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miércoles, 28 de febrero de 2018

EL DÍA DE LOS MUERTOS

   
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 Sería  aquel  día de los Santos Difuntos cuando Pablo Neruda sintió la inspiración de la melancolía y mirándose en el cielo estrellado dijo: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche”. 
     Día de los Muertos sería también cuando Rubén Darío nos obsequiara este dístico consolador: “La muerte es de la vida inseparable hermana; la muerte es la victoria de la progenie humana”.
    En el Día de los Muertos que acaba de suceder, Lorenzo Batallán, redactor metafísico de El Nacional, agotó en un solo artículo la suma teológica de la ultratumba y después de ello no queda sino hablar de los muertos que no lo son, de los difuntos que siguen respirando, y dar la razón así al otro poeta que expresó: “Muertos son los que tienen muerta el alma/ y sin embargo viven todavía”.
         En éste último Día de los Muertos fue sepultado en urna electoral el cadáver viviente de Gerard Ford. Murió porque el competidor tenía un mejor Carter y porque él fue el guardafangos de Nixon y el parachoques de Kissinger. Además pasaba el aceite (de la OPEP), tenía la chispa atrasada y su batería no mandaba.
       Al despeñarse por el precipicio de la opinión pública dejó 7 millones de desempleados, una inflación en aumento, una guerra en el Líbano, un polvorín en África, el derrumbe nacional de Inglaterra y de Italia y más de diez dictaduras terroristas en América Latina.
   Nunca un doctor hizo tanto como el doctor Kissinger (alemán de Alemania) para empañar la imagen externa de su país adoptivo. Olvidó éste príncipe Metternich de la democracia, este Marcusse de la política activa, que Estados Unidos es la combinación indispensable de Wall Street con la estatua de la Libertad y que solo con democracia pueden parapetear al mundo ante los empujes del socialismo.
       Pero he aquí que el doctor Kissinger era muy liviano de cascos en eso de implantar dictaduras por la acción clandestina del espionaje, olvidando sus estudios profesorales de que la democracia es, teóricamente, la razón de ser de la burguesía. Pericles en Atenas dio su nombre al siglo, “el siglo de Pericles”, porque sabiendo mandar con tal disimulo que ni siquiera cargos tenía, realizó el esplendor de la nación. Franklin Delano Roosevelt, el ilustre paralítico, se hizo reelegir tres veces como presidente de los Estados Unidos porque nunca convirtió su silla de ruedas en carro de guerra. Y, guardando las distancias, Rómulo Betancourt ha dominado durante 30 años en la política venezolana porque es partidario de “la acción democrática” y el que vende ilusiones es como el que trabaja con agua, nunca pierde.
        Carter ha dicho que este maní del trato suave a las dictaduras no va a seguir y que corregirá el tremendo error de Kissinger (su error suramericano) de conceder al Brasil el trato de nación más favorecida en lo político, en lo económico y en lo militar, empujándolo a avasallar a sus vecinos que son todas las naciones suramericanas. SI Carter cumple, cuando el profesor Kissinger regrese a su cátedra de Harvard para llorar su antiguo esplendor, las dictaduras del sur perderán su norte, su Norteamérica, y el cono sur podrá escribirse sin tilde en la n y sin 30 muertos diarios, como por ejemplo, en la Argentina.
      Los  muertos se diferencian de los vivos en que los vivos apagan velas en sus cumpleaños y a los muertos les prenden velas en su happy day to you.
    La muerte ha sido llamada la suprema niveladora, pero falsamente, porque ni siquiera al cementerio ha llegado la reforma agraria: la parcela del rico es grande y opulenta y es pequeña y triste la del pobre.
    Rubén Darío cargaba en su maleta cuatro grandes velas y cuando dormía por la noche en el hotel, las prendía alrededor de la cama. Los poetas parecen reacios a dar el paso al más allá, aunque hubo uno que dijo: “Que haya un cadáver más, ¿qué importa al mundo?”. Comentan que Goëthe entrevió el infinito porque cuando estaba agonizando gritó: “¡Luz, más luz!” (Desgraciadamente el camarero abrió la ventana y el poeta no pudo seguir).
     Otro poeta bohemio de Estados Unidos, especie de Edgar Allan Poe de provincia, resolvió suicidarse, pero antes vendió su necrología por 20 dólares al director de l periódico local con el compromiso de auto-eliminarse antes de tres días. Pero pasó el plazo y el director. Impaciente, lo perseguía de tugurio en tugurio conminándole a hacer honor a su palabra, hasta que el poeta lo denunció ante el sheriff y éste lo metió en chirona por incitar al crimen, dejando libre al bohemio que se fue con su necrología a venderla en otro pueblo.
    A veces, ante la proximidad de la muerte, decimos la verdad. La respetable y aristocrática solterona se sintió morir y fue al taller del marmolista con el fin de ordenar la losa para su tumba.
      A las vírgenes –le explicó el marmolista- les hacemos una losa de flores blancas, y a las que no lo fueron les ponemos flores rojas.
       A mí –dijo la honrada dama- me pone flores blancas y una florecita roja de vez en cuando... 
  
Diario El Nacional, ¡Qué tiempos aquellos!, 6/11/1976


  

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