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lunes, 5 de febrero de 2018

LA PRIMERA CAMPAÑA ELECTORAL QUE HUBO EN VENEZUELA



En Venezuela  solo dos hombres han logrado electrizar universalmente a las masas: Ezequiel  Zamora en 1859 y el Mocho Hernández en la última década del siglo pasado (Cuando Jóvito Villalba estaba en auge popular lo llamaban el Mocho Hernández del siglo 20, pero el Maestro no superó a su modelo).

 Hijo de un carpintero isleño, y mocho de un dedo que le seccionó la sierra, José Manuel Hernández se hizo general (“general de agua dulce”, le decían) peleando en Guayana en la llamada Revolución Legalista a favor del gran caudillo Joaquín Crespo y de un doctor Andueza Palacio que se quería alzar con el poder.
Un grupo de muy destacados burgueses, intelectuales y militares residentes en Caracas vieron en el Mocho Hernández al jefe que podría darle prestigio a una agrupación política. Entre estos hombres estaban el doctor Alejandro Urbaneja, político del grupo, David Lobo, Vicente Lecuna, el escritor Urbaneja Achelpohl, el doctor Guillermo Delgado Palacios (eminente científico), Luis Soriano, Casimiro Vegas, Nicomedes Zuloaga, los generales Zoilo Vidal, Barreto Lima, Samuel Acosta, Roberto Vargas y muchos otros.
Pero el Mocho  Hernández desbordaba los moldes de aquel partido y las masas urbanas y campesinas sentían que él era su caudillo. El Partido Liberal Nacionalista que así se llamaba, lanzó un muy avanzado programa de gobierno, el más progresista que hubiere habido  hasta entonces en Venezuela (Valdría la pena de que quienes se interesan por la verdad histórica consultaran el tomo primero de ese monumento de los sucesos patrios que se llama Historia de la Venezuela Política Contemporánea, escrita por el superdotado historiógrafo Juan Bautista Fuenmayor).
El Mocho era afable, honrado, sincero, soñador y una figura verdaderamente carismática. Su retrato llegó a estar en todas las casas humildes y progresistas de Venezuela. En 1897 llegaron las elecciones para presidente de la república y el Partido Liberal Nacionalista (“de los burgueses de Caracas”) lanzó al Mocho Hernández para competir con el General Ignacio Andrade, sostenido por Joaquín Crespo y todo el tren oficial.
Las elecciones no eran directas ni universales secretas, se volaba por el sistema  norteamerIcano de elegir un "compromisario”, quienes unidos designaban al Presidente. Pero por primera  vez votaban los analfabetos y  estos tenían puestas sus últimas esperanzas de redención en aquel gran señor de la política que se llamaba  José Manuel Hernández.

El Mocho era la línea ganadora en todas partes.  Realizó la primera campaña electoral moderna que se hubiese visto en Venezuela. Tarjetas postales con su efigie  salían por todos los correos, comisiones electorales recorrían incesantemente el país,  por vez primera vez aparecieron afiches en las calles con la vera efigíe del popular candidato  y para culminar inició la ceIebración de mítines casi multitudinarios.
"¡El Mocho! ¡EI Mocho! ¡Ei Mocho!”  gritaba el pueblo enardecido. Pero los sicarios de Crespo tampoco descansaban. Los jefes civiles reclutaban a muchos campesinos y los adoctrinaban para que votaran por Ios cornpromisarios  de Andrade. Cuentan, por cierto, que uno de estos compromìsarios se llamaba Cuevas y los campesinos pasaban frente  a la mesa electoral y decían: "Voto por Cuevas". "¿Y usted?, preguntaban al otro”. “Por la misma Cueva“.  “¿Y usted?” “Por ese mismo agujero”.   Aquello fue una infame burla electoral que dio como amañado ganador aL colombo-venezolano General Ignacio Andrade. "Ganó  el Mocho Andrade”,  decía  yo  el Supremo Joaquín Crespo  al anunciar burlonamente los resultados de la  elección.
 Derrotado inicuamente, el Mocho hizo lo que le dictaba su honor y el bien del pueblo  que tanto lo quería; se fue a la guerra. Todo el país se ìnfectó de guerrillas mochistas  y  el movimiento amenazaba convertirse en una nueva Guerra Federal. En el sitio llanero denominado la Mata Carmelera,  Joaquín Crespo cayó fulminado por una bala dei ejército que comandaba  el Genera! Samuel Acosta. Entonces fue cuando  la gente cantaba con toda alegría:
"¡Por fin!, ¡por fin!, ¡por fin!
  El Mocho mató a Joaquín.

Pero al General  Hernández  le faltó garra y se dejó apresar por las fuerzas de Andrade,  siendo encerrado en la prisión de La Rotunda.  Desde la cárcel siguió dirigiendo a sus miles de partidarios y todos daban por seguro que saldría a mandar de  un momento a  otro.
Pero sucedió lo inesperado. De Cúcuta partió un hombrecito llamado Cipriano Castro, lleno de inteligencia y audacia, y con solo 80 hombres atravesó la frontera con dirección al Capitolio de Caracas. En unas partes peleaba porque  era un gran batallador, y  en otras se le rendían incondicionalmente. Aquello que llamaron Segunda Campaña Admirable, para recordar la de Bolívar, fue en realidad un de las más admirables traiciones que ha presenciado este país. Los políticos, los hacendados, los comerciantes y todos los reaccionarios comprendieron que muerto Crespo nadie podría interponerse entre el Mocho Hernández y la presidencia. Y cuando surgió Castro lo acogieron como al Mesías que Dios les enviaba desde Los Andes.
En Valencia se acabó de consumar la entrega de los gobiernistas y Cipriano Castro que era vivo y teatral al mismo tiempo, pidió que le concedieran el honor  de ser él  quien pusiera en libertad al Mocho en cuanto llegara a Caracas.
El Mocho Hernández aceptó ser ministro de Fomento de Castro y de allí empezó a declinar su estrella. Murió en Nueva York en 1921, desterrado. Fue como el coronel Aureliano Buendía de Cien Años de Soledad: hizo muchas guerras pero ninguna ganó.

Diario El Nacional. Escribe que algo queda. 20/11/1983




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