(Recórtenlo para
que lo reciten cuando la reunión se ponga fastidiosa)
—¿Quién
es quién? (pregunta desde adentro la señora). ¡Deje la tocata que está abierto!
¡Empuje la portañuela y compenetre.
—Mil y unas noches, mi señora
(dice un tipo entrando). Yo soy el vecino de adlátere. Supe que estaba usted
recién demudada para este apartamento y he considerado que la circunvalación
vecinal me impone el derecho de gentes de venir a presentarle mis más
respectivos saludos.
—¡Oh!, qué atento y seguro
servidor es usted. Le diré: me pareció comodato este aparheid y resolví
tomarlo en arrendajo, probáticamente, por dos añejos. Pero si no está muy
reprisado pase adelante y acentúese en esta silla. Si se siente sedentario le
traeré una Coca-cola bien resfriada; a menos que prefiera un té al alimón...
—Me es sinigual. Yo no soy ningún
tomista de licores. Para mí cualquier berebere es bueno siempre que no contenga
alcoholismos.
—¡Ay!, señor. Habla usted
con la farsalia y el hipocratismo que usan todos los hombres. Pasan el día en
los bares apocopándose de lo lindo y sólo cuando ya no pueden más porque están
hasta el sombrero de copas regresan a sus casas dando transplantes de beocia
extrema para gran sufrimiento de sus abnegadas expósitas. Para mí, y se lo digo
con la franquicia que siempre he tenido, todo aquel que ingestiona aguardiente
es un hijo de Sumatra.
—¡Caramba! Señora; usted está muy vieja para
ser tan búlgara; habla como una misma putumaya.
—Y usted que Von
Carajan será que se atreve a faltarle
los considerandos a una damajuana venérea como yo? Tenga
en cuenta que si soy enemiga de los hébridos consuetudinarios,
creo por el contrario que un vaso de vino tomado como
aperitoneo antes de la comida es algo que amortiza los penaltis
de la vida.
—Bueno, eso es distintivo. Con el cálculo
diferencial que usted hace entre los que se entregan al alcohol
absoluto y aquellos que practican el metodismo, podemos llegar a un arreglo
consensual. Por lo que estoy viendo es usted una mujer con un gran servicio de
inteligencia en la cabeza; con mucha apicultura sin ser una enciclopedante. Me
recuerda usted las dos diosas de la sabiduría antigua: Palas
Talidomida y Minerva Aureomicina. ¡Oh!, señora; ante usted que es una
savia ascendente, yo me siento apenas un pequeño larrouse ilustrado o un
breviario de la Enciclopedia Espesa.
—Ya sabía que íbamos a terminar congenitando usted
y yo. Me gusta ese aire acondicionado que usted tiene, ese Don apacible que se
gasta y esa crítica de la razón pura que nunca le abandona. Yo sería feliz el
día en que usted y yo seamos como el taxis y la sintaxis, la grama y el
pentagrama, el ano y el arcano...
—A propósito,
señora, permítame una preposición copulativa que
le voy a formular: -¿Es usted soltera o tiene su mariachi?
—Soy libre como las
anclas de un barco. He llegado a la Edad Media sin machihembrarme, dado lo
morganático que son los hombres cuando se casan. Yo los detesto a todos.
—Y yo que quería llevarla al hipotálamo
nupcial del himeneo, después de pasearla por el monte de Venus...
—Si lo haces sabrás que me conservo en el estado de
Virginia. ¡Cómo deseo que tú seas Juan de la Cosa y yo la cosa de Juan! ¡Qué
gran mujer te vas a llevar para toda tu bolse vita! Porque yo soy,
como dice el refrán: Corte y escultura hasta la sepultura.
Diario El Nacional. Escribe que
algo queda. 18/1/1981
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