lea el
presente artículo con mucho detenimiento. Este es un programa educativo
destinado a personas que quieren vivir sanas sin tomar muchos remedios. Si va a
ser visto por adictos, favor cerrarles el televisor y explicarles que drogas son
todas las que se venden en farmacias. Resolución 1.029).
Era Metchnikov un sabio culto, bondadoso y humano. Había nacido en 1845
en la Rusia de las miserias y los zares. Fiel a su pueblo, participaba de las
ideas revolucionarias y se arriesgó a veces por propagarlas. Sus compañeros de
Universidad lo llamaban “Dios no existe”, porque comenzaba toda discusión
sentando este contundente principio ultra-spinoziano.
Cuando a fines de la década de
1880 se instaló como sabio en el afanado Instituto Pasteur, miles de personas
desfilaron por allí con el solo objeto de conocerle. Las muchachas parisinas,
sobre todo, se extasiaban ante aquel judío lleno de extraño romanticismo y que
se le parecía a Jesús de Nazaret cuando todavía el Padre no lo había
entristecido anunciándole que sería crucificado. Con igual propiedad hablaba
Elías Metchnikov de ciencia que de arte y literatura; con parecida presteza
exponía nuevas teorías, recirtaba amables versos y tarareaba pasajes de óperas
populares.
Tuvo dos esposas y a ambas quiso
entrañablemente. La primera, Ludmila, asistió a la boda en silla de ruedas,
iniciándose entonces años de sufrimientos y de viajes por toda Europa en inútil
búsqueda de climas que curaran su fatal tuberculosis. Olga, la segunda, era
sana y le amaba pero tenía muchos hermanitos con los cuales debía cargar el
siempre bueno y bondadoso cuñado.
Cuando llegó para instalarse en la
Ciudad Luz, había realizado el descubrimiento de la inmunología moderna: la
fagocitosis o propiedad que tienen los glóbulos blancos de engullirse los
microbios (Si no fuera por ella pereceríamos a los primeros embates). En el
París de Pasteur y Claudio Bernard vivió 20 años Metchnikov sin perder jamás la
actualidad. Inventó un ungüento de cáloma que detenía el contagio de la sífilis
terrible mal de la época; luego lanzó su teoría de la putrefacción intestinal
que causa el endurecimiento de las arterias, el cual a su vez produce la
ancianidad infeliz y prematura.
Esta genial teoría del sabio ruso
tuvo muchos amigos y detractores. Un científico alemán publicaba todos los años
en la misma fecha, una refutación de la
fagocitosis y de la teoría de la putrefacción. En cambio, nombres como Anatole
France, cumbres de la literatura, estuvieron con Metchnicov en todo momento.
Anatole France proponía la extirpación del intestino grueso.
Pero Metchnikov no llegaba a tanto
Sabiendo que en Bulgaria numerosos campesinos pasaban de los cien años sanos y
felices, intuyó que la causa de semejante bienestar era la costumbre de ingerir
leche agria, pues los lacto-bacillos-cassei que contiene impiden la corrupción
intestinal. Recomendó entonces el uso del yogurt, tan popular en los pueblos y
campos de Bulgaria. Las dueñas de casa de Francia respondieron masivamente y
fabricaron este producto en sus hogares por temor a la inocuidad de los yogures
mercantiles.
En este sentido recordamos que el ilustre médico y escritor colombiano
César Uribe Piedrahita, autor de la conocida novela petrolera venezolana
“Mancha de Aceite” y quien fabricaba yogurt en sus laboratorios, de Bogotá,
decía que cualquier agregado (azúcar, etc) invalidaba la acción de los millones
de bacilos lácticos que pululan en un pequeño vaso de leche.
En Venezuela hay varias regiones que practican el culto del lacto-bacillus,
especialmente en Lara cuyo suero es famoso. Acostumbran allá a cortar la leche
con una membrana llamada cuajo que extraen de la mollera de las gallinas
muertas; algunos las cortan con pedacitos de queso o de carne. Una vez agriada
su leche el mismo envase aguanta varios días con sólo renovarle el contenido
sin necesidad de lavarlo. El suero larense y coriano tiene la ventaja de ser
menos ácido al paladar que la leche cortada con bacilos de yogurt. (También
venden para fabricar éste, unos aparatos eléctricos de no muy elevado precio).
Pero lo que se descubrió en este siglo, a casi 40 años de la muerte de
Metchnikov, es que el lacto-bacillum-cassei posee propiedades alimenticias y
curativas insospechadas. El científico Day aisló de él en 1938 un principio
vitamínico que denominó Vitamina M, (de Monky), pues curó rápidamente con ella
la anemia de los monos. Esto quiere decir que los bacilos de la leche agria no
sólo pueden evitar la putrefacción del intestino sino sintetizar para el
organismo humano principios que por cualquier razón este no asimila. Las
personas que se quejan de que no absorber el calcio o el yodo, o cualquiera
otra sustancia, deben hacer una experiencia personal con los bacilos cassei
para no seguir atiborrándose de remedios.
Recuerden que Hipócrates, el gran
genio médico y padre de la Medicina curaba ciertas avitaminosis con extractos
de hígado hervido. En esa época aún no habían aparecido los laboratorios
comerciales que todo lo avasallan. Como dato al azar, en Estados Unidos se
consumen anualmente 3 billones (tres billones) de pastillas de Valium y hay un
club presidido por el Nobel Pauling que cuenta con más de dos millones de
personas que ingieren diariamente grageas de Vitamina C.
Para finalizar diremos que un libro
colombiano de medicina nativista afirma que los lacto-basilos cassei se
introducen en los vasos sanguíneos y van trepando por ellos hasta ingerir el
colesterol que les sirve de alimento.
Nosotros nos permitimos decirle a las
personas de la tercera edad que tomar leche agria (no comercial), es como
ingerir diariamente una póliza de seguro contra toda enfermedad.
Diario El Nacional, Escribe que algo queda, 29/7/1984.
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