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miércoles, 21 de febrero de 2018

"TE ESCRIBO ESTAS CORTAS LÍNEAS..."


          Así empezaban todas las cartas en años de Teresa de la Parra, a pesar de que para entonces el papel era barato, el tiempo largo y la amistad verdadera.
    Un amigo de este redactor, dibujante y caricaturista humorístico que se llama Beto Lameda, nos dijo telefónicamente, después de tres años de no llamarme: “A ti te deben pagar mas cuando escribes”, más no es cierto.
         Como yo conozco toda la ironía que encierra en sus palabras este hermano de Alí Lameda, quien sabe mucho aunque nunca estuvo preso en Corea con su brother, entendí que me estaba diciendo que escribiera menos largo. Una vez se aposentaban en casa de Beto quince parientes suyos de Carora y sus aledaños: todos comían, todos dormían y ninguno daba muestras de quererse ir; para hacerles ver el peso que ellos significaban para la economía de los anfitriones, Beto les dijo en el almuerzo: “Yo de lo que estoy admirado, con la estada de ustedes aquí, es de lo bueno que son las cañerías de esta casa; me asusto porque creo que ya no resisten dos o tres días más”.
         Actualmente Beto es banquero, con un alto cargo en el Banco de Sangre: –Sigo viviendo en Coche –me dijo– y muy feliz porque se fueron todos los hombres y mujeres importantes que antes vivían allí, figúrate cómo será la gente actual que en estos días una muchacha me preguntó con todo cariño: “-Señor Beto, ¿usted es familia de Betoven? –No, pero somos muy amigos”.
         En este caso Betoven se escribe sin hache (Lo digo por los correctores de pruebas a quienes también felicito porque en mi último artículo, inusitadamente, no había sino un solo error). Deben poner especial cuidado, amigos correctores, cuando se trata de “El toque de Diana” del escritor castrense Carlos E. Aguilera, pues allí se suele hablar: del “modus operandi”, de “cómo se procederá” para conseguir “los objetivos” de “la Seguridad Nacional y su conducción político-estratégica” en “la ciencia y arte de gobernar”. Cualquier error de corrección puede transformar ese artículo de nuestro Claudsewitz vernáculo en una propaganda perezjimenista.
         Porque hay que cuidar del exacto significado de las palabras y hasta leer la biografía de estas. En tal sentido puede ser útil el último libro de nuestro fraternal hermano (las dos palabras combinadas son de CAP) Aníbal Nazoa, intitulado “La palabra de hoy”.
         Para mí “La palabra de hoy” fue la que acuñó el máximo pintor Jacobo Borges en el enjundioso reportaje publicado hace poco en este diario. Su palabra (vaya adelante) fue mierdoterapia, refiriéndose al tratamiento idem a que nos vemos sometidos en esta mierdocracia, palabra esta última que usamos sin ningún ímpetu de agresión.
          Por cierto que hay dos vocablos, vaina y bolsa, que no significan nada, que son inofensivas y muy gratas. La palabra vaina sirve para todo; se recuerda aquel manager que regañaba a la tercera base porque distraído mirando pasar a una hermosísima mujer, dejó caer la pelota y entró la carrera, ganando los contendores pues estaban empatados y era la segunda entrada de noveno inning:

       –¡Miren que vaina! Dijo el manager furioso, por estar viendo la vaina que pasaba, no le atendiste a la vaina, dejaste caer la vaina y se perdió esta vaina, ahora es a mí a quien le forman la vaina”.
         Cuentan que en Barquisimeto, el doctor Castillo Amengual, quien fuera gran humorista, empleó una vez la palabra vaina en su doble justo significado:
        –Doctor –le dijo un amigo-: ¿sabe que acaba de morir Juan Jacobo Guédez el abogado tan querido por nosotros?
       –¡Qué buena vaina!
       –También murió el agiotista Panquinoni.
       –¡Qué vaina buena!”

         Y hablando de vainas buenas, está próximo a llegar nada menos que Jorge Luis Borges, un escritor que se las echa de fascista y hasta lo será, pero a quien nadie le toma en cuenta esa cháchara porque, como diría Carlos E. Aguilera, ya citado, “es un modus operandi, una conducción político-estratégica, para materializar la acción dinámica” de sus objetivos “en busca de la Seguridad Nacional” de un Premio Nobel que es ya la sola aspiración de este Homero ciego, gran novelista que no escribe novelas sino magistrales cuentos.
          Dicen que Borges –no me consta-, definió a sus compatriotas de esta manera: “Los argentinos son unos italianos que hablan español y se las echan de ingleses” (También se las echan de mucho). Esperamos que Papelón Borges se porte a la altura y reciba a su colega nominal con toda efusividad deportiva.
          Y ya que los Borges están de actualidad recordemos a nuestro poeta sagrado, el irreverente presbítero Carlos Borges, a quien Hernández Montoya incluye en su galería de poetas cursis. Estaba el padre Borges con algunos amigos libando en el aristocrático “salón para familias” denominado “La India” cuando se acercó una empingorotada y casquivana dama y le dijo con acerbo: –Ya lo veo tomando; por eso dicen que le gustan las masas, las mesas, las misas, las mozas y las musas. –No le haga caso –dijo el cura (que estaba un poco mareado)–, ni a las patas, ni a las petas, ni a las pitas, ni a las potas, ni a usted.
           La cosa más graciosa que dijo Gracián fue “Lo corto si bueno, dos veces idem”. Debieran crear un bono para los hombres que escriben corto: “Homo bono et sapiens”. Menos mal que nosotros los trabajadores de la prensa tenemos ahora a quien dirigirnos en casa de injusticia: al camarada Reagan, padre del Proletariado Internacional y “el salvador” de los obreros  polacos. ¡Qué vaina tan buena!
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Diario El Nacional. Escribe que algo queda.


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