Solamente al rey de España podía
ocurrírsele nombrar gobernador de Caracas y de toda la provincia de Venezuela
a un hombre de costumbres tan disolutas
como don José de Cañas y Merino. Pero firmó “Yo, el Rey”, con
toda su real gana cuando Cañas y Merino puso sobre su mesa un gran montón
de real: diez mil pesos (cincuenta mil bolívares).
Con otra suma parecida
había conseguido el hábito de Santiago que le sentaba al cuerpo para cubrir sus
malos hábitos. Él era un militar afortunado, “pundonoroso militar” como le
dirían los periódicos de la época, que había hecho fortuna en el norte de
África con el infortunio de tantos negros a quienes cazó como fieras para
venderlos en la civilizada Europa y en el naciente Nuevo Mundo.
En la Capitanía y
Gobernación de la Provincia de Venezuela, desde 1711 hasta 1714, actuó con gran
visión de futuro. Fue autócrata y civilizador voraz de dinero, doscientos años
antes que Antonio Guzmán Blanco. Jugaba a los dados y tomaba de noche en
compañía de damiselas, como dicen que hacía el Presidente Andueza Palacios.
Mucho antes que a Cipriano Castro, el sexo le hizo perder el seso. Barría las
calles y hacía carreteras con el trabajo de los presos a usanza de Juan Vicente
Gómez. Como Marcos Pérez Jiménez, construía puentes y edificaba obras de
ornato, dirigiendo personalmente los trabajos. En los carnavales tiraba hasta
la camisa, dejando este mensaje al Presidente Francisco Linares Alcántara. No
tendría muy claro eso de “el nuevo ideal nacional” perezjimenista, pero sí
usaba ya un ministro de alcoba. No fusiló al Congreso pero ordenó ahorcar a
doce arrieros y a un niño que fueron sorprendidos transportando contrabando.
Mandó a talar los
árboles de Caracas, convencido de que las zonas verdes son las que infestan el
ambiente. Se dedicaba al contrabando para alimentar dos grandes supermercados
que había instalado en la capital; no dice el cronista de la ciudad si metía
alijos en vitrinas por Maiquetía o si esto fue invento posterior de aquel
gobernador del Zulia. Precursor del Hipódromo, inició las carreras de caballos
con jinetes que perseguían machete en mano a gatos a los que se amarraba con un
perol en el rabo.
Encareció la vida
cobrando un impuesto diario a las pesas de carne y a los negocios comerciales.
No persiguió a las guerrillas pues entonces no había guerrillas; en cambio
sentó ejemplos de corrupción administrativa que aún en los tiempos modernos son
difíciles de superar. Hizo un gobierno inolvidable, pero no dejó un retrato
para colgar en el Concejo de Petare.
En unos carnavales se
raptó a una de varias damas que le estaban echando agua y azulillo desde la
trinchera de su balcón y se la llevó al río (Guaire) sabiendo que era mozuela,
porque mozas sin estrenar eran su especialidad. Había establecido una especie
de internado para señoritas, de su uso particular, y el director de la
institución era don José de Montesinos, su ministro de alcoba. En busca de más
alumnas fue que reunió un día a las muchachas casaderas de La Guaira y exigió
que la que no fuera virgen lo confesara, pues él cargaba en el bolsillo una
cinta sexométrica que le había dado
el Rey para medir la virginidad de las mujeres.
Se prendó de Paquita Robles,
una bella españolita y para rendirla metió en la cárcel a su prometido Eugenio
de Pastrana. Paquita, indignada, rechazó las insinuaciones de entregarse para
libertar a su novio. Entonces Cañas difundió la noticia de que Pastrana iba a
ser ahorcado al día siguiente. Paquita, llorosa, se dijo como Guzmán el Bueno:
-Más vale novio sin honra que honra sin novio-, y olvidando la fea cicatriz que
Cañas tenía en la cara, marchó hacia la alcoba sobre sus tacones más altos y
con una heroicidad de Juana de Arco.
Cañas se burlaba del obispo
diciéndole que él era mahometano y para demostrarlo salpicaba sus conversaciones
con proverbios árabes: A tu enemigo dale durazno sin concha para que Alá se lo
lleve más pronto/ El desayuno te lo comes tú solo, el almuerzo lo compartes con
tus amigos y la cena se la regalas a tu enemigo/ Alá hizo el desierto para que
el árabe no se sintiera tan solo/ Cuando regreses de un viaje, pégale a tu
mujer; tu no sabes por qué pero ella sí lo sabe.
Un estudioso de la vida
de Cañas y Merino, un cañasmerinólogo venezolano,
afirma que solía improvisar en verso y que se trababa en lucha libre poética
con su ministro de alcoba, don José de Montesinos, como por ejemplo: -Quiere
verle un caballero/ llamado don Pedro Matos; / trae consigo doce patos / en
tres sacos de gallero. Y Cañas respondía en el acto: -Dígale a ese caballero/
llamado don Pedro Matos, / quien como siempre importuna/, que no sea tan
aguajero: / que por qué me trajo patos / si yo le pedí fue muna.
Los nobles, los
clérigos y los comerciantes, después de aguantar cuatro años a este “azote de
Dios”, se fedecamarizaron
secretamente y le levantaron un terrible expediente que hicieron llegar con
todo sigilo al rey de España en 1714. Arribó entonces un duro de la Audiencia
de Santo Domingo y se lo llevó preso, no sin protestas del “baxo pueblo”.
Al llegar a la Península
se encontró con que: “Yo, el Rey, por tus grandes hechos, te condeno a muerte”.
Diario EL Nacional, ¡Qué tiempos
aquellos!
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