El
arte de curar es tan viejo como las enfermedades.
Los egipcios, los chinos, los hebreos,
los hindúes y otros pueblos antiguos habían desarrollado los principios más
elementales de la medicina unos 2.000 años antes de la era cristiana.
Entre las atribuciones y aprendizaje de los sacerdotes egipcios estaba
el arte de curar a los enfermos. El dios de la medicina era de obligada adoración. Los sacerdotes
egipcios practicaban la trepanación de cráneos y sabían reconstruir ciertos
órganos exteriores del cuerpo humano. Como existía la costumbre de cortar la
nariz a los ladrones, había cirujanos que, clandestinamente, rehacían el órgano
nasal. También son célebres las momias egipcias, cuerpos humanos que han
llegado a nuestros días admirablemente conservados.
La nación antigua que más impulso dio a la medicina fue Grecia.
Cuatrocientos años antes de Cristo existía en la isla de Cos una escuela para
médicos que alcanzó renombre universal y de la cual salió el hombre a quien se
ha llamado con razón el Padre de la Medicina: Hipócrates. Muchas enseñanzas de
Hipócrates son válidas aún. Este hombre estaba lleno de sabiduría y sentido
práctico y de lo que los médicos modernos denominan ojo clínico; decía que por
la cara se podía sacar al enfermo y que había que compararla con la de una
persona en buen estado de salud. El juramento de Hipócrates ha quedado para los
médicos como un emblema del altruismo que debe presidir la práctica de su
carrera. (¡Cuán lejos de Hipócrates y de su honestidad está ahora una enorme
cantidad de profesionales!).
Después de Hipócrates. el médico más notable fue Galeno, también griego,
pero que ejerció la profesión en Roma. Las enseñanzas anatómicas, diagnósticas
y medicinales de Galeno llenaron muchos siglos. Su descripción del cuerpo
humano era el evangelio de los médicos hasta que Vesalio, doctor flamenco al
servicio de Carlos I y Felipe II de España, publicó su célebre tratado de
Anatomía en que echaba por tierra las enseñanzas galénicas. Se descubrió que
Galeno no había disecado cadáveres sino monos y que su anatomía distaba
de ser exacta.
El cetro de la medicina pasó a los árabes quienes dieron, al comienzo
del segundo milenio después de Cristo, dos médicos sumamente notables: Avicena
y Averroes. Ambos eran filósofos profundos y sus enseñanzas fueron válidas
hasta muy avanzado el período histórico de la Edad Media en el que se olvidaron
las enseñanzas médicas porque la profesión pasó a ser ejercida por barberos:
éstos curaban extrayendo sangre a las personas por medio de sangrías y
sanguijuelas. Sin embargo, del aprendizaje de los barberos surgió en el siglo
XVI un médico genial, fundador de la cirugía moderna y que se llamaba Ambrosio
Paré. “Yo le curo las heridas, pero Dios es el que se las sana”.
El hombre que dio los primeros pasos hacia la medicina verdaderamente
moderna se llamaba Teofrasto Bombast Hohenheim, cuyo nombre tan difícil fue
cambiado por el más glorioso de Paracelso. Fue precursor en usar sustancias
exclusivamente químicas para curar enfermedades, apartándose así del uso
general de medicamentos vegetales. Hablaba contra los médicos en todas las
universidades y se hizo por ello universalmente antipático para sus colegas.
Un español y un inglés fueron los que descubrieron la circulación de la
sangre, destruyendo la falsa creencia de que la sangre estaba constituida por
humores que permanecían fijos debajo de la piel. William Harvey notable
investigador inglés, descubrió en el siglo XVII la circulación mayor.
El español Miguel Servet había descubierto un siglo antes la circulación
sanguínea pulmonar. Por cierto que Miguel Servet murió víctima de las luchas
religiosas, quemado en la hoguera por orden del jefe protestante suizo Calvino.
Hasta el descubrimiento del microscopio la medicina no pudo adelantar
debidamente. No se sabe con exactitud a quién agradecer tan importante invento,
pero sí se conoce que un conserje municipal de Holanda fue quien lo perfeccionó
asomándose por primera vez al mundo animal de lo sumamente pequeño. Antonio de
Leeuwenjoek (Leuenjuc) comunicó las cosas maravillosas que observaba a la Real
Sociedad Científica de Londres.
Un cura italiano llamado Lázaro Spallanzani fue el precursor de las nociones modernas
sobre contaminación de los alimentos por microbios existentes en el aire y
negación de la llamada generación espontánea.
La gloria de fundar la medicina
verdaderamente moderna cupo al químico francés Luis Pasteur, quien a los
comienzos del siglo pasado realizó los descubrimientos más asombrosos. Empezó
por estudiar las fermentaciones de vinos y cervezas y terminó descubriendo las
vacunas contra el carbunclo y la rabia. Puso en claro la contaminación de los alimentos
y demostró la imposibilidad de la generación espontánea.
Luis Pasteur junto con su
contemporáneo el fisiólogo Claude Bernard, es el verdadero padre de la
medicina.
Apéndice
El artículo anterior lo escribimos
hace ya tiempo para ser transmitido por la Radio Nacional. Lo damos a la
impresión hoy porque los de “Feriado” están urgidos de material rápido para
salir del atasco editorial navideño. Para que todo no sea medicina insertamos
unos versos del poeta del 23 de enero, Octavio Montiel.
Negra añoranza
Mi vida se desintegra
si tu ausencia me castiga,
pues tu amor es el que alegra
mi vacío y mi fatiga.
Nuestro amor, preciosa negra,
fue corazón y barriga;
(no me impusiste una suegra)
más que amante fuiste amiga.
Hoy te llamo y no respondes
¿Mi negra, donde te escondes
con pena para los dos?
Es mi grito una derrota:
¿Qué te hiciste caraota?
..¡Voy a morirme de arroz!
Diario El Nacional. Escribe que algo queda. 1986.
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