En 1972 por insinuación
del gran amigo y editor Domingo Fuentes, Zapata, Aníbal y el que esto escribe,
nos pusimos a redactar conjuntamente un folleto llamado “El Perfecto
Candidato”. Lo abandonamos en el Capítulo VIII, del cual, como curiosidad, damos
hoy un “condensado” a nuestros pacientes lectores, porque se trata del carisma,
un tema muy de moda.
“DEL CARISMA”
Al Perfecto Candidato le
pueden faltar un ojo, varios dientes y toda la cultura que quiera, le pueden
faltar programa, partido y hasta el apoyo de la Embajada de los Estados Unidos;
de lo que no puede carecer es de ese si es no es de lapislázuli diamantino, ese
halo vaporoso, sutil, inefable e intangible, sursum corda de áurea magnética,
quid deletéreo, polvo de estrellas, arrebolados arpegios espirituales,
arcangélico revolotear de querubines, en fin, ese no sé qué inasible que se
conoce con el el nombre de Carisma.
¿Y qué es carisma?
Carisma es eso: un si es no es de lapislázuli diamantino, halo vaporoso, sutil,
inefable e intangible, sursum corda y quid deletéreo que no puede faltar a un
candidato.
Carisma era lo que tenía
a patadas el Morocho del Abasto, señor Carlos Gardel. Hace poco la empresa de
investigaciones Public Opinion and Underground Averiguation, llegó, por cuenta
de la United Fruti Company a la definitiva conclusión (“definitive conclusión”)
de que un particular cualquiera (“a common man”) que tenga vocación de servicio
y un 30% del carisma que poseía el Zorzal Criollo, puede manejar a toda la América
Latina con una sola mano (“only hand”).
Si vos vayáis por
ventura algún domingo a la iglesia parroquial y observades lentamente, cataréis
un grupo de lacerados menesterosos que con murmurios, plegarias y lamentaciones
imploran en el altozano la caridad de la feligresía y de cualesquiera gente que
por aquel allende discurriere o aconteciere. Si os ocultáis tras la penumbra
vaga de un gótico capitel y desde allí atisbáis por una ojiva ¿de qué os
percataréis desde vuestra improvisada atalaya? De que los pordioseros con más
carisma son los que más abundosas y suculentas limosnas acopian en sus
faldriqueras.
Madame La Puterie (se
pronuncia puterí), célebre Marquesa “protestante” de la Francia alegre y
prerrevolucionaria, se pregunta en sus memorias: “¿De qué le sirven a las
cortesanas chales y pendantifes, cremas, sales, polvos, exquisitas esencias?
¡De qué le sirven tanta chinchilla, tanto mouton, astracán, echarpe y robe de
chambre? ¿Qué le valen el ajustado corsé y el fru-fru del encaje testador?
¿Para qué todas esas vainitas vainitatem si carecen de carisma?
Científicamente, carisma
no es sino la secreción carismotrófica de la hipófisis que al actuar sobre las
glándulas suprarrenales provoca una descarga adrenalínica que incide violentamente
para desarrollar el Gran Simpático que todos llevamos por dentro. (Veáse
“Elecciones y Metabolismo” de Iosif J. Fisoi).
–Todo gobierno –dice el
pueblo– es más carismático (carero) que el anterior. (Y el pueblo nunca se
equivoca).
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