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miércoles, 21 de febrero de 2018

YO GURT, TU GURT, EL GURT


                                                 

          
         Es justo que estando el que esto escribe de vacaciones en el estado Lara, rinda un homenaje a la sabia costumbre larense de ingerir masivamente todos los días lactobacillus cassei, llamado popularmente suero de leche. Esta generosa Lara, “tierra de áureos días y noches de turquesa” como dijo un poeta nativista, va a competir pronto con las regiones de Bulgaria y el Cáucaso, en donde miles de personas pasan de los cien años sin haber sufrido ninguna clase de dolores.
        Fue a fines del siglo pasado que un sabio ruso que vivía en París y trabajaba con el gran Pasteur en su renombrado instituto, llamó la atención sobre los beneficiosos efectos del yogurt. Más que haberlos comprobado, él  los intuyó. Porque Elías Mecknikov que así se llamaba el susodicho, era lo que dicen un genio. Ganó el premio Nobel por haber descubierto la fagocitosis, es decir, que los glóbulos blancos de la sangre tienen como función esencial comerse a los microbios. Sostenía que los bacilos lácteos que se crean en la leche cortada una vez ingeridos por el hombre, mejoran su flora intestinal. Sin esta flora no podríamos vivir.
        Pero muchos años después de haber muerto este extraordinario ruso (bolchevique antes de que existiera el bolchevismo), los sabios de diferentes países han realizado extraordinarios descubrimientos sobre las propiedades del bacilo existente en el llamado suero de la leche. En muchas regiones la medicina indígena se hacía eco desde la antigüedad de los maravillosos beneficios del suero.
      Podríamos decir hoy que a la comercialización de la medicina, por las transnacionales  del dolor, le ha salido una respuesta justa y contundente: usar suero o yogurt para no enfermarse y poder prescindir de médicos, clínicas y hospitales.
        El producto que sirve es el que se hace en la casa, porque el comercial le agregan hasta antibióticos para que no se corrompa y se pueda vender más tiempo.
        El científico Day, hace ya muchos años, sintetizó a base de suero de vaca una poderosa vitamina que llamó M porque curó con ella la anemia de los monos. Que sepamos, esta vitamina no la venden en el mercado, quizás porque acabaría con las otras.
        El domingo pasado leímos nosotros en un suplemento médico del diario local “El Impulso”, un interesante informe sobre las últimas investigaciones realizadas por sabios franceses sobre los efectos del yogurt  en el organismo humano (Francia es el tercer consumidor de yogurt en el mundo).
        Por carecer de espacio no diremos sino los tres efectos principales señalados por los científicos galos:
1) Aumenta las defensas inmunitarias, es decir, la capacidad orgánica para luchar contra las enfermedades (¡casi nada!).
2)  Disminuye la tasa de colesterol en la sangre, eliminando o disminuyendo el riesgo de enfermedades vasculares (infartos, arterosclerosis, etc.). (Una guará, como dicen en Lara).
3)   Mejor  difusión y utilización del calcio, Esta enfermedad está aquejando  hoy a millares de personas, con incidencia sobre la columna vertebral y la motilidad de las piernas.

     Conocemos el caso de un alto número de personas de la docencia venezolana que se detuvo en la pendiente hacia la silla de ruedas, ya anunciada por los médicos, con el simple expediente de comprarse una yogurtera, adquisición que tampoco es indispensable porque los llamados bacilos búlgaros  crecen con solo estar retirados de la nevera. Antes de terminar con el yogurt queremos  decir que esta nuestra tierra de Lara es verdaderamente extraordinaria. Creemos que se ha conservado así porque todavía no se ha industrializado como Caracas y Valencia, dos pequeños infiernos creados por la civilización adeca-copeyana. Barquisimeto es una ciudad grata, plana, de anchas vías y de muy pocos edificios altos. Las vistas que tiene por la parte del río Turbio son como para dar envidia a los que inventaron el tecnicolor,  por la tarde todos estos encantos se adornan con los crepúsculos que fueron capaces de consolar a Bolívar de la derrota de Cerritos Blancos (“bien vale perder una batalla por contemplar los crepúsculos de Barquisimeto”).
       Volviendo al yogurt, nos atrevemos a hacer un llamado a tantos hombres honestos que tiene Venezuela para que se enteren de la materia y una vez convencidos por hechos tan evidentes, recomienden el uso diario de los bacilos lácticos como medio de sincerar la medicina y proteger la salud y los bolsillos de los venezolanos, tan maltratados por la política comercial de ciertos laboratorios y de no pocos discípulos infieles del gran Hipócrates.
Diario  El Nacional, Escribe que algo queda, 24/03/85

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