En Venezuela solo dos
hombres han logrado electrizar universalmente a las masas:
Ezequiel Zamora en 1859 y el Mocho Hernández en la última década del
siglo pasado (Cuando Jóvito Villalba estaba en auge popular lo llamaban el
Mocho Hernández del siglo 20, pero el Maestro no superó a su modelo).
Hijo
de un carpintero isleño, y mocho de un dedo que le seccionó la sierra, José
Manuel Hernández se hizo general (“general de agua dulce”, le decían) peleando
en Guayana en la llamada Revolución Legalista a favor del gran caudillo Joaquín
Crespo y de un doctor Andueza Palacio que se quería alzar con el poder.
Un grupo de muy destacados burgueses, intelectuales y militares residentes en Caracas vieron en el Mocho Hernández al jefe que podría darle prestigio a una agrupación política. Entre estos hombres estaban el doctor Alejandro Urbaneja, político del grupo, David Lobo, Vicente Lecuna, el escritor Urbaneja Achelpohl, el doctor Guillermo Delgado Palacios (eminente científico), Luis Soriano, Casimiro Vegas, Nicomedes Zuloaga, los generales Zoilo Vidal, Barreto Lima, Samuel Acosta, Roberto Vargas y muchos otros.
Pero el Mocho Hernández desbordaba los moldes de aquel partido y las masas urbanas y campesinas sentían que él era su caudillo. El Partido Liberal Nacionalista que así se llamaba, lanzó un muy avanzado programa de gobierno, el más progresista que hubiere habido hasta entonces en Venezuela (Valdría la pena de que quienes se interesan por la verdad histórica consultaran el tomo primero de ese monumento de los sucesos patrios que se llama Historia de la Venezuela Política Contemporánea, escrita por el superdotado historiógrafo Juan Bautista Fuenmayor).
El Mocho era afable, honrado, sincero, soñador y una figura verdaderamente carismática. Su retrato llegó a estar en todas las casas humildes y progresistas de Venezuela. En 1897 llegaron las elecciones para presidente de la república y el Partido Liberal Nacionalista (“de los burgueses de Caracas”) lanzó al Mocho Hernández para competir con el General Ignacio Andrade, sostenido por Joaquín Crespo y todo el tren oficial.
Las elecciones no eran directas ni universales secretas, se volaba por el sistema norteamerIcano de elegir un "compromisario”, quienes unidos designaban al Presidente. Pero por primera vez votaban los analfabetos y estos tenían puestas sus últimas esperanzas de redención en aquel gran señor de la política que se llamaba José Manuel Hernández.
Un grupo de muy destacados burgueses, intelectuales y militares residentes en Caracas vieron en el Mocho Hernández al jefe que podría darle prestigio a una agrupación política. Entre estos hombres estaban el doctor Alejandro Urbaneja, político del grupo, David Lobo, Vicente Lecuna, el escritor Urbaneja Achelpohl, el doctor Guillermo Delgado Palacios (eminente científico), Luis Soriano, Casimiro Vegas, Nicomedes Zuloaga, los generales Zoilo Vidal, Barreto Lima, Samuel Acosta, Roberto Vargas y muchos otros.
Pero el Mocho Hernández desbordaba los moldes de aquel partido y las masas urbanas y campesinas sentían que él era su caudillo. El Partido Liberal Nacionalista que así se llamaba, lanzó un muy avanzado programa de gobierno, el más progresista que hubiere habido hasta entonces en Venezuela (Valdría la pena de que quienes se interesan por la verdad histórica consultaran el tomo primero de ese monumento de los sucesos patrios que se llama Historia de la Venezuela Política Contemporánea, escrita por el superdotado historiógrafo Juan Bautista Fuenmayor).
El Mocho era afable, honrado, sincero, soñador y una figura verdaderamente carismática. Su retrato llegó a estar en todas las casas humildes y progresistas de Venezuela. En 1897 llegaron las elecciones para presidente de la república y el Partido Liberal Nacionalista (“de los burgueses de Caracas”) lanzó al Mocho Hernández para competir con el General Ignacio Andrade, sostenido por Joaquín Crespo y todo el tren oficial.
Las elecciones no eran directas ni universales secretas, se volaba por el sistema norteamerIcano de elegir un "compromisario”, quienes unidos designaban al Presidente. Pero por primera vez votaban los analfabetos y estos tenían puestas sus últimas esperanzas de redención en aquel gran señor de la política que se llamaba José Manuel Hernández.
El
Mocho era la línea ganadora en todas partes. Realizó la primera
campaña electoral moderna que se hubiese visto en Venezuela. Tarjetas postales
con su efigie salían por todos los correos, comisiones electorales
recorrían incesantemente el país, por vez primera vez aparecieron
afiches en las calles con la vera efigíe del popular candidato y
para culminar inició la ceIebración de mítines casi multitudinarios.
"¡El
Mocho! ¡EI Mocho! ¡Ei Mocho!” gritaba el pueblo enardecido. Pero los
sicarios de Crespo tampoco descansaban. Los jefes civiles reclutaban a muchos
campesinos y los adoctrinaban para que votaran por Ios
cornpromisarios de Andrade. Cuentan, por cierto, que uno de estos
compromìsarios se llamaba Cuevas y los campesinos pasaban frente a
la mesa electoral y decían: "Voto por Cuevas". "¿Y usted?, preguntaban
al otro”. “Por la misma Cueva“. “¿Y usted?” “Por ese mismo
agujero”. Aquello fue una infame burla electoral que dio como amañado
ganador aL colombo-venezolano General Ignacio Andrade. "Ganó el
Mocho Andrade”, decía yo el Supremo Joaquín
Crespo al anunciar burlonamente los resultados de
la elección.
Derrotado
inicuamente, el Mocho hizo lo que le dictaba su honor y el bien del
pueblo que tanto lo quería; se fue a la guerra. Todo el país se
ìnfectó de guerrillas mochistas y el movimiento amenazaba
convertirse en una nueva Guerra Federal. En el sitio llanero denominado la Mata
Carmelera, Joaquín Crespo cayó fulminado por una bala dei ejército
que comandaba el Genera! Samuel Acosta. Entonces fue
cuando la gente cantaba con toda alegría:
"¡Por
fin!, ¡por fin!, ¡por fin!
El Mocho mató a Joaquín.
Pero al General Hernández le faltó garra y se dejó apresar por las fuerzas de Andrade, siendo encerrado en la prisión de La Rotunda. Desde la cárcel siguió dirigiendo a sus miles de partidarios y todos daban por seguro que saldría a mandar de un momento a otro.
Pero
sucedió lo inesperado. De Cúcuta partió un hombrecito llamado Cipriano Castro,
lleno de inteligencia y audacia, y con solo 80 hombres atravesó la frontera con
dirección al Capitolio de Caracas. En unas partes peleaba porque era
un gran batallador, y en otras se le rendían incondicionalmente.
Aquello que llamaron Segunda Campaña Admirable, para recordar la de Bolívar,
fue en realidad un de las más admirables traiciones que ha presenciado este
país. Los políticos, los hacendados, los comerciantes y todos los reaccionarios
comprendieron que muerto Crespo nadie podría interponerse entre el Mocho
Hernández y la presidencia. Y cuando surgió Castro lo acogieron como al Mesías
que Dios les enviaba desde Los Andes.
En
Valencia se acabó de consumar la entrega de los gobiernistas y Cipriano Castro
que era vivo y teatral al mismo tiempo, pidió que le concedieran el
honor de ser él quien pusiera en libertad al Mocho en
cuanto llegara a Caracas.
El
Mocho Hernández aceptó ser ministro de Fomento de Castro y de allí empezó a
declinar su estrella. Murió en Nueva York en 1921, desterrado. Fue como el
coronel Aureliano Buendía de Cien Años de Soledad: hizo muchas guerras pero
ninguna ganó.
Diario El Nacional. Escribe que
algo queda. 20/11/1983
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