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martes, 6 de febrero de 2018

PRÓLOGO AL LIBRO LAS ARTES Y LOS OFICIOS, DE ANÍBAL NAZOA


      

ANÍBAL NAZOA, MAESTRO DE LAS ARTES Y LOS OFICIOS

Aníbal Barca era hijo de Amílcar Barca y hermano de Salambó. Aníbal Nazoa es hijo de Micaela González de Nazoa y hermano de Aquiles.

 A nadie le gusta que le nombren a su progenitora, y menos en un Prólogo, pero aquí es indispensable ya que la señora Micaela es una mujer extraordinaria; no sólo por haber puesto en el embrión de dos de sus hijos el cromosoma del humor, sino porque ella misma es una humorista. Nos tocó una vez viajar con Aníbal, su esposa y su mamá hacia la histórica Villa de Cura y los tramos de carretera no se contaban por kilómetros sino por los chistes y las observaciones ingeniosas de la señora Nazoa.

 Alguien llamó al filósofo Leibniz “Maestro en todos los oficios”, para indicar que sobresalió en multitud de actividades. El rival de Newton en lo infinitesimal vivió “en el mejor de los mundos” y lo dejó saturado de su genio. Aníbal Nazoa no es rival de Newton, pero es un Leibniz a su manera; o por lo menos es un leibniznista.
Son admirables las difíciles facilidades que se gasta Aníbal para multitud de cosas. Tan pronto está en el piano sacando por fantasía el Boris Godunov de Mussorgsky, como dando una conferencia sobre los más remotos orígenes de la canción de protesta, o imitando a dos venezolanos que estuvieron en la Unión Soviética y regresaron hablando ruso entre sí para asombrar a sus oyentes de la Casa del Partido, o fabricando un texto de medicina a su manera pero con inclusión de los más verdaderos y rigurosos términos hipocráticos. Cuando a Aníbal le da por inventar mitología y personajes mitológicos, es de pedirle a Zeus que nos permita coger palco en ese Olimpo.
 Aníbal sabe de todo un poco. Parece hijo del señor Espasa, el de la Enciclopedia, o que se hubiera criado en la casa de la familia Salvat. A veces habla de cosas superficiales con tanta profundidad (por ejemplo de quesos y vinos) que uno se pregunta cómo es posible que Aníbal haya perdido tanto tiempo en aprender cosas tan inútiles.
 Aníbal Nazoa es sin disputa uno de nuestros grandes humoristas. Está entre la media docena de venezolanos que poseen en alto grado esa cualidad que tan admirable, rara y escasa encontraba el señor del Lobo Estepario. Los que lo conocemos bien sabemos que él no es todavía nuestro Mark Twain porque no lo ha querido y que no está en el boom literario porque no ha hecho el esfuerzo.
El libro que estamos prologandito, Las Artes y los Oficios, es un monumento probatorio del talento vivo de nuestro admirado Aníbal. Es el primer ensayo de la moderna picaresca venezolana, lleno de gracia, profundo de observación y de acabada maestría literaria en casi todos sus capítulos. Lo mismo habla Aníbal el lenguaje de los cuidadores de carros 1973 que el de los malandros españoles del Siglo de Oro.
Bastaría que Las Artes y los Oficios se convirtiera en una novela de personajes (no faltará algún personaje que diga que todas las novelas son de personaje), para que la primera obra de la picaresca venezolana nos haya sido traída por la cigüeña.
Si Aníbal Nazoa no se entretuviera demasiado en su vida garcilasiana viendo discurrir a las aguas, trinar a las aves, bañarse a Flérida y cantar a los pastores, seguramente que daría grandes obras a la literatura nacional.
¡Corre, mi bróder, que atrás viene persiguiéndonos la Metropolitana Vallés que no perdona!

Kótepa Delgado, Caracas,1973.

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