Así empezaban todas
las cartas en años de Teresa de la Parra, a pesar de que para entonces el papel
era barato, el tiempo largo y la amistad verdadera.
Un amigo de este
redactor, dibujante y caricaturista humorístico que se llama Beto Lameda, nos
dijo telefónicamente, después de tres años de no llamarme: “A ti te deben pagar
mas cuando escribes”, más no es cierto.
Como yo conozco toda la
ironía que encierra en sus palabras este hermano de Alí Lameda, quien sabe
mucho aunque nunca estuvo preso en Corea con su brother, entendí que me estaba diciendo que escribiera menos largo.
Una vez se aposentaban en casa de Beto quince parientes suyos de Carora y sus
aledaños: todos comían, todos dormían y ninguno daba muestras de quererse ir;
para hacerles ver el peso que ellos significaban para la economía de los
anfitriones, Beto les dijo en el almuerzo: “Yo de lo que estoy admirado, con la
estada de ustedes aquí, es de lo bueno que son las cañerías de esta casa; me
asusto porque creo que ya no resisten dos o tres días más”.
Actualmente Beto es
banquero, con un alto cargo en el Banco de Sangre: –Sigo viviendo en Coche –me
dijo– y muy feliz porque se fueron todos los hombres y mujeres importantes que
antes vivían allí, figúrate cómo será la gente actual que en estos días una
muchacha me preguntó con todo cariño: “-Señor Beto, ¿usted es familia de Betoven? –No, pero somos muy amigos”.
En este caso Betoven se
escribe sin hache (Lo digo por los correctores de pruebas a quienes también
felicito porque en mi último artículo, inusitadamente, no había sino un solo
error). Deben poner especial cuidado, amigos correctores, cuando se trata de
“El toque de Diana” del escritor castrense Carlos E. Aguilera, pues allí se
suele hablar: del “modus operandi”, de “cómo se procederá” para conseguir “los
objetivos” de “la Seguridad Nacional y su conducción político-estratégica” en
“la ciencia y arte de gobernar”. Cualquier error de corrección puede
transformar ese artículo de nuestro Claudsewitz vernáculo en una propaganda
perezjimenista.
Porque hay que cuidar
del exacto significado de las palabras y hasta leer la biografía de estas. En tal
sentido puede ser útil el último libro de nuestro fraternal hermano (las dos
palabras combinadas son de CAP) Aníbal Nazoa, intitulado “La palabra de hoy”.
Para mí “La palabra de
hoy” fue la que acuñó el máximo pintor Jacobo Borges en el enjundioso reportaje
publicado hace poco en este diario. Su palabra (vaya adelante) fue
mierdoterapia, refiriéndose al tratamiento idem a que nos vemos sometidos en
esta mierdocracia, palabra esta última que usamos sin ningún ímpetu de
agresión.
Por cierto que hay dos
vocablos, vaina y bolsa, que no significan nada, que son inofensivas y muy
gratas. La palabra vaina sirve para todo; se recuerda aquel manager que
regañaba a la tercera base porque distraído mirando pasar a una hermosísima
mujer, dejó caer la pelota y entró la carrera, ganando los contendores pues
estaban empatados y era la segunda entrada de noveno inning:
–¡Miren que vaina! Dijo el
manager furioso, por estar viendo la vaina que pasaba, no le atendiste a la
vaina, dejaste caer la vaina y se perdió esta vaina, ahora es a mí a quien le
forman la vaina”.
Cuentan que en
Barquisimeto, el doctor Castillo Amengual, quien fuera gran humorista, empleó
una vez la palabra vaina en su doble justo significado:
–Doctor –le dijo un
amigo-: ¿sabe que acaba de morir Juan Jacobo Guédez el abogado tan querido por
nosotros?
–¡Qué buena vaina!
–También murió el agiotista Panquinoni.
–¡Qué vaina buena!”
Y hablando de vainas
buenas, está próximo a llegar nada menos que Jorge Luis Borges, un escritor que
se las echa de fascista y hasta lo será, pero a quien nadie le toma en cuenta
esa cháchara porque, como diría Carlos E. Aguilera, ya citado, “es un modus
operandi, una conducción político-estratégica, para materializar la acción
dinámica” de sus objetivos “en busca de la Seguridad Nacional” de un Premio
Nobel que es ya la sola aspiración de este Homero ciego, gran novelista que no
escribe novelas sino magistrales cuentos.
Dicen que Borges –no me
consta-, definió a sus compatriotas de esta manera: “Los argentinos son unos
italianos que hablan español y se las echan de ingleses” (También se las echan
de mucho). Esperamos que Papelón Borges se porte a la altura y reciba a su
colega nominal con toda efusividad deportiva.
Y ya que los Borges
están de actualidad recordemos a nuestro poeta sagrado, el irreverente
presbítero Carlos Borges, a quien Hernández Montoya incluye en su galería de
poetas cursis. Estaba el padre Borges con algunos amigos libando en el
aristocrático “salón para familias” denominado “La India” cuando se acercó una
empingorotada y casquivana dama y le dijo con acerbo: –Ya lo veo tomando; por
eso dicen que le gustan las masas, las mesas, las misas, las mozas y las musas.
–No le haga caso –dijo el cura (que estaba un poco mareado)–, ni a las patas,
ni a las petas, ni a las pitas, ni a las potas, ni a usted.
La cosa más graciosa
que dijo Gracián fue “Lo corto si bueno, dos veces idem”. Debieran crear un
bono para los hombres que escriben corto: “Homo bono et sapiens”. Menos mal que
nosotros los trabajadores de la prensa tenemos ahora a quien dirigirnos en casa
de injusticia: al camarada Reagan, padre del Proletariado Internacional y “el
salvador” de los obreros polacos. ¡Qué
vaina tan buena!
.
Diario El Nacional. Escribe que algo queda.
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