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sábado, 24 de febrero de 2018

REFLEXIONES SOBRE LA MUERTE DE VÍCTOR GARCÍA MALDONADO


    

      “Son cosas pasadas que el hada Armonía trae a mi memoria”
                                              (Alfonso Camín, poeta español)

    Ayer sus cansados pulmones exhalaron el último aliento. Ya no embellece con su risa franca la tertulia familiar.  Las ingeniosas salidas pertenecen al recuerdo. El corazón no lo siguió acompañando en la tarea de derramar afecto sobre sus semejantes.
      Así era Víctor García Maldonado desde siempre; cuando niño casi, se enroló ardoroso en las huestes estudiantiles del año 28. Inició luego los primeros intentos por fundar el Partido Comunista de Venezuela, agrupando a su derredor  a una docena de estudiantes radicales; más tarde participó con los hermanos Fortoul en la fundación definitiva del P.C.V.
      A causa de esa fundación, en la cual andábamos también nosotros, estuvimos  presos junto con Víctor García Maldonado durante tres años y medio en aquella devoradora de hombres que se llamaba La Rotunda. En Lara dicen:  “Si quieres conocer a una persona, vive con ella”. Después de tres años, habitando en un mismo calabozo, nos es posible asegurar que conocimos muy bien a este altivo representante del gentilicio García Maldonado. Digno miembro de esta familia que ha salido patricia en las luchas de Venezuela: Enrique, Margot, Manolo, Alejandro, José Briceño y los vástagos. Las cárceles de Gómez los albergaron a casi todos para castigar sus desvelos y protestas.

        Con Víctor vivimos la odisea del Apamate, que así se llamaba el calabozo de ocho metros por ocho en que fuimos encerradas 36 personas, engrilladas, durmiendo en el suelo y casi sin comida por la friolera de ¡dos años y medio!  Formábamos el grupo dos profesionales de Arquitectura y Mecánica, 14 estudiantes, 8 panaderos, 7 zapateros, 2 soldados, un ebanista español y un mecánico de teléfonos. Si el doctor Gallup hubiera sido tan arriesgado para realizar una encuesta en aquel ambiente habría constatado que Víctor García Maldonado se disputaba con Mariano Fortoul el aprecio universal de los habitantes de nuestro pequeño y aflictivo mundo.
      Nos atreveríamos a asegurar que la “Célula de Presos El Apamate” fue la primera república comunista que existió en América. Un comunismo primitivo, especial, porque no generábamos valores de uso sino que consumíamos la ración que nos daba el gobierno y las comidas que mandaban de algunas de nuestras casas. Todo era colectivo, nadie recibía un ápice más que otro; si lo sabría Víctor que fue durante todo el tiempo el jefe responsable de la Comisión de Comida. Por cierto que nuestro camarada Víctor resolvió darnos una sorpresa para celebrar el 7 de noviembre, aniversario de la Revolución Rusa: cocinó una gran olla de arroz y antes de servirla tiñóla con rojo vegetal. José Antonio Mayobre, quien formaba parte del grupo, hizo con motivo del arroz rojo la parodia de un couplet de moda diciendo que Víctor estaba loco de perinola:
                                               
                       “Si este Víctor sigue así
                        clarito al Coronel
                        le tendremos que hablar:
                        -sáquenos a este loco de aquí
                        y únalo con Pacheco para descansar-.

      En el calabozo El Apamate enseñaban arquitectura y alta mecánica, los hermanos Fortoul, educados en el extranjero y quienes a los pocos meses fueron separados de nosotros, y aislados en una pequeña celda; Juan Bautista Fuenmayor, hoy rector de la Universidad Santa María, y autor de una Historia Contemporánea de Venezuela que rivaliza con la de Gil Fortoul, nos deslumbraba con su poderosa mente y sus conocimientos de derecho, historia y filosofía; José Antonio Mayobre, que después se pasó al enemigo de clase, admiraba por su clara inteligencia y su atildado decir; Angel J. Márquez, muerto recientemente después de haber ganado gran reputación como abogado, era dueño de un agudo intelecto; Fernando Key Sánchez, con su meticuloso cerebro nos daba clases de Ingeniería. Gustavo González Cabrera, hijo de Eloy G. González y después ingeniero, ya fenecido; Juan José Núñez Morales y el escultor Eduardo Francis eran algunos otros de los intelectuales allí presentes. El panadero Pedro Cadamo muy celebrado por su chistoso ingenio; Claudio Hernández, zapatero, poseía gran experiencia gremial y mucho conocimiento de la historia reciente de Venezuela; su colega Ramón Abad León era un industrial y masón que había ahorcado esos hábitos; Cupertino Muñoz y Luis Díaz representaban a la casta militar porque siendo soldados se hicieron comunistas; había también un antiguo guerrillero llamado Ramón Fernández de Córdoba.
       A todos estos personajes hay que agregar a Jesús María Pacheco, “el loco Pacheco Arroyo” hermano de Monseñor Pacheco para entonces párroco muy querido de la Santa Capilla. Enloqueció nuestro Pacheco y le dio por repetir que iba a matar al Gobernador de Caracas, General Rafael María Velazco, por prevención lo arrojaron en La Rotunda y como castigo suplementario solían alojarlo en nuestro ya congestionado calabozo. El loco era fuerte, ingenioso y muy buena persona. Cuando estaba más eufórico se situaba semidesnudo en el centro de nuestra ergástula y comenzaba a zapatear una canción inventada por él y que decía así: “Viva Dos, viva la Patria, viva la Federación, que los hijos que salen malos es porque los padres lo son. Anoche pisé a tu mamá, esta mañana a tu tía y tu hermana se me escapó por encontrarla dormía...”.
          Sean estos recuerdos un homenaje postrero a la memoria de nuestro querido camarada Víctor, combatiente y héroe en la Guerra Española, cuyo cadáver ha de guardar la tierra como un tesoro.

Diario El Nacional. Escribe que algo queda.


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