Es justo que estando el que esto escribe de vacaciones en el estado
Lara, rinda un homenaje a la sabia costumbre larense de ingerir masivamente todos
los días lactobacillus cassei, llamado popularmente suero de leche. Esta generosa Lara, “tierra de áureos
días y noches de turquesa” como dijo un poeta nativista, va a competir pronto
con las regiones de Bulgaria y el Cáucaso, en donde miles de personas pasan de
los cien años sin haber sufrido ninguna clase de dolores.
Fue a fines del siglo pasado que un
sabio ruso que vivía en París y trabajaba con el gran Pasteur en su renombrado
instituto, llamó la atención sobre los beneficiosos efectos del yogurt. Más que
haberlos comprobado, él los intuyó.
Porque Elías Mecknikov que así se llamaba el susodicho, era lo que dicen un
genio. Ganó el premio Nobel por haber descubierto la fagocitosis, es decir, que
los glóbulos blancos de la sangre tienen como función esencial comerse a los
microbios. Sostenía que los bacilos lácteos que se crean en la leche cortada
una vez ingeridos por el hombre, mejoran su flora intestinal. Sin esta flora no
podríamos vivir.
Pero muchos años después de haber
muerto este extraordinario ruso (bolchevique antes de que existiera el
bolchevismo), los sabios de diferentes países han realizado extraordinarios
descubrimientos sobre las propiedades del bacilo existente en el llamado suero
de la leche. En muchas regiones la medicina indígena se hacía eco desde la
antigüedad de los maravillosos beneficios del suero.
Podríamos decir hoy que a la
comercialización de la medicina, por las transnacionales del dolor, le ha salido una respuesta justa y
contundente: usar suero o yogurt para no enfermarse y poder prescindir de
médicos, clínicas y hospitales.
El producto que sirve es el que se hace
en la casa, porque el comercial le agregan hasta antibióticos para que no se
corrompa y se pueda vender más tiempo.
El científico Day, hace ya muchos años,
sintetizó a base de suero de vaca una poderosa vitamina que llamó M porque curó
con ella la anemia de los monos. Que sepamos, esta vitamina no la venden en el
mercado, quizás porque acabaría con las otras.
El domingo pasado leímos nosotros en un
suplemento médico del diario local “El Impulso”, un interesante informe sobre
las últimas investigaciones realizadas por sabios franceses sobre los efectos
del yogurt en el organismo humano
(Francia es el tercer consumidor de yogurt en el mundo).
Por carecer de espacio no diremos sino
los tres efectos principales señalados por los científicos galos:
1) Aumenta
las defensas inmunitarias, es decir, la capacidad orgánica para luchar contra
las enfermedades (¡casi nada!).
2) Disminuye
la tasa de colesterol en la sangre, eliminando o disminuyendo el riesgo de
enfermedades vasculares (infartos, arterosclerosis, etc.). (Una guará, como
dicen en Lara).
3) Mejor
difusión y utilización del calcio, Esta
enfermedad está aquejando hoy a millares
de personas, con incidencia sobre la columna vertebral y la motilidad de las
piernas.
Conocemos el caso de un alto número de
personas de la docencia venezolana que se detuvo en la pendiente hacia la silla
de ruedas, ya anunciada por los médicos, con el simple expediente de comprarse
una yogurtera, adquisición que tampoco es indispensable porque los llamados
bacilos búlgaros crecen con solo estar
retirados de la nevera. Antes de terminar con el yogurt queremos decir que esta nuestra tierra de Lara es
verdaderamente extraordinaria. Creemos que se ha conservado así porque todavía
no se ha industrializado como Caracas y Valencia, dos pequeños infiernos
creados por la civilización adeca-copeyana. Barquisimeto es una ciudad grata,
plana, de anchas vías y de muy pocos edificios altos. Las vistas que tiene por
la parte del río Turbio son como para dar envidia a los que inventaron el
tecnicolor, por la tarde todos estos
encantos se adornan con los crepúsculos que fueron capaces de consolar a
Bolívar de la derrota de Cerritos Blancos (“bien vale perder una batalla por
contemplar los crepúsculos de Barquisimeto”).
Volviendo al yogurt, nos atrevemos a
hacer un llamado a tantos hombres honestos que tiene Venezuela para que se
enteren de la materia y una vez convencidos por hechos tan evidentes,
recomienden el uso diario de los bacilos lácticos como medio de sincerar la
medicina y proteger la salud y los bolsillos de los venezolanos, tan maltratados
por la política comercial de ciertos laboratorios y de no pocos discípulos
infieles del gran Hipócrates.
Diario El Nacional, Escribe que algo queda, 24/03/85
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